Aún hoy existen grupos de cazadores-recolectores en ambientes marginales, desérticos y en el Ártico; y si bien tienen los ajustes dados por algún contacto con la sociedad moderna, el estudio de dichos grupos es una fuente de información y conocimiento. Los hallazgos arqueológicos, la paleopatología y el estudio que los antropólogos hacen desde hace 200 años sobre los grupos de cazadores-recolectores son también fuentes de información que ayudan a comprender la evolución de las costumbres humanas.
Los cazadores-recolectores prehistóricos realizaban muchas caminatas a paso veloz persiguiendo a sus presas, entre 20 y 25 km por día. Su dieta estaba formada principalmente por frutas y verduras que recolectaban, ya que eran más fáciles de conseguir que los animales. Las plantas silvestres son más fibrosas que las cultivadas, de modo que aquellos humanos ingerían alimento que favorecía el proceso intestinal.
La carne era apreciada pero menos abundante, y los grupos humanos, por supuesto nómades (se movían detrás de la comida), trataban de quedarse más tiempo en aquellos lugares en los que había más cantidad de animales grandes, más fáciles de cazar que los pequeños. La carne de los animales salvajes contiene mucho menos grasa que la de los animales domesticados que comemos hoy, así que entre la carne, las verduras y frutas, la dieta era bastante equilibrada y eran por lo tanto muy raras las deficiencias nutricionales o enfermedades relacionadas como la anemia.
Todas las actividades eran cooperativas y las personas dependían de los demás para una obtención exitosa de alimentos, que era el objetivo humano principal. Las mujeres amamantaban a sus hijos por largos períodos, por lo cual tenían hijos más espaciadamente ya que el amamantamiento reduce la posibilidad de una nueva concepción. Ese hecho, el continuo ejercicio y el infanticidio contribuían a que el crecimiento poblacional no fuera muy notable; además, el 20% de los niños moría antes del año de edad.
Un grupo de cazadores-recolectores estaba formado por entre 30 y 50 personas, muchos de ellos parientes, y todos se conocían bien. Dentro del grupo los alimentos se compartían en forma equitativa; no había reyes, sacerdotes o jefes que demandaran o recibieran más que los demás. Es más: quienes trataban de imponerse a los demás eran motivo de risa, y si su conducta persistía eran asesinados (de pocas pulgas, los muchachos de antes). Posiblemente una de las razones por las que compartían todo era el hecho de que no podían almacenar alimentos, sobre todo la carne. Así que si algunos del grupo cazaban un animal grande comían todos hasta hartarse, ya que no había forma de conservar carne sobrante para los días en que no hubiera animales que pudieran cazar. Compartían el animal cazado entre todo el grupo; y cuando otro del grupo cazaba algo también lo compartía, ya que no podría comérselo todo. Solidarios a la fuerza, digamos. Durante decenas de miles de años, los humanos que compartían lo pasaban mejor que los que no lo hacían, y hay evidencia de que en los lugares donde era posible almacenar de manera limitada (en las latitudes nórdicas, por ejemplo), las sociedades, aún siendo pequeñas, tendían a ser más desiguales. El hecho de que no hubiera jefes en los grupos tenía sus problemas: en los encuentros violentos con otros grupos nadie ponía orden, nadie aceptaba consignas de nadie, eran “batallas anárquicas” de principio a fin.
Los cazadores-recolectores estaban exentos de algunas enfermedades infecciosas como la viruela, la tuberculosis o el sarampión; pero sí padecían la malaria y muchas enfermedades de origen animal cuyos huéspedes habituales son los animales o la tierra, como las parasitosis. Su esperanza de vida era de entre 20 y 30 años, variando de acuerdo a las condiciones locales y a la disponibilidad de alimentos.
Los grandes animales proveían una dieta rica y balanceada pero la misma cacería los iba extinguiendo, lo que forzaba a los humanos a consumir más plantas y semillas y a cazar animales más pequeños que eran más difíciles de capturar, como los roedores.
