En 1811, apenas a un año de la gesta, se propuso la construcción de una primitiva Pirámide de Mayo a cuyos pies se celebró el primer aniversario de la Revolución. A tal fin se convocó a un tal Pedro V. Cañete quien construyó este obelisco (pues digámoslo, nuestra pirámide es en realidad un obelisco) con humildes ladrillos. De esta forma se dio inicio a dos costumbres nacionales, la de homenajear a los hombres que asistieron en la construcción de la patria y a pagar sobreprecios por los materiales utilizados en la obra pública…
Hubo denuncias, investigaciones, acusaciones cruzadas y todo quedó en la nada. A lo largo de los años, esta pirámide –que es un obelisco– sufrió modificaciones y cambios de ubicación hasta que adquirió la apariencia que hoy le conocemos gracias a Prilidiano Pueyrredón. La imagen de la libertad que la corona es obra de un escultor francés llamado Joseph Dubourdieu, también autor del frontispicio de la Catedral.
Periódicamente se debatía sobre el destino de este monumento, al punto de considerar demolerla, cosa a la que se opuso el presidente Nicolás Avellaneda, quien la ungió como el símbolo patrio más antiguo. Cuando se demolió la Recova que dividía la Plaza de Mayo, Torcuato de Alvear, el primer intendente de Buenos Aires, decidió su traslado al centro de dicha plaza. Muchos proyectos se barajaron para enaltecer este monumento al punto de encomendarle al escultor Rogelio Yrurtia (en 1923) una columna monumental de 150 metros de altura, que solo quedó en proyecto.
Al acercarse la celebración del centenario, los legisladores se percataron que los miembros de la Primera Junta no habían sido debidamente homenajeados con esculturas que evocasen su gesta. Por tal razón se dictó la Ley 2206 con la intención de concretar dicho homenaje.
A tal fin se nombró una comisión organizadora con distintas luminarias como los generales Mitre, Rawson, Bosch y Lucio Mansilla, además de personajes destacados como Eugenio Cambaceres, Carlos Casares y Torcuato de Alvear.
La comisión no se puso de acuerdo (¿demasiados egos?) y esta ley, al igual que otras, como la 499 que honra a las guerras del Paraguay, la 1339 que conmemora al 25 de Mayo y la 1462 que recuerda la Batalla de Salta, quedó incumplida. La proximidad del Centenario obligó a disponer la erección de las estatuas para homenajear a los miembros de la Primera Junta (hecha la excepción de Belgrano que ya contaba con una) y dos actores esenciales en las jornadas de mayo como lo fueron Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña (no así su hermano Saturnino que había ayudado a escapar al general William Beresford al Brasil).
La municipalidad de Buenos Aires corrió con los gastos e invirtió 270.000 pesos en estas esculturas que pueden verse a lo largo y ancho de la capital porteña y fue así como las plazas de Buenos Aires se ornamentaron con los homenajes a estos hombres que habían formado el primer gobierno patrio.
Un recorrido por la ciudad y sus monumentos
Sobre las barrancas de Belgrano encontramos la estatua de Manuel Alberti, integrante de la Junta y redactor de la Gazeta de Buenos Ayres, muerto en el mismo año de su designación. La obra es del escultor Lucio Correa Morales, un destacadísimo artista argentino.
Miguel de Azcuénaga figura con un porte muy juvenil, lejos de la iconografía que nos mostraba a un corpulento militar entrado en años y en kilos. La obra fue encomendada al escultor francés Louis Cordier y fue inaugurada a fines de 1910 en la Plaza de la Primera Junta.
Como ya dijimos, Belgrano no fue incluido en este homenaje porque ya contaba con su propio monumento en la Plaza de Mayo hecho por Carrier Belleuse. El caballo que monta el general fue obra de un escultor argentino radicado en Francia, Manuel de Santa Coloma que, evidentemente, no recordaba la fortaleza de los caballos criollos y cinceló un animal menos corpulento a lo que acostumbraban montar los porteños, por lo que se convirtió en el detalle risueño de la inauguración: “Petiso el pingo del general…”.
El que sí fue incluido en este homenaje fue el primo de Belgrano, Juan José Castelli, flamígero miembro de la Junta conocido por su verba audaz que le ganó el epíteto de “Pico de Oro”. El escultor alemán Gustav Eberlein lo retrató con un aspecto más juvenil y luciendo una abundante cabellera como la que Castelli debería haber lucido en su juventud y no cuando intervino fogosamente en el debate del 22 de mayo.
El monumento de Castelli se encuentra en Plaza de la Constitución y fue el primero de estos homenajes monumentales que se inauguró en el año del centenario.
El monumento a Juan Larrea se encuentra en la Plaza Herrera (Austria y Las Heras) y fue obra del argentino Arturo Dresco, uno de los más dotados artistas del grupo Nexus.
Domingo Matheu junto a Larrea eran los dos españoles que integraron el primer gobierno criollo. Matheu fue un entusiasta funcionario de los primeros gobiernos nacionales. La obra que lo inmortaliza pertenece al escultor español Mateo Alonso y fue emplazada en la plaza que lleva el nombre del prócer (en Magallanes e Irala).
El tributo a Mariano Moreno se encuentra en la plaza homónima (Pte. Luis Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen), muy cercana al Congreso. Su enfrentamiento con las políticas de Saavedra marcó la primera grieta de nuestra historia. Su muerte dudosa en alta mar es la primera de las muchas que jalonearon nuestra historia, sin haber sido resuelta aún.
Juan José Paso fue de los miembros de la Primera Junta, el de accionar político más destacado, de notable actuación en los intentos de organización nacional y el proceso de independencia. Después de 1824, desalentado y cansado, tomó los hábitos franciscanos terciarios. Su estatua es obra de Torquat Tasso y se emplazó originalmente en la Plaza Independencia, pero debido a la ampliación de la Av. 9 de Julio, fue desplazado a la plaza que lleva su nombre (ubicada en Virrey Arredondo y Moldes, barrio de Colegiales).
El escultor Jules Lagae lo retrató al brigadier Cornelio Saavedra con aspecto marcial, sable, botas y capota. Después de su discutida actuación como presidente de la Junta, sufrió persecuciones y exilio. En 1820 se retiró de la vida pública. Dados sus servicios a la patria, Juan Manuel de Rosas le concedió un lugar en el Panteón de los Ciudadanos Meritorios en el cementerio de la Recoleta.
En la normativa de la Ley 6499, se incluye a dos prohombres de Mayo. Hipólito Vieytes, aquel de la jabonería donde se reunían a conspirar y quien remplazó a Mariano Moreno cuando éste fue enviado como ministro plenipotenciario a Inglaterra. Su monumento se encuentra en el barrio de Barracas (más precisamente en Vieytes y Suárez), y es una obra muy lograda del escultor español José Llaneses –un laureado artista–.
Nicolás Rodríguez Peña también fue incluido en este homenaje porque ocupó el lugar de secretario de la Junta cuando Vieytes fue designado miembros de la Cámara de Apelaciones. Recordemos que este prócer retratado en bronce por Eberlein (su estatua está en la plaza que lleva su nombre en el barrio de Recoleta) también fue miembro del Primer Triunvirato.
Las celebraciones del Centenario no se agotaron en estos homenajes, varias naciones que nos honraron con esos “hombres de buena voluntad” que vinieron a poblar Argentina enviaron su tributo artístico de mármol y bronce. Pero cada uno de esos monumentos (español, alemán, francés, inglés, italiano y suizo, entre otros), merece ser recordado en otra oportunidad y con el debido detenimiento.
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Esta nota también fue publicada en El Destape