El 18 de mayo de 1804 el senado de Francia proclamó Emperador a Napoleón Bonaparte después de haber conquistado buena parte de Europa. El decreto enfatizaba que éste habría de gobernar sobre el “pueblo francés” y no sobre Francia para diferenciarse de los monarcas que veían al país galo como una posesión personal. Era importante dejar en claro que la coronación, que habría de realizarse el 2 de diciembre, no era una restauración del Reino sino una jerarquización de la monarquía constitucional con la que Napoleón había gobernado a este pueblo francés.
Tres meses antes de la ceremonia el mismo Napoleón comisionó a Jacques-Louis David, su pintor de cámara, a realizar este enorme retablo (de 6×10 metros) para inmortalizar la culminación de su meteórica carrera. Veinte años antes era solo un humilde oficial que lucía su uniforme raído.
David también había tenido una notable carrera ascendente pero zigzagueante, adaptándose a las extremas oscilaciones de la política francesa. En 20 años había pasado de ser el pintor preferido de Luis XVI al de Napoleón, habiendo sido también el elegido por Robespierre y sus jacobinos para inmortalizar los hechos (no siempre sublimes) de la Revolución.
¿Cómo había hecho para mantener su cabeza sobre sus hombros y no terminar sus días en una oscura mazmorra a pesar de tantas oscilaciones políticas? Gracias a su enorme talento y el aspecto metafórico de sus pinturas neoclásicas.
David había conquistado a Luis XVI gracias a su Juramento de los Horacios, interpretado como un acto de devoción de los guerreros a la consolidación de un estado fuerte como aspiraba la monarquía.
Sin embargo, los tiempos eran cambiantes y, lentamente, David fue dejando las obras clásicas en donde reforzaba la idea de un gobierno fuerte por conceptos más republicanos como nuestra en Los lictores llevan a Brutus los cuerpos de sus hijos (1789). Lucio Junio Brutus, líder romano nacido en el 510 a. C. (ancestro del Brutus que asesinó a Julio César), había ordenado la muerte de su hijos que intentaron reinstaurar la monarquía en Roma. Considerado uno de los fundadores de la República, su historia había inspirado una obra de teatro de Voltaire. Brutus fue el ídolo republicano en los años de la Revolución, momento en el que David se convirtió en el artista preferido de Robespierre y un devoto jacobino, convencido que la ejecución de los opositores del régimen era indispensable para salvar a Francia. El pintor se consagró como el inspirador de los revolucionarios, iconografista y organizador de los momentos culmines de la épica republicana, con obras como Juramento del Juego de Pelota (1789) (en francés: Serment du Jeu de Paume), La muerte de Marat (1793) y la organización del festival del Ser Supremo (un intento de los ideólogos jacobinos de crear una nueva religión).
Los tiempos de revolución suelen ser muy peligrosos para sus protagonistas, más cuando caen en extremismos, porque las lealtades cambian rápidamente. Después de la muerte de Robespierre en la misma guillotina a la que tantos había enviado, David fue apresado, no en una sino en dos oportunidades.
En prisión concibió El rapto de las sabinas (1799) como un llamado a la unidad de los franceses después del duro trance del Terror, que lo había tenido al pintor como participe necesario. El cuadro llamó la atención del joven Napoleón. Como hábil político, el general sabía el valor de las imágenes y también conocía la trascendencia de la obra de David, a pesar de su pasado poco edificante. Bonaparte decidió nombrarlo pintor de cámara, y David retrató al nuevo conquistador de Italia en el paso de San Bernardo. Esta imagen ecuestre del joven general se convirtió en una de las obras más notables de la epopeya napoleónica.
Por estas razones fue que Bonaparte, al momento de su coronación, sabía que David debía ser el encargado de retratar ese momento culmine de su existencia. Su pasado monárquico y jacobino (David había sido uno de los firmantes de la condena de Beauharnais –el ex marido de Josefina–) podía ser olvidado gracias a su talento sobresaliente que ahora estaba dispuesto a servir a la causa de los bonapartistas.
