Los atenienses habían quedado bastante bien parados después de la “primera etapa” de la Guerra del Peloponeso. Durante esa primera parte de la guerra (llamada “Guerra Arquidámica”), la supremacía naval ateniense predominó y su imperio se sintió ganador. Esta etapa de la guerra terminó en el año 421 a.C. con la firma de la Paz de Nicias.
Contribuyó a lograr la paz el hecho de que los más belicosos de cada lado (Brásidas, el general espartano, y Cleón, el poderoso político ateniense) habían fallecido. La paz duró alrededor de seis años y fue una paz realmente frágil, ya que durante todo ese tiempo hubo constantes episodios de enfrentamientos menores y no tan menores en el Peloponeso. Por un lado, los aliados de los espartanos exigían continuar la lucha y percibían cierta debilidad en el rey de Esparta, Agis II. Por el otro lado, Argos, una ciudad bastante poderosa del Peloponeso, se unió a Atenas para formar una especie de “coalición democrática”. Esparta se opuso, argumentando que se estaban rearmando para atacar a Esparta. El grupo de la coalición armó un ejército al mando de Alcibíades y marchó hacia el Peloponeso. En la importante batalla de Mantinea (año 418 a.C.), la coalición Atenas-Argos-Arcadia-& cía comenzaron bien, pero Alcibíades no era un general sereno y menos aún un gran estratega; los espartanos se reorganizaron, reaccionaron y al final resultaron los ganadores de la batalla. Luego de esta victoria, Esparta se recuperó de su mala situación y restableció buena parte de su hegemonía en el Peloponeso.
¡Ah! Recordemos que todo esto ocurrió en tiempos de paz “oficial”…
El iracundo Alcibíades, obviamente, no había quedado conforme con su derrota. Así que ahora (año 416 a.C.) se las agarró con las ciudades que habían sido “neutrales” en el conflicto de Mantinea y con los miembros “desleales” de la Liga de Delos (otra coalición formada por Atenas con ciudades-estado de Ática, las islas del mar Egeo y Asia menor). Primero fue a Argos (aliado de Atenas) y apresó a todos los sospechosos de favorecer a los espartanos, acusándolos de traición. Después se dirigió a Melos, una antigua colonia de espartanos, argumentando que habían sido neutrales y que no habían pagado sus tributos a Atenas. Los melios eran neutrales, pero ante la agresión de Alcibíades y su ejército se volvieron enemigos y presentaron batalla. Los atenienses de Alcibíades sitiaron la ciudad y los ataques de un lado y otro se mantuvieron durante meses; finalmente la ciudad fue conquistada, los atenienses asesinaron a todos los varones adultos de Melos y esclavizaron a las mujeres y los niños.
¡Ah! Recordemos (de nuevo) que todo esto ocurrió en tiempos de paz…
Los atenienses, cebados y agrandados después de haber masacrado a los melios, lanzarían otra expedición expansionista, esta vez hacia Sicilia. Para qué.
En el año 415 a.C., una ciudad de Sicilia aliada de Atenas, Segesta (Egesta), entró en guerra con la ciudad de Selinunte. Los selinuntios eran aliados de Siracusa (ciudad de la costa jónica de Sicilia, una especie de hermano mayor de Selinunte), y Siracusa atacó Segesta. El pueblo de Siracusa era étnicamente dorio (como los espartanos), y los segestos eran jonios (como los atenienses). No es que los segestos tuvieran una gran alianza con los atenienses, pero usaron el argumento de que, si Siracusa salía impune de la disputa, tomaría toda Sicilia, y tras eso se les unirían los espartanos. Y esa nueva alianza podría destruir a Atenas.
En Atenas se generó una discusión. ¿Por qué Siracusa, la única democracia mediterránea además de Atenas, iba a terminar uniéndose con los “autoritarios” espartanos, y viceversa? No parecía lógico. Y si lo hiciera… ¿cómo iba a hacer Atenas para vencer a una ciudad de tamaño y fuerzas similares que estaba a más de setecientas millas náuticas de distancia? Jugar de visitante con un enemigo poderoso no parecía la mejor opción.
