Las flores custodian la tumba de Borges en el cementerio de Plainpalais, Ginebra, donde eligió pasar lo mucho o lo poco que le queda de eternidad. Escogió también a otros vecinos para ese tiempo, al dejar aquí, en su tumba recoleta, el afecto de su madre y las glorias marciales de sus mayores ‒en busca de esas flores que hoy languidecen frente a las letras celtas de un poema épico y el recuerdo de “Ulrica” a Javier Otárola, cuyo amor trágico conduce inexorablemente a la muerte‒.
Al dejar atrás a sus antepasados nacionales, buscó en este parque de árboles y flores la compañía de otros con pasados no menos ilustres. ¿Quiénes comparten con Borges su descanso ginebrino?
Ante todo, cabe recordar que Plainpalais está a escasas cuadras de la vieja ciudad de Ginebra. Su nombre deriva de palus planus (planicie cenagosa) por su proximidad con las márgenes del Arve, río que solía desbordarse. A pocos metros de allí, corre el Ródano y, cerca del centro de Ginebra, está el lugar donde el César cruzó este río con sus legiones.
En Plainpalais se enterraba a las víctimas de las epidemias hace más de mil años. Hacia el 1400 funcionó allí un hospital, que sepultaba a sus difuntos en las proximidades. Este cementerio se llamaba Cimetière de Rois, no porque fuera tierra de reyes, sino porque en su vecindad se celebraba un concurso de tiro de ballesta llamado Del Rey.
Allí está enterrado Jean Calvin, el reformador ginebrino que imprimió a la ciudad sus aires de severo recato. Nadie sabe dónde se encuentra su sepultura ya que, en esos años, era muy frecuente que las tumbas se volviesen a utilizar pasado un tiempo, cuando se cumplía el precepto bíblico de volver al polvo primigenio. Solo una placa recuerda su disuelta presencia en este cementerio. Cabe mencionar que Borges había asistido al Liceo Jean Calvin durante sus años de permanencia en la ciudad.
No muchos argentinos saben que en el mismo camposanto, descansa otro célebre connacional, el maestro Alberto Evaristo Ginastera (1910-1983), eminente compositor, que después de vivir unos años en Estados Unidos, se trasladó a Ginebra. Allí se casó con la violonchelista Aurora Nátola, a la que le dedicó sus sonatas para violonchelo y piano y su segundo concierto para el mismo instrumento. Cerca de Ginastera, se encuentra el director suizo Ernest Ansermet (1883-1969), de prolongada actuación en Buenos Aires como conductor de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Si de música estamos hablando, no podemos dejar de nombrar a Rodolphe Kreutzer (1766-1831), el célebre virtuoso del violín al que Beethoven le dedicara una de sus sonatas más famosas. En realidad, el compositor le dedicó esta obra a un violinista mulato llamado Bridgetower, pero un problema de faldas hizo que este tachara la dedicatoria original para ofrecérsela al virtuoso alemán. Kreutzer aceptó el cumplido, pero jamás ejecutó la obra. León Tolstói escribió una conocida novela con el nombre de esta sonata. Al igual que los restos de Jean Calvin, los de Kreutzer se han perdido y solo queda un cenotafio en el lugar donde fue inhumado. También, enterrado en Plainpalais, está Émile Jaques Dalcroze (1865-1950), fundador del instituto musical que lleva su nombre.
Los pintores que allí descansan son poco conocidos para nosotros. Está Alexandre Calame (1810-1864) y François Diday (1802-1877), paisajista romántico que cuenta con una enorme piedra sobre su tumba. Los escultores Pedro Meylan (1890-1954) y Carl Angst (1875-1965) coronan su descanso con sendas obras de su autoría.
El poeta Simon Rapin (1901-1988) tiene la escultura de un ave estilizada descansando sobre sus restos mortales, que remite a su más célebre poema. Perdido su rastro entre estas tumbas, en algún lugar de Plainpalais, yace Rodolphe Töpffer (1799-1846), el poeta suizo que cantara la melancolía de este cementerio.
Asimismo, muchos políticos descansan en este lugar convertido en Panteón de la ciudad, como André Chavanne (1916-1990), médico y presidente del partido socialista, James Fazy (1794-1878), fundador del partido radical ginebrino, y por supuesto el general Guillaume Henri Dufour, responsable de la unión de la Confederación Suiza, y uno de los fundadores de la Cruz Roja. Una obra del ya mencionado Pedro Meylan honra la memoria de Léon Nicole (1887-1965), líder socialista, cuyo lema “todo para el pueblo, todo por el pueblo” se inscribe como epitafio.
Entre los educadores que habitan esta necrópolis están las tumbas monumentales de Thomas (1817-1900) y Robert Harvey (1820-1910), profesores de inglés de generaciones de ginebrinos quienes, a través de estas placas, testimonian su reconocimiento. Ambos murieron antes que Borges estudiase en Ginebra, pero suponemos que quizás fueron ellos quienes, indirectamente, inspiraron en nuestro escritor su afición por la literatura inglesa.
Jean Piaget (1896-1980), el gran maestro de la pedagogía moderna -que obtuvo una docena de títulos de doctor honoris causa de varias universidades del mundo-, es uno más de los compañeros de inmortalidad de Borges.
Otras celebridades comparten este espacio, algunas accidentales, como la joven hija de Fiódor Dostoyevski, Sofía, muerta en Ginebra a los 3 meses de edad (circunstancia dolorosa que llevó a su padre al borde de la locura), y otros como Étienne Dumont (1759-1829), filósofo discípulo de Jeremy Bentham y del conde de Mirabeau, que vivió y murió en Ginebra. También está Gina Ferrero Lombroso, hija del célebre criminalista que escribió la biografía del doctor, y Gustave Moynier, otros de los fundadores de la Cruz Roja.
William de La Rive se desempeñó como defensor del capitán Dreyfus durante el juicio que sacudiera la política francesa y que terminó con el célebre “J´acusse” de Émile Zola.
Stückelberg von Breidenbach (1905-1984), un profesor de Física, erigió a pocos metros de donde descansa Borges un cigüeñal como mecánico epitafio.
El vecino más próximo de Borges luce dos manos entrelazadas que señalan el lugar de reposo de François Simon (1917-1982), conocido actor y director suizo, fundador del Teatro del Carrousel. Las manos que coronan su tumba evocan La catedral de Auguste Rodin, dejando entre ellas un espacio ojival, como el de una iglesia gótica.
Lugar de recogimiento abierto al público, muchos ‒como Borges‒ pensarán en la hermosa serenidad de las tumbas, “testigos de la muerte, única y personal como un recuerdo”. Otros, al caminar entre estas lápidas, encontrarán las palabras elegidas por Louis Guillaume Erath, persona del que no existe otro recuerdo más que el texto del Eclesiastés que escogió como epitafio: “Todo es vanidad”, aunque la actitud de otros habitantes de Plainpalais parece poner en duda esta afirmación. Para terminar este recorrido entre los vecinos de eternidad, una nueva habitante del cementerio, Grisélidis Real (1929-2005), activista feminista, periodista y escritora, célebre por sus escándalos para exaltar su condición de mujer, eligió dejar consignada en su lápida, como una gran distinción, haber ejercido el oficio que algunos afirman que es el más antiguo de la humanidad.
Texto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato – Disponible en la tienda online de OLMO Ediciones.