La figura del verdugo infundía temor hasta en los peores criminales; en tiempos lejanos manejaba el hacha, la guillotina, la horca o el instrumento que se hubiera designado para acabar con la vida del condenado; más acá en el tiempo, los verdugos empezaron a ser responsables de manejar artilugios más modernos como la silla eléctrica o los dispositivos de la inyección letal.
En épocas pasadas, castigar con la muerte era algo habitual y era frecuente que dicho castigo fuera llevado a cabo en público. En la antigua Roma, por ejemplo, el trabajo de verdugo era ejercido por funcionarios públicos llamados “lictores”, aunque en algunos casos los esclavos eran obligados a cumplir ese rol.
En la Edad Media muchos criminales se escapaban antes de ser ejecutados. Entonces, cuando atrapaban a alguno, buscaban acabar con ellos organizando un espectáculo público. Con el transcurrir del tiempo, ese evento ideado para dar ejemplo y evitar que la sociedad se acostumbrara a ver el crimen como una forma de vida se fue transformando en un verdadero circo. Los días de ejecuciones el ambiente se caldeaba desde la mañana y la gente de la calle se acercaba al espectáculo; en algunos lugares hasta se ofrecían entradas a los gritos: “¡Al lado del patíbulo!”
Las ejecuciones públicas eran importantes para la sociedad; eran una especie de “espectáculo de la moralidad” en el cual el verdugo jugaba un papel central. Pero la frecuencia cada vez mayor de estos eventos hizo que la justicia comenzara a asociarse con la crueldad, y los verdugos empezaron a ser vistos como personajes brutos y sádicos que se regodeaban en matar. A causa de eso los verdugos y sus familias tenían mala reputación; eran discriminados, sus conciudadanos eludían su trato y eran rechazados por la misma sociedad que pedía a gritos la muerte del criminal. Este aislamiento social los ubicaba a la altura de las prostitutas, los leprosos o los mismos delincuentes que eran ejecutados por ellos.
Por eso, usualmente los verdugos vivían en las afueras de la ciudad; algunas escuelas ni siquiera aceptaban a sus hijos y en algunos mercados se les prohibía poner las manos sobre la mercadería en venta, por lo que tenían que ir con una vara o palo para señalar lo que querían comprar. La costumbre popular sostenía que la mano del verdugo, como la del leproso, causaba podredumbre en lo que tocaba; nadie quería que los verdugos tocaran sus cosas.
Ese rechazo llevó a que en el siglo XVII, inicialmente en Inglaterra, los verdugos empezaran a usar una máscara para tratar de preservar su anonimato. La máscara no buscaba causar más terror ni generar inquietud; simplemente era un recurso para que el verdugo pudiera vivir en forma más normal entre los ciudadanos de bien. La máscara derivó luego en una vestimenta especial: una túnica oscura con una capucha para ocultar la cara y proteger la identidad del verdugo.
Como contrapartida, ese mismo rechazo que generaban en la sociedad hizo que los verdugos obtuviesen beneficios a cambio de mantenerse en el puesto. Tenían un muy buen salario, al que se sumaban una serie de dádivas o comisiones que podían recaudar entre los comerciantes de la zona donde se hacían las ejecuciones, ya que los días de ejecución estos hacían muy buen dinero. A veces hasta recibían alguna propina de los familiares del condenado a ejecutar, a cambio de que no lo hiciese sufrir demasiado.
A pesar de la muy buena retribución, los ciudadanos seguían viendo ese trabajo como indeseable y las autoridades locales debían insistir y a veces hasta perseguir a algunos “candidatos” para que se decidieran a aceptar el cargo. Era frecuente que el elegido para ser verdugo fuera un carnicero experimentado, aunque cualquiera era bueno para acabar con los criminales condenados. En algunos lugares centroeuropeos, el encargado de las ejecuciones era el adulto más joven de la ciudad. En otros lugares esa suerte recaía en el último “recién casado” de la ciudad, bajo el pretexto de que era una forma de pagar una imaginaria deuda contraída por su ingreso en la sociedad civil. Zaraza.
