Vasili Kandinsky es un personaje completamente inseparable de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX y quizás por eso resulte sorprendente saber que hasta los treinta años no tuvo la intención de ser pintor. Él había nacido en 1866 en el seno de una familia acomodada en Rusia y, aunque siempre le inculcaron un amor por el arte, en 1886 ingresó a la Universidad de Moscú a estudiar Derecho y Economía, actividades que ejerció hasta 1896. Recién cuando estuvo por entrar en la tercera década de su vida, habiéndose maravillado frente al color y la luz en los Almiares de Monet, tomó la decisión de partir de Rusia a Múnich con la determinación de convertirse en un artista.
Instalado en su nueva patria, pasó por varias instituciones entre 1896 y 1900, pero finalmente emergió con un diploma en artes otorgado por la Academia de Múnich. Toda la primera etapa de su carrera, menos conocida que su trabajo posterior, denota una fuerte inspiración del Impresionismo y de las ramificaciones del Postimpresionismo, especialmente de los movimientos expresionistas y fauvistas, llegando a participar de grupos vanguardistas como Phalanx, el Sezession de Múnich, Die Brücke y Der Blaue Reiter, grupo que cofundó con Franz Marc. Aunque quizás sea una exageración considerarlo como el fundador del arte no figurativo, ciertamente fue uno de sus primeros grandes exponentes. Desde siempre había tenido una obsesión por el color y las formas, y aproximadamente a partir de 1909 se empieza a ver un cambio muy importante en la pintura de Kandinsky especialmente en lo que se refiere al progresivo abandono del tema. Así es que uno puede ver claramente una progresión en este sentido empezando en cuadros como Montaña Azul (1908) e Improvisación XIV (1910), que ya desde el mismo título sugiere un cambio, y los cuadros puramente abstractos del período 1912-14 como Con arco negro (1912) y Líneas negras (1913).
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, Kandinsky decidió abandonar Alemania y retronó a Rusia. Esta nueva etapa en su país natal probó ser un momento muy fructífero en su vida, especialmente después del fin del conflicto y la instalación del gobierno soviético. No sólo gozaba de gran aprobación social, sino que la nueva URSS, que en un principio se mostró sumamente interesada por cultivar el arte de vanguardia, lo convocó especialmente y alentó su participación en organizaciones estatales. De esta forma, entre 1918 y 1921 tuvo una actuación destacada como profesor en diferentes instituciones como la Academia de Bellas Artes y la Universidad de Moscú, a la vez que fundó otras nuevas como el Instituto de Cultura Artística y la Academia Estatal de Ciencias Artísticas. Para finales de 1921, sin embargo, el gobierno de la URSS empezó a virar en términos estéticos y se favoreció el surgimiento del Realismo Socialista en detrimento de la vanguardia, por lo que Kandinsky tomó la decisión de volver a Alemania. Su retorno a este país estuvo motivado, además, por una invitación de Walter Gropius a formar parte del staff de profesores la hoy histórica escuela de diseño Bauhaus. Esta veta docente era algo que él venía cultivando desde hacía varios años y que parece que lo hacía especialmente feliz, algo evidente cuando uno analiza la cantidad de ejercicios que produjo para sus clases. Así es que en Weimar y luego en Dessau, a donde se mudó la institución en 1925, Kandinsky enseñó pintura como parte del programa general de artes y desarrolló a fondo sus teorías pictóricas. Que tenía una forma especial de concebir el arte, no es ningún secreto a esta altura de su vida y sus libros, Sobre lo espiritual en el arte (1911) y Punto y línea sobre el plano (1926), son documentos valiosísimos que permiten adentrarse en lo que se podría llamar la “cientificidad” del arte que Kandinsky imaginó. Ya fuera desde la elección de las formas o los colores, para él el arte, más que buscar lograr una fiel representación de objetos de la realidad, debía ser capaz de transmitir un estado interno. Aunque suene similar al expresionismo – a donde el objetivo, de alguna manera, es materializar las sensaciones del artista – la pintura, para Kandinsky, no se debe limitar a expresar meramente los propios sentimientos, sino que debe ser usada más como un lenguaje visual que, prescindiendo a veces completamente de un tema, interpele al espectador y logre situarlo exactamente en un estado anímico. De esta manera surge una estética ultra calculada que tiene su mejor exponente en algunos de los cuadros más icónicos de Kandinsky de la década del veinte, como Composición VIII (1923), Amarillo-Rojo-Azul (1925) o Pequeño sueño en rojo (1925).
Por supuesto que sus consideraciones acerca del poder del arte para manipular a las personas pueden ser puestas en tela de juicio, pero no hay duda de la seriedad con la que Kandinsky asumía esta posición al ver la especial atención que prestó a difundir los usos éticos de este lenguaje. Se puede considerar que tan errado no estaba, ya que uno de los ejemplos más dramáticos del uso de la vanguardia artística como forma de tortura lo incluyó indirectamente. En 1938 en Barcelona, durante el contexto de la Guerra Civil Española, el artista francés Alphonse Laurencic diseñó, con los libros de Kandinsky en la mano, una cárcel para prisioneros del bando franquista. Las imágenes de las celdas hoy nos remiten a una instalación artística, pero en este caso, en vez de generar asombro, la elección de los colores y la disposición de los elementos se realizó con la intención de producir miedo e incomodidad, logrando una efectividad que varios prisioneros luego confirmaron.
Más allá de los usos espurios de sus teorías, los años de Kandinsky en la Bauhaus fueron años de auge. Auge que, sin embargo, llegó a su fin en 1933 con el advenimiento del nazismo. Por considerarla una difusora del arte “degenerado”, se cerró lo que quedaba de la escuela y sus profesores se dispersaron por el mundo. En el caso puntual de Kandinsky, él emigró a París y allí continuó dedicándose a la pintura hasta su muerte el 13 de diciembre de 1944. Estos últimos años de su carrera resultan llamativos a nivel pictórico ya que representaron un abandono de la abstracción geométrica en favor de algo que llamó “arte concreto” y que, de alguna manera, sintetizan sus ideas de los veinte con su estilo de principio de siglo. Estos cuadros tardíos de Kandinsky – como Composition (1940) o Sky Blue (1940) – sorprenden porque representan una suerte de retorno a algo parecido a la figuración o, más bien, al desarrollo de un nuevo lenguaje visual basado en figuras que remiten a organismos biológicos microscópicos.
A pesar de la guerra y la ocupación alemana, nunca dejó de exhibir sus cuadros e, incluso, logró atraer a figuras como Solomon R. Guggenheim, quien llegó a adquirir casi 150 de sus pinturas y que se volvería uno de sus más importantes difusores. Al día de hoy, sea comprendida o no, la obra de Kandinsky se mantiene como una de las más personales y reconocibles de la historia del arte y su nombre quedó definido como un sinónimo de vanguardia.