Los fantasmas de Chopin

El nombre de Frédéric Chopin siempre estará íntimamente ligado al romanticismo y a la tuberculosis que hacía estragos entre los artistas del siglo XIX y principios del XX que adherían a esta  corriente. Entonces se  moría de amor y tuberculosis, aunque en el caso de Chopin también aparecían formas e imágenes que lo atormentaban, fantasmas que lo perseguían.

Desde joven Chopin contaba haber sufrido episodios en los que experimentó alucinaciones visuales,  figuras que lo aterrorizaban.

Son muchos los testigos de estos episodios, incluida su pareja, George Sand (Aurore Dupin) y su hija, Solange, que relatan la vez que Chopin los experimentó estando en Mallorca –donde había ido en busca de un clima benigno para paliar la evolución de su enfermedad respiratoria–. Fue en el lúgubre monasterio de Cartuja, mientras ejecutaba su Sonata número 2 en Si bemol menor, ante algunos amigos ingleses. Cuando iba a comenzar la marcha (que todos conocemos como La marcha fúnebre)… “vi salir de mi piano esas malditas criaturas… tuve que descansar un tiempo con el fin de recuperarme”.

En varias oportunidades debió suspender la ejecución de sus piezas por unos pocos instantes, lo que tardaba en recuperarse. Muchas veces, los  presentes ni se percataban de la situación porque Chopin podía contenerse y disimular los sentimientos que le producían estas imágenes.

Frédéric era capaz de recordar estos episodios en detalle, las alucinaciones se producían generalmente de noche o, en ciertas ocasiones, aparecían cuando tenía fiebre. Las imágenes de muerte eran recurrentes.

Aunque las alucinaciones eran de imágenes complejas y no había señales de déficit neurológicos ni de trastornos psiquiátricos. En el caso de Chopin no existe evidencia de toxicidad; las alucinaciones debidas a fármacos suelen ser abstractas, sin forma y precedidas por un aurea, un  presagio. Cuando Chopin comenzó a ver estas imágenes aún su salud no estaba tan deteriorada y no tomaba medicación alguna.

Para diciembre de 1838, estando en Mallorca, después de un año de relación con Aurore (que comenzó cuando su prometida Maria Wodzińska rompió su vínculo con el músico, instada por sus padres que no veían con buenos ojos el matrimonio con un joven de salud tan precaria), su afección pulmonar se había deteriorado francamente. De esa época era su famosa carta quejándose de los médicos mallorquinos. “Tres doctores me han visto… el primero sostiene que estoy muerto, el segundo cree que me estoy muriendo y el tercero que estoy a punto de morir”. Todavía le quedaban más de diez  años por vivir.

Desde 1842 su salud declinó en forma alarmante, al igual que su producción artística. Uno de sus amigos escribió “su poder de concentración está fallando y su inspiración está jaqueada por una angustia tanto emocional como intelectual”.

Las disputas familiares tampoco asistían a mejorar su salud, Aurore se peleaba frecuentemente con su hija Solange, comprometida con el escultor Auguste Clésinger (quien haría el monumento mortuorio de Chopin en el cementerio de Père Lachaise –convertido en lugar de cita de amantes furtivos y centro de homenaje al compositor de la colectividad polaca–).

A medida que se hundía en su enfermedad, Aurore dejaba su rol de amante para convertirse en su  enfermera. En sus cartas lo llamaba “mi tercer hijo”. En  esos años Aurore escribió una novela, Lucrezia Floriani, sobre una rica actriz y un príncipe enfermo, una historia de indisimulada similitud con la situación que vivía con su pareja. Cuando la Sand le leyó el texto al pintor Eugène Delacroix, un amigo de la pareja, éste se mostró sorprendido por la situación, más cuando Chopin no dejaba de hacer comentarios laudatorios de la obra de Aurore. Poco tiempo después,  ese romance de nueve años llegó a su fin con un amargo epilogo que obscureció más aún el tiempo de vida que le restaba.

En los meses que siguieron, Chopin se alejó de la París, una ciudad convulsionada por la Revolución del 48 (que tan bien describiría Victor Hugo en Los Miserables) y pasó a Inglaterra donde fue ovacionado en cada una de sus presentaciones ante un público deseoso de ver al gran compositor, incluida la reina Victoria y el príncipe Alberto, quien también era un músico dotado y pidió estar cerca de Chopin a fin de  observar su técnica.

Para entonces, Chopin pesaba menos de 50 kilos y sus fantasmas se sucedían con más frecuencia.

A su amigo Wojciech Grzymała le escribió:  “Tengo los nervios agotados y no puedo terminar esta carta. Padezco de una nostalgia estúpida… ya no siento nada, vegeto y espero con paciencia mi fin”.

Una vez más, volvió a París donde ya estaba demasiado débil para enseñar. La noticia de su deterioro se difundió por la ciudad, sus amigos concurren a visitarlo, especialmente Delacroix que lo ve a diario.

Su hermana Ludwika estuvo presente para asistirlo y es ella quien le niega a Aurore que vea a su antiguo amante por última vez . “Chopin es tan débil y tímido”, decía George Sand, “que puede ser herido incluso por el pliegue de un pétalo de rosa”. Sin embargo, ella lo había herido sin tocarlo.

A sus amigos Chopin les pidió un último favor: que quemasen las partituras “excepto la prima parte de mi método para piano”. Al igual que pasó con tantos artistas, nadie hizo caso a dicha petición y gozamos de la obra del genio polaco gracias a esta actitud que algunos podrían considerar desleal pero que salvó su música de las llamas.

Chopin murió el 17 de octubre de 1849 a los 39 años.

Si cuerpo fue velado y transportado al cementerio de Pere  Lachaise, al ritmo de la marcha que tantas imágenes aterradoras le hizo evocar …

Su corazón fue llevado a Polonia como había pedido el mismo Chopin. La  causa de su muerte fue una pericarditis tuberculosa como lo determinaron los médicos de la Academia Polaca de Ciencias en 2017.

¿Y qué fue de sus fantasmas?

Muy probablemente, estas imágenes se hayan debido a una epilepsia del lóbulo temporal que inducía alucinaciones visuales complejas, breves, fragmentadas  y estereotipadas.

Así pasó la existencia de este genio tímido y enfermizo, quien estaba consiente de los efímero de la felicidad y lo engañoso de la certidumbre. Para él solo vacilar era duradero, porque la vida, como dijo Chopin, “es una enorme disonancia”.

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