En la era de la corrección política

Primero fueron por Roald Dahl y muchos miraron para otro lado.

Después fueron por Ian Fleming y otros guardaron silencio.

Ahora le toca a Agatha Christie… y después ¿a quién?

Cada época y cada lugar tiene y ha tenido sus prejuicios. No por saber que existieron debemos compartirlos, pero sí nos puede ayudar a entender el proceso de discriminación.

Curiosamente los tres autores implicados era británicos, todos vivieron durante la Segunda Guerra. En el caso de Dahl (1916-1990) y Fleming (1908-1964) peleando por su país y asistiendo como enfermera en el caso de Christie (1890-1976). Todos fueron testigos del colapso del Imperio, construido durante el auge del colonialismo cuando impusieron su cultura cristiana de occidente.

Cada uno de ellos vivió intensas experiencias, de esas que te marcan para siempre. Dahl (aunque noruego por nacimiento, era inglés por convicción) trabajó en Tanzania, fue piloto de avión en África, Irak y Grecia, vio morir a sus compañeros (de doce miembros de un escuadrón, solo tres sobrevivieron a la guerra), sufrió un accidente que por poco le cuesta la vida, vio matanzas, excesos, muertes innecesarias y, cuando creía que lo había visto todo, cuando empezó a escribir para compartir sus fantasmas, una de sus hijas, Olivia Twenty, murió de encefalitis sarampionosa y su hijo varón, Theo, sufrió una hidrocefalia (gracias a sus conocimientos de mecánica, Dalh diseñó una válvula que lleva su nombre).

Ian Fleming era miembro de una distinguida familia de negocios, circunstancia que no le impidió a su padre pelear como oficial durante la Primera Guerra y morir en combate. Su obituario fue escrito por el mismísimo Winston Churchill. Cuando le llegó su tiempo, Ian también sirvió a su país destacándose en actividades de inteligencia para la Marina. Antes había estudiado para ser diplomático, pero terminó como periodista de la agencia Reuter, razón por la que viajó extensamente.

Después de una larga experiencia con espías durante la guerra, terminó trabajando estrechamente con los norteamericanos en la organización de la CIA. Finalizado el conflicto vivió en Jamaica donde se dedicó a escribir la saga de James Bond, basada en sus propias experiencias y las de su hermano Peter.

Agatha Christie actuó como enfermera durante la Primera Guerra Mundial mientras su primer marido se desempeñaba como piloto de la RAF. Contado así suena hasta snob, pero trabajar en un hospital de guerra más de tres mil horas como sirvió Agatha mientras su marido manejaba avioncitos que parecían ataúdes volantes, suena más cercano a la realidad…

Junto a su segundo esposo, el arqueólogo Max Mallowan, viajó extensamente por Medio Oriente además de presentar sus libros a lo largo y ancho del mundo.

¿A qué vienen estas descripciones biográficas? A que ellos fueron personas de fuertes experiencias existenciales (“Confieso que he vivido”, diría Neruda), de conocer al mundo, de haber tenido educaciones superiores, de tener vivencias que son ajenas a la mayoría de sus lectores.

Dahl vivió las luchas entre árabes e israelitas, Fleming conoció a personajes por demás curiosos (y siniestros), Agatha conoció el horror de los hospitales, recorrió el mundo y visitó lugares exóticos que describió en sus libros con su agudo sentido de percepción. Todos ellos tienen bien ganado el derecho de opinar y, es más, todos deberíamos escuchar que no siempre suena la misma campana, que la moneda tiene dos caras, que nada es exactamente a como lo describen los medios y que todos tenemos derecho a disentir.

La voz única de la corrección política que también es una tiranía porque nos somete a la peor de las censuras: la autocensura.

¿Acaso debemos reescribir el El mercader de Venecia por sus comentarios despectivos contra los judíos o cambiar el color de piel de Otelo para no caer en incomodos comentarios racistas? ¿Deberemos hacer una obra políticamente correcta de Shakespeare, Quevedo y hasta del mismo Cervantes (que no tenía una alta estima a los mahometanos que había combatido y de los cuales había sido cautivo)? ¿Habría que dejar de leer a Heidegger, a Louis-Ferdinand Céline, a Knut Hamsun por adherir al nacional socialismo cuando esta era la ideología imperante en la época que vivieron? ¿O debemos suprimir en los libros de Aristóteles la parte donde argumenta a favor de la esclavitud, o condenar a Michel Foucault por las acusaciones de pederastia (que no se confirmaron)? ¿Tampoco podemos leer a Platón? ¿Vamos a prohibir a Darwin como lo han hecho varios colegios de Estados Unidos porque va contra la predica bíblica ? ¿Solo podemos leer con lo que estamos cien por ciento de acuerdo? La vida intelectual así, sería muy chata y aburrida.

A todos los escritores nos cabe la condena del cardenal Richelieu: “Dadme seis líneas escritas por la mano del hombre más honrado y hallaré en ellas algún motivo para ahorcarlo”. Y ya que nombramos al cardenal, cabe recordar cuando decía que “la lealtad es una cuestión de fechas” … pues pasa lo mismo con la corrección política y eso de herir sensibilidades.

Por más que ahora sean diez indiecitos, todos sabemos que Agatha Christie habló de negritos… pues era negritos.

Todo tiempo ha tenido sus prejuicios, pero este pretende ser el tiempo de la corrección política cuando no existe una sola corrección ¿Acaso los iraníes tienen la misma percepción de la realidad que nosotros, o los afganos o tibetanos? Pensar que hay una sola corrección política es simplista y,  paradójicamente, políticamente incorrecto.

Como decía Voltaire: “Discrepo con lo que está diciendo, pero defenderé con mi vida su derecho a expresarlo”.

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