A lo largo del tiempo este oficio frecuentemente fue pasando de padres a hijos, de generación en generación dentro de una misma familia. También era frecuente que se celebraran matrimonios entre familias cuyos integrantes ejercían el oficio del verdugo. Otro detalle: a los verdugos no se les permitía pisar una iglesia ni para casarse; de hecho, la boda de un verdugo solía celebrarse en su propia casa.
En el siglo XVII se le dio al verdugo el cargo de funcionario público, y esto hizo que su oficio terminase de profesionalizarse. Se les exigía eficiencia en su trabajo; tenían que practicar sus golpes con calabazas y decapitar animales antes de que los declararan preparados y aptos para comenzar a ejecutar personas.
En algunos lugares las leyes obligaban al verdugo a decapitar al reo con menos de tres golpes de hacha; si la ejecución se prolongaba y se convertía en una carnicería, el verdugo podía sufrir consecuencias, incluso ser atacados por espectadores furiosos que hasta en alguna ocasión llegaron a matar a alguno; las autoridades castigaban a verdugos “poco eficientes” reteniendo su sueldo, encarcelándolos o despidiéndolos. Todo muy prolijo.
También había ciudades que ofrecían buenas recompensas a los verdugos que llevaban a cabo su trabajo de la forma eficiente y limpia. Eso hizo que muchos de ellos se convirtieran en auténticos expertos en anatomía humana; un ejemplo más que curioso es el de Frantz Schmidt, que además de conocer los pormenores de la anatomía humana también ejercía como médico.
La profesión de verdugo fue evolucionando hasta que en el siglo XIX, impulsadas por la necesidad económica, muchas personas con cierta educación –maestros, médicos, militares, abogados– se interesaron por las plazas vacantes para el puesto de verdugo.
En la actualidad los verdugos aún existen. No es un trabajo llevadero, sin duda. Quienes lo ejercen suelen tener trastornos del sueño, depresión, irritabilidad y enfermedades psicosomáticas. En los lugares en los que se aplica la pena de muerte, los verdugos reciben obligatoriamente tratamientos psicológicos de manera constante para evitar o minimizar estos problemas.
El argumento de los verdugos suele ser “no soy yo el que mata, la que mata es la ley”. Por eso sería oportuno sobrevolar la situación de la pena de muerte en los tiempos que corren.
“Si matar está mal… ¿por qué el Estado mata como castigo? Y si matar está bien… ¿por qué se castiga a quien mata?” (Marqués de Sade)
Amnesty International clasifica a los países en cuatro grupos tomando en cuenta su posición con respecto a la pena de muerte: los países que han abolido completamente la pena de muerte, los países que aún aplican la pena de muerte, los países que la mantienen para crímenes cometidos en circunstancias excepcionales como terrorismo, traición a la patria o crímenes cometidos en tiempo de guerra, y los países que mantienen la pena de muerte pero están en un período de interrupción de la misma (denominado “moratoria”). En diciembre de 2007, la Asamblea General de la ONU emitió la resolución 62/149, en la que se pidió a los países que aún mantenían la pena de muerte que establecieran una moratoria de las ejecuciones por 10 años, con la perspectiva de abolir definitivamente esta pena. La resolución fue apoyada por la mayoría de los países del mundo. De hecho, luego de cumplirse los 10 años de la propuesta original, la mayoría de los países firmantes han decidido mantener la suspensión de la pena de muerte. Hay que decir que si bien eso parece bueno, otra mirada permite señalar que esos mismos países no han abolido definitivamente la pena de muerte sino que la mantienen “suspendida”, lo cual, habiéndose cumplido ya el plazo de los 10 años, les permitiría eventualmente volver a aplicarla cuando lo consideren conveniente a sus intereses. Algo así como jugar a dos puntas.
En América, el primer país en abolir la pena de muerte fue Venezuela en 1863. Actualmente se aplica la pena de muerte en Estados Unidos, Granada y Dominica. En Cuba, Chile, Antigua y Barbuda, Perú, Guyana, Trinidad Tobago, Nevis, Santa Lucía, Guatemala y El Salvador se aplica en forma selectiva en casos especiales, como fue consignado (terrorismo, guerra, traición, etc.).
