Los herederos del imperio

Las ex-colonias españolas son herederas del imperio donde nunca se ponía el sol, con algunas virtudes y muchos vicios que incluyen una pesada estructura burocrática y una desaforada corrupción, muchas veces lideradas por los mismos monarcas. Si debemos elegir alguno que se lleve la corona –por así decirlo– esta elección  caería, después de una reñida final, en la reina Cristina de Borbón, esposa del impresentable Fernando VII (que era su tío) y madre de la inútil Isabel II. Aun los panegiristas de Cristina (pocos, pero existen) reconocían “su acuciante deseo de enriquecerse”.

Su método para acumular riquezas indebidas, no era nuevo ni tampoco difería mucho del actual: favores pagos, créditos blandos a los amigos, información privilegiada y dosis crecientes de impunidad.

En definitiva, lo que para los normales es corrupción, para los corruptos es normal.

Toda actividad era buena para que Cristina aumentase su patrimonio (que ya era bastante amplio porque, decían las malas lenguas, don Fernando había tomado la previsora medida de acumular varios millones de libras esterlinas en un banco londinense, por si sus súbditos se ponían cabreros…).

Fue así como Cristina tomó lo que ella creía su tajada del nuevo ferrocarril que recorría España, las navieras, el servicio de Correo, la canalización del Ebro, el puerto de Valencia y hasta el comercio negrero… A nada le hacía asco la reina regente y su “corte de los milagros”, así llamado ese grupo de advenedizos que asistía a Cristina a enriquecerse y, a su vez, incrementar sus propias ganancias .

Fernando y Cristina

María Cristina de Borbón y las Dos Sicilias fue la cuarta esposa de Fernando VII y la única en darle descendencia, dos niñas. Desgraciadamente, hasta en esto tuvo poca suerte España, porque los conflictos sucesorios con don Carlos, el hermano de Fernando, envolvieron a la península ibérica en las largas guerras carlistas que asistieron a la decadencia del país, ya de por sí alicaído por la pésima conducción de sus monarcas… Se puede ser muy rico, tener un imperio donde nunca se pone el sol, contar con las minas de oro y plata más grandes del planeta, pero si esas riquezas se despilfarran, a la larga nada queda.

Cristina tenía solo 27 años cuando Fernando murió y se convirtió en regente ya que su hija Isabel tenía tan solo  4 años. Para atenuar su soledad de viuda eligió a otro Fernando, pero de apellido Muñoz –un joven de 24 años miembro de su guard de corps–.

Como era plebeyo, este vínculo se ocultó ya que era más conveniente mantener la imagen de la joven viuda doliente, aunque ésta pronto quedó embarazada. A pesar de su abultado abdomen, la relación se continuó negando, aunque su consejo de ministros debiese suspender sus reuniones porque la reina estaba pariendo. Este ocultamiento no fue una circunstancia excepcional porque Cristina y Fernando tuvieron ocho hijos.

La situación se hizo insostenible, no tanto por esta mentira en las narices de los españoles (que ya estaban acostumbrados a una buena dosis de hipocresía de sus monarcas) sino a los escándalos de corrupción que se sucedían. Algo debía hacerse y fue el general Espartero quien instó a que la regente y su marido (para entonces duque, general y caballero de la Orden del Toisón de Oro –títulos logrados en solo siete  años–) se marchasen de España. Obviamente, Cristina se resistió y al general desleal le espetó una de esas frases que quedan para la historia: “Te hice duque, pero no pude hacerte caballero” … La resistencia fue inútil y al matrimonio no le quedó otra opción que viajar hacia un dorado exilio.

No lo hicieron con las manos vacías… ¡Qué va! Vaciaron los palacios de sus tesoros, se llevaron joyas por varias decenas de millones de reales y extrajeron una fortuna del Patrimonio Nacional (para ser precisos, 37 millones de reales en efectivo, lo que hoy sería una cifra multimillonaria en euros).

Lo curioso del caso –bueno, lo de  curioso para nosotros es una expresión– es que en tan solo cuatro años, Cristina volvió aclamada a Madrid, luciendo la legitimación papal del matrimonio con Fernando.

Fernando Muñoz

Con Isabel en el trono y su corte de los milagros dispuesta a todo, España se convirtió en el paraíso de la corrupción como en el futuro lo harían algunas de sus ex-colonias. Y el negocio iba sobre rieles porque los ferrocarriles se habían convertido en una fuente inagotable de riqueza (a decir verdad, en todo el mundo se especulaba con el “caballo de hierro”). Cuando el Senado quiso averiguar qué estaba pasando con los gastos fenomenales del tren, el presidente Luis José Sartorius –un dilecto miembro de la corte a quien popularmente se lo conocía como “el favorito imbécil”– cerró el Senado y siguió gobernando como si nada hubiese pasado.

La paciencia ciudadana tiene un límite (aunque, a veces, demasiado laxo) y María Cristina, marido y familia, después de trifulcas, agresiones y revoluciones, debieron buscar un nuevo domicilio fuera de España.

Sin embargo, el olvido es parte de la condición humana, razón por la cual repetimos una y otra vez los mismos errores. Si uno visita el Museo del Prado, verá en los jardines que lo rodean la estatua de María Cristina de Borbón y las Dos Sicilias con una placa de bronce a  sus pies que dice: “España, reconocida”.

Es que somos, mal que nos pese, herederos del imperio.

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