A medida que el alimento se volvió más escaso, las condiciones humanas “favorables” (buena nutrición, mucho tiempo de ocio, igualdad) empeoraron. Hasta que, hace unos 12.000 años, los humanos comenzaron a reemplazar la recolección por la agricultura. Empezaron a domesticar plantas y animales, reconocieron los ciclos de fertilidad de la tierra, comenzaron a aprovecharse de la reproducción de los animales domesticados, los usaron para trabajar la tierra, comenzaron a guardar semillas y cosechas, etc, etc. Todo eso introdujo cambios en la manera de vivir: los grupos se hicieron sedentarios, eso aumentó el índice de fertilidad y por lo tanto se incrementó la población, con lo que se fueron formando las sociedades. Había excedente de alimentos y eso hizo que fuera necesario guardarlos. Pero aún había que seguir consiguiendo alimentos, así que había que poner a alguien a cuidar lo que se almacenaba. Entonces había que decidir si el que cuidaba tenía el mismo valor para el grupo que el que cazaba o sembraba, así que hubo que empezar a discutir un montón de cosas. Fue apareciendo el canje, que derivaría en dinero, y los tomadores de decisiones, que derivarían en líderes, luego jefes, luego… bueno, ya sabemos cómo sigue la cosa.
Las plantas domesticadas son, en general, menos nutritivas que las silvestres y la variedad de sus nutrientes es menor en cada una; los animales domesticados tienen más grasa, ellos también son sedentarios en comparación con sus antecesores salvajes. El humano empezó a alimentarse de manera diferente y a utilizar sus energías en otras actividades.
Es posible que la agricultura haya sido el menor de los males; la perspectiva de un granjero de vida sedentaria posiblemente fuera mejor que la perspectiva de vivir dependiendo de semillas salvajes cada vez más difíciles de encontrar y de animales cada vez más pequeños y difíciles de cazar. Pero es indiscutible que la agricultura obligó al humano a trabajar más horas y más duro. La agricultura trajo aparejada la posesión de propiedades, las jerarquías dentro de la sociedad, las autoridades, las leyes, los contratos, la burocracia, y detrás de todo eso, la desigualdad. También aumentaron las guerras, digámoslo, pero en este caso debido a que los grupos de gente eran cada vez más numerosos en cantidad y en componentes. Antes eran pocos y también se peleaban, proporcionalmente.
El asentamiento de las poblaciones, el aumento de la cantidad de habitantes, la domesticación de animales, la convivencia prolongada de mucha gente, trajo también nuevas enfermedades como la tuberculosis, la viruela, el sarampión. La contaminación del agua y los alimentos por los excrementos humanos (la llamada transmisión fecal-oral) se hizo más difícil de prevenir, la sanidad más difícil de proveer debido a la creciente cantidad de gente. Además, los alimentos guardados también se degradaban y eran otra fuente de enfermedades. Las comunidades agrícolas estáticas también limitaban la diversidad de alimentos, lo que llevó al intercambio y al comercio con otras comunidades, lo que a su vez trajo nuevas enfermedades infecciosas para las cuales las comunidades no tenían inmunidad previa (la llegada de los españoles a América es el mejor ejemplo).
No hay evidencia de un aumento en los años de vida promedio miles de años después del establecimiento de la agricultura; sí aumentaba la población porque las mujeres tenían más hijos que sus antecesoras cazadoras-recolectoras. Sin embargo, lógicamente, cuando había epidemias o hambrunas por mal clima o malas cosechas, la población decrecía; este equilibrio malthusiano se mantuvo durante milenios.
En brevísimo resumen, algunos patrones y costumbres se rompieron y otros se mantuvieron a lo largo de la historia humana. Lo que sí parece claro es que durante el 95% del tiempo que llevan sobre el planeta, los humanos se las arreglaban de otra manera.