Todos lo recordaremos como el tirano iraquí, ajusticiado por sus crímenes de lesa humanidad, el líder de Ba’ath, el general que reprimió cruelmente al pueblo kurdo, que asesinó a más de 250.000 opositores, quien por diez años condujo la guerra contra los iranies y ordenó la invasión a Kuwait, el acto final que precipitó su caída.
Así será recordado Saddam Hussein y no por las novelas y poemas que publicaba como “escritas por quien las ha escrito”, una expresión árabe que preserva el anonimato del autor.
La primera publicada de esta forma, aunque probablemente no haya sido su primera obra, se llama “Zabiba y el rey”, novela sobre un amor desgraciado escrita al estilo de “Las mil y una noches” y publicada alrededor del año 2000, pero ubicada en el siglo octavo en Tikrit, el pueblo natal de Saddam.
Un poderoso rey, “temido y respetado por sus súbditos”, ama a una joven e inocente doncella a la que viola y maltrata. La novela es una alegoría a la conflictiva relación entre Estados Unidos y el pueblo de Irak. Si bien fue “anónima”, era un secreto a voces que Saddam era su autor. En poco tiempo vendió 1 millón de ejemplares.
A esta novela le sucedió “El castillo fortificado”, una obra de más aliento pero también alegórica. Es la historia de un héroe iraquí quien pelea en la guerra contra Irak, participa valientemente en la batalla de Qadisiya donde es herido y capturado pero logra huir. Fue entonces que puede casarse con Shatrin, una joven kurda que había conocido en el Universidad.
“El castillo fortificado”, libro de 700 páginas, es una metáfora que alude a Irak, como una estructura monolítica que no se puede vender, porque solo puede ser “poseída por aquellos que la defendieron y dieron su sangre por ella ”.
Le siguió “Hombres y la ciudad”, una historia de la evolución del partido que lo llevó al poder, el Ba’ath..
Y por último, “¡Fuera de aquí, maldito!” fue terminada el día antes de la invasión de Irak por las fuerzas americanas. Es otra novela metafórica sobre la conspiración sionista cristiana que pretende destruir al Islam. Un ejército árabe invade la tierra de sus enemigos destruyendo dos enormes torres –una clara referencia a los ataques del 11 de septiembre–. La obra fue publicada en Tokyo en el año 2006 con Saddam como autor bajo el nombre de “La danza del diablo” y de allí traducida al turco.
Raghad, la hija de Saddam Hussein, trató de publicarla en Jordania, donde vive, pero fue prohibida. Sí se publicó en Rusia por iniciativa de Vadim Nazarov de la editorial Amphora como “una iniciativa ideológica… en respuesta al dolor”. La editorial Amphora tiene como política editorial publicar novelas de países que están en guerra.
Demás está decir que la CIA estudió profundamente sus libros. El perfil psicológico profundo del enemigo aflora en sus obras de arte.
Sin embargo, durante los últimos años de su vida, estando recluido y habiendo sido juzgado cultivó la poesía.
El hombre que alguna vez dijo que para justificar sus atrocidades: “Si hay una personas existe un problema; si no hay persona, entonces no hay problema”, solía regalarle versos a sus captores. Su última obra se llama “Desata tu alma ” (también traducido cómo Llibera tu alma”). Una parte del poema dice así:
Desata tu alma. Si eres compañera de mi alma
eras también su amante.
Ningún hombre puedo dar cobijo a mi corazón
como tú lo haz hecho.
Si yo fuera ese hogar,
tu serías mis lagrimas
Tú eres la refrescante brisa
que acaricia mi alma.
Y el partido Ba‘th florece
como una rama que se torna verde.
La medicina no cura la alienación,
pero sí lo hace la rosa blanca.
El enemigo nos acecha con sus planes
y sus trampas
y procede aunque se sepa en falta.
El enemigo fuerza a extraños en
nuestro mar
Y quienes prestan servicio lo hará llorar…
Aquí desnudamos nuestro pecho a los lobos
y no habremos de temer ante las bestias.
En otro poema escrito durante su cautiverio, dice:
Nación querida, deshazte del odio
Retira tus ropas de odio
y arrójalas en el océano de odio
Dios te salvará y podrás comenzar una nueva vida
Con un nuevo corazón.
Era su hora más oscura, derrotado, sus hijos muertos, sus hijas exiliadas, su sueños derrumbados y aun así Saddam buscaba consuelo en la poesía, como una defensa de su vulnerabilidad.