No parecía ser una cuestión de temor o de reputación; tras haber masacrado a los melios, los atenienses no iban a ser acusados de débiles por dejar a su suerte a la remota Segesta. Además, si Atenas acudía en su ayuda, no era ilógico pensar que otras pequeñas poblaciones empezarían a pedir la ayuda ateniense una tras otra…
La asamblea ateniense siempre había confiado en que los líderes dominaran sus emociones y usaran la cabeza. Pero no había tantos líderes para discutir el asunto, y las distintas posiciones se resumieron en dos de ellos: Nicias (el de la paz) y Alcibíades (sí, otra vez él). Nicias, general experimentado, rechazaba verse arrastrado a una guerra con la que Atenas “no tenía nada que ver”. Alcibíades, impetuoso y presumido, afirmaba que los siracusanos eran “una caterva fácilmente sobornable” (mirá a los atenienses, sobornando…), y que la victoria en tierras sicilianas expandiría el imperio ateniense hacia el Mediterráneo occidental. “Si dejamos gobernar a otros, corremos el riesgo de terminar siendo gobernados por ellos”, decía.
Percibiendo que el aura de Alcibíades predominaría, Nicias utilizó un plan B y planteó los enormes costos que demandaría la expedición a Sicilia. Pero eso no hizo más que producir el efecto opuesto: el entusiasmo por ir y arrasar Sicilia se tradujo en ovaciones para Alcibíades (la estupidez es inmemorial, indiscutiblemente).
Así que allí fueron hacia Sicilia 164 trirremes (navíos con tres niveles de bancos de remo) y navíos de carga, 5.100 hoplitas (ciudadanos-soldados), 480 arqueros, 700 honderos, 30 jinetes. Designaron a Nicias como comandante y a Alcibíades como lugarteniente. Mientras Nicias se ponía la palma de su mano en la frente, Alcibíades explotaba de entusiasmo. Transportar caballos no era tan fácil, así que llevaron apenas unos 30; el enemigo, en cambio, tenía cientos de ellos. Las cosas fueron todo lo mal que podían ir, y peor. Nicias se enfermó y nunca se recuperó del todo. Alcibíades (que había dejado en Atenas un juicio pendiente por libertinaje y excesos varios) fue llamado a Atenas para dicho juicio (oportunísimo, el llamado); así que el avasallante guerrero… desertó, y se fue a… Esparta. Un grande.
Los sicilianos lucharon con gran valentía; aguantaron al principio, y Esparta echó el ojo a lo que estaba pasando. Así que se unió a los Corintios y enviaron una flota común que hundió a los barcos atenienses en el puerto de Siracusa. Nicias pidió refuerzos, Atenas envió más barcos al mando de Demóstenes, pero eso no cambió el resultado.
La mayoría de los atenienses sobrevivientes no tenían cómo volver a casa. Con la moral por el suelo y ya sin disciplina alguna, se quedaron sin víveres y se rindieron. Fueron encerrados en las canteras de Siracusa, al sol, sin comida ni agua, rodeados de cadáveres en descomposición que aumentaban en número día a día. Algunos fueron hechos esclavos, la mayoría murió; Atenas perdió así casi la mitad de sus fuerzas militares.
Mientras tanto, los aliados de Atenas empezaron a rebelarse y a dejar de pagarles sus impuestos, la Liga de Delos se debilitó enormemente, Esparta comenzó a apoyar rebeliones en estados bajo dominio de Atenas y fue destruyendo el resto de la flota ateniense.
Esto precipitó la tercera y última parte de la guerra del Peloponeso.
Ni hace falta decir quién fue el triunfador.
La estupidez es inmemorial, parece.
Frase repetida.
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