En 1641 los católicos de Irlanda tenían la certeza de que el Parlamento estaba planeando algo contra ellos. Así que decidieron ganarles de mano y atacar a los protestantes del Ulster (Irlanda del Norte). En esa lucha murieron 3.000 protestantes, y otros 8.000 murieron después al quedar sin techo.
En 1642 estalló una guerra civil en Inglaterra en la que se enfrentaron el poder legislativo contra el rey. El triunfo de los parlamentarios dio como resultado la aprobación de muchas leyes antiabsolutistas. Oliver Cromwell combatió a favor de la causa parlamentaria y se ganó el reconocimiento en esta revolución inicial. Las disputas entre los partidarios del rey Carlos I, que se encontraba encarcelado, y los parlamentarios persistieron. El rey Carlos I escapó de prisión, se alió con los escoceses y desencadenó una nueva guerra civil en 1648. Cromwell nuevamente se puso del lado de los parlamentarios más intransigentes y opositores al rey, y apoyaba la designación de una comisión que juzgara al rey por traición. En esta nueva guerra, Cromwell venció a los pro-monárquicos. El rey Carlos I fue enjuiciado y decapitado. Como consecuencia, se proclamó la única “república” en la historia de Inglaterra.
Por desgracia para los irlandeses, la guerra civil terminó con la muerte del rey; para colmo, el comandante del ejército parlamentario, Oliver Cromwell, hacía las veces de un dictador en Inglaterra. Así que en agosto de 1949 Cromwell se cruzó a la vecina Irlanda para saldar cuentas. “Sufrimiento y desolación, sangre y ruina caerán sobre ellos…”, “y me regocijaré ejerciendo la máxima severidad”, anticipó Cromwell. Un duro, el hombre.
Llegado a Irlanda, Cromwell asedió la ciudad amurallada de Drogheda, en la costa este, y cuando la muralla cedió tras varios ataques, los hombes de Cromwell (llamados los “roundheads”) no dieron tregua ni tuvieron piedad. Mataron a 3.500 personas entre soldados, funcionarios, sacerdotes y civiles. El gobernador de la ciudad fue apaleado hasta la muerte (con su propia pata de palo, de la que los ingleses habían escuchado que escondía monedas de oro…), y los sobrevivientes de la masacre fueron embarcados y vendidos en las plantaciones de Barbados (al menos había mejor clima ahí).
“Este es el castigo de Dios para los bárbaros que se han manchado las manos con sangre inocente”, declaró Cromwell dejando claro que la matanza era una venganza por lo ocurrido en el Ulster ocho años antes, aunque omitiendo que sus manos también quedaron manchadas de sangre, aparentemente –tal como declaró– con la venia del Todopoderoso. “Y que esto sirva para evitar futuros derramamientos de sangre”, pareció enternecerse el arisco Oliver. Como para que lo pensaran dos veces, en todo caso.
Luego e la masacre de Drogheda, Cromwell avanzó hacia el sur, donde provocó otra masacre en la guarnición de Wexford y luego saqueó la ciudad. Cromwell y sus tropas seguían su camino de violencia, y al ver que las ciudades iban cayendo bajo su poder, los irlandeses iniciaron una guerra de guerrillas. Estos irlandeses, denominados “tories” (en irlandés “tóraidhe”, que significa “hombre perseguido”), fueron realmente un hueso duro de roer y alargaron la guerra hasta 1652. Cromwell volvió a Londres pero dejó a su ejército encargado de arrasar con todo, cosa que hizo.
El Parlamento decidió acabar con el control católico de Irlanda a como diera lugar. Envió funcionarios para encarcelar y ejecutar a sacerdotes y a civiles rebeldes y confiscarles sus tierras, y se prohibió la práctica pública del catolicismo. Los ingleses expulsaron a los irlandeses de las tierras más fértiles hacia el oeste y distribuyeron las mejores tierras entre los terratenientes protestantes y los veteranos retirados ingleses; así, casi el 40% de las tierras cambiaron de dueño. La población de Irlanda disminuyó en un 20% debido a los cientos de miles de irlandeses muertos a causa del hambre y la enfermedad durante el conflicto.
A lo largo de los trescientos años siguientes, Irlanda siguió siendo un país de personas nativas sin tierras propias, bajo el puño de un reducido número de nobles ingleses.
Oliver Cromwell murió de malaria en 1658.
Aún hoy, la Irlanda católica (Eire, república de Irlanda) continúa separada políticamente de la Irlanda protestante (Irlanda del Norte, que es parte del Reino Unido).
Ah…! el vocablo “tories” desde entonces, fue aplicado como insulto a todos aquellos que se oponían al “progreso”. Y los laboristas ingleses aprovecharon para nombrar despectivamente “tories” a sus adversarios, los conservadores. No se la iban a perder.