En Estados Unidos se aplica en casos de homicidio (según la gravedad), asesinatos en serie, espionaje, traición, terrorismo, narcotráfico (cuando se trata de grandes cantidades). La pena de muerte está vigente en todo el país en lo que se refiere a delitos federales y militares; para los delitos civiles estatales, hay 31 estados que mantienen vigente la pena de muerte y en 19 estados y en el D.C. la pena de muerte fue abolida.
En Europa, el primer país en abolir la pena de muerte fue Islandia en 1928. Actualmente, sólo Bielorrusia la aplica plenamente. En Rusia, el código penal estipula la aplicación de la pena de muerte para cinco delitos: asesinato con circunstancias agravantes, intento de asesinato contra una figura estatal o pública, atentar contra la vida de alguien que administra la justicia, atentar contra la vida de un oficial de policía y genocidio. En Rusia existe una moratoria sobre las ejecuciones desde 1996, y desde 2009 se prorrogó la misma hasta el presente.
En África, 7 países aplican actualmente la pena de muerte: Guinea ecuatorial, Lesotho, Malí, Mauritania, Níger, República Democrática del Congo y Somalía. Muchos otros la aplican en casos especiales (algunos en casos “no tan especiales”, hay que decirlo): Argelia, Botswana, Zambia, Túnez, Camerún, Egipto, Libia, Uganda, Marruecos, Zimbabwe, Nigeria, Etiopía, Kenya, Sudán, Sudán del Sur, Tanzania, Swazilandia, República Centroafricana.
En Asia, aplican actualmente la pena de muerte Afganistán, Arabia Saudita, Bangladesh, Barein, Corea del Norte, Qatar, India, Jordania, Vietnam, Sri Lanka, Omán, Siria, Thailandia, Pakistán, Singapur, Laos, Líbano, Kuwait, Irán, Irak, Taiwan, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia.
En China, la pena de muerte está establecida para muchos delitos: malversación, violación de un niño, fraude fiscal, ataque con explosivos, tráfico de personas, robo, asesinato, poner en peligro la seguridad nacional, terrorismo, bigamia, robo de combustible, aceptar un soborno, evasión tributaria, robo de tarjetas de crédito, hacking, producir un accidente por conducir en estado de embriaguez, espionaje. Mejor no hacer lío en China. O hacerlo si uno tiene más de 75 años, ya que después de esa edad la pena de muerte sí queda abolida. En Hong Kong y Macao se ha abolido la pena de muerte.
En Japón sólo se impone la pena de muerte para casos de homicidios múltiples o de asesinatos con circunstancias agravantes. En Israel la pena de muerte ha sido abolida para delitos comunes desde 1954; sólo está contemplada para casos de crímenes contra la humanidad y traición. En Palestina se aplica en casos de asesinato, violación y por colaborar con fuerzas israelíes para asesinar palestinos.
En Oceanía, sólo se aplica la pena de muerte en Papúa Nueva Guinea y Tonga.
En Argentina, la pena de muerte fue abolida por el Código Penal en 1922.
Sin embargo fue reestablecida en varias ocasiones: por ley marcial, entre el 6 de septiembre de 1930 y el 20 de febrero de 1932; por ley marcial, entre el 9 de junio de 1956 y el 13 de junio de 1956; también entre el 2 de junio de 1970 y el 27 de mayo de 1973, y entre el 25 de junio de 1976 y el 9 de agosto de 1984.
Después de eso, la pena de muerte aún seguía contemplada dentro del Código de Justicia Militar, que en su artículo 476 decía: “El condenado a pena de muerte será fusilado en presencia de tropa formada, en el lugar y a la hora que designe el presidente de la Nación o el jefe que ordenó la ejecución. Allí mismo será cumplida previamente la pena de degradación, cuando le hubiere sido impuesta”. El Código de Justicia Militar fue derogado en 2008, siendo reemplazado por un régimen de sanciones para el personal militar. Con su derogación desapareció completamente la pena de muerte, ya que este código era el último que la contemplaba.