Varios países expresaron su disposición y se postularon para organizar el torneo. Uruguay era uno de los que más interés demostraba, y el hecho de haber sido campeón olímpico de fútbol en los Juegos Olímpicos de París en 1924 (el subcampeón fue Suiza) y en Amsterdam en 1928 (el subcampeón fue Argentina) tuvo su influencia. Además, en aquel entonces el país estaba en la vanguardia del desarrollo del fútbol, prometió construir un gran estadio (el estadio Centenario) e incluso pagarles los gastos a todos los participantes. Que la FIFA otorgara la organización del torneo a Uruguay disgustó mucho a los países europeos, que argumentaban que el fútbol era un deporte que se había creado en Europa (en Inglaterra, concretamente) y desarrollado en el Viejo Continente.
Los encuentros se disputaron en tres sedes: el Estadio Centenario (con capacidad para 90.000 espectadores), el Estadio Parque Central (20.000 espectadores) y Pocitos (1.000 espectadores).
Sin clasificación previa (por primera y última vez en la historia de los Mundiales no hubo eliminatorias previas), trece selecciones divididas en cuatro grupos disputaron el torneo. El grupo 1 estaba formado por Argentina, Chile, Francia y México; en el grupo 2 jugaron Bolivia, Brasil y Yugoslavia; en el grupo 3 participaron Perú, Rumania y Uruguay; en el grupo 4 estaban Bélgica, EEUU y Paraguay; el ganador de cada zona pasaba a semifinales.
Uruguay era lógico candidato a campeón del torneo por sus recientes antecedentes de bicampeón olímpico, por ser el anfitrión y por la alta calidad de sus futbolistas. Estaban ante la oportunidad de hacer historia ganando el primer Mundial de fútbol de la historia.
Uruguay empezó su camino con alguna dificultad: a pesar de dominar el juego, recién pudo marcarle un gol a Perú a los 60 minutos y con ese gol, convertido por Héctor Castro, logró ganar el partido 1-0. Seguramente aliviado por la victoria en el debut con victoria, el otro partido de la zona fue un paseo: 4-0 a Rumania, con el partido resuelto antes de los 40 minutos (goles de Pablo Dorado a los 7′, Héctor Scarone a los 24′, Juan Anselmo a los 30′ y Pedro Cea a los 35′). Hasta aquí ya todos sus delanteros habían marcado goles, con lo cual su confianza estaba más que elevada.
Y esa confianza no hizo más que confirmarse y con creces en la semifinal, en la que vapuleó a Yugoslavia 6-1. Si bien los balcánicos habían arrancado ganando con un gol tempranero (Bratislav Sekulic), Pedro Cea empató a los 18′ y Juan Anselmo con un doblete (20′ y 31′) puso el partido bajo el poncho; en el segundo tiempo, Victoriano Iriarte a los 61′ y un doblete de Pedro Cea (67′ y 72′) le dieron números definitivos (y catastróficos para los yugoslavos, que ya venían de comerse un 7-0 con los uruguayos en los Juegos Olímpicos) a la semifinal. Un día antes, Argentina había derrotado con idéntico marcador (6-1) y similar baile a Estados Unidos en la otra semifinal; Luis Monti, Alejandro Scopelli y dos dobletes (de Carlos Peucelle y de Guillermo Stábile).
Argentina había llegado a la final ganando los tres partidos de su zona. En su primer partido, frente a Francia, ganaba esforzadamente 1-0 con un gol de tiro libre a los 81 minutos. Y a los 84 minutos… ¡el referee termina el partido! El público uruguayo (amplísima mayoría), que ya había sido hostil al equipo argentino durante todo el partido, entra al terreno de juego a agredir e insultar a los jugadores argentinos. Los jugadores corren a refugiarse en el vestuario. Minutos después, el referee (Gilberto de Almeida Rego, brasileño) va al vestuario, reconoce su error y les pide a los jugadores que regresen a la cancha. El resultado quedó igual. Argentina ya era mirada de reojo, y si era hostigada hasta aquí, la cosa no hizo más que empeorar a lo largo del corto torneo. Después venció 6-3 a México y 3-1 a Chile. Luego, la mencionada brillante actuación en la semifinal frente a Estados Unidos, y a la final contra Uruguay. El clásico rioplatense se forjó en esa primera final entre ambos.
La final, celebrada el 30 de julio de 1930, pasó a la historia. Estuvieron presentes más de 90.000 hinchas (70.000 uruguayos y 20.000 argentinos). El Estadio Centenario abrió sus puertas seis horas antes del partido y dos horas antes del silbatazo inicial estaba completamente lleno. El partido se jugó con dos balones: el primer tiempo con uno argentino, el segundo tiempo con uno uruguayo.
Uruguay salió a la cancha con Enrique Ballestero, Ernesto Mascheroni, José Nasazzi (capitán), José Andrade, Lorenzo Fernández, Álvaro Gestido, Héctor Castro, Pedro Cea, Pablo Dorado, Victoriano Iriarte y Héctor Scarone; el entrenador era Alberto Supicchi. Argentina formó con Juan Botasso, José Della Torre, Fernando Paternoster, Juan Evaristo, Luis Monti, Pedro Suárez, Mario Evaristo, Manuel Ferreira (capitán), Carlos Peucelle, Guillermo