David comenzó a concebir esta obra desde antes de la coronación. A tal fin logró entrevistar a distintos personajes para retratarlos en forma individual e incorporar dichos retratos en la compleja composición. De esta forma, desfilaron por su estudio las hermanas de Napoleón, el mariscal Murat y el mismo Papa Pio VII, de tan discutida actuación cuando Napoleón arrebató la corona de sus manos.
Si bien está coronación retrata el momento en el que Napoleón unge a Josefina, existen dibujos previos en los que David lo muestra al Emperador sacando la corona de las manos del pontífice.
Entre los asistentes y en primera fila está la adorada madre del general, Maria Letizia Ramolino, quien le pidió al artista que la ubicase en una posición de privilegio junto a los dos hermanos del Corso, Lucien y José. En realidad, Letizia no asistió a la coronación porque estaba molesta con su hijo por las fricciones que existían, justamente, con estos dos hermanos. A pedido del Emperador no solo se incluyó a su madre (que sobrevivió a Napoleón) sino también a su padre que hacía tiempo había fallecido.
El que sí estuvo presente fue Luis Bonaparte, casado con una hija de Josefina y, por entonces, rey de Holanda. También está presente su hijo, el muy joven Luis Napoleón, el sobrino preferido del Emperador (algunos comentarios malintencionados señalaban que este podría haber sido hijo del mismo Napoleón por una relación impropia con su hijastra).
Todas las hermanas de Bonaparte asistieron al evento como damas de compañía de la emperatriz.
Entre los presentes estaba el canciller Talleyrand, Jean Jacques Régis de Cambacérès –archicanciller–, Louis Alexandre Berthier –el ministro de guerra que sostiene el globo coronado con una cruz– y Joaquín Murat, príncipe de Nápoles y cuñado del Emperador–.
Pio VII fue obligado asistir a este evento donde su participación revelaba un nuevo balance de poder entre el Estado y la Iglesia. Originalmente David lo pintó con las manos sobre su regazo, pero al ver la obra, Napoleón (quien supervisaba periódicamente la evolución de la pintura para plasmar su perspectiva de los hechos) dijo que el Papa no había asistido a la coronación para permanecer sin nada que hacer. David decidió retratarlo bendiciendo el momento en el Napoleón corona a Josefina. Se dice que esta obra gozó de la bendición pontificia.
Por último, el propio David no perdió la oportunidad de mostrarse entre el selecto público presente.
Cómo dijimos, el mismo emperador supervisó la evolución de la obra que le llevo al artista cuatro años de trabajo y un sinnúmero de retoques para satisfacer las “sugerencias” del emperador, un hábil publicista de sus logros y un convencido de la imagen que quería trasmitir a la posteridad.
Al ver la obra finalizada, Napoleón se mostró muy satisfecho con el resultado, reconocimiento que expresó con un escueto “David, te rindo homenaje”.
Sin embargo, la compensación económica del artista no fue tan espléndida ya que solo recibió 24000 francos por esos largos años de trabajo … aunque la gratitud del emperador y la consagración de esta obra como una de las más significativas de la historia fue suficiente recompensa para Jacques-Louis David, un hombre acostumbrado a los caprichos de los tiempos.
- Napoleón I (1769-1821)
- Josefina de Beauharnais (1763-1814)
- Maria Letizia Ramolino (1750-1836)
- Luis Bonaparte (1778-1846)
- José Bonaparte (1768-1844)
- El joven Napoleón Carlos Bonaparte (1802-1807)
- Las hermanas de Napoleón
- Charles-François Lebrun (1739-1824) y Cambacérès (1799-1804).
- Jean-Jacques-Régis de Cambacérès (1753-1824)
- Louis-Alexandre Berthier (1753-1815)
- Talleyrand (1754-1836)
- Joaquín Murat (1767-1815)
- El papa Pío VII (1742-1823)
- El pintor Jacques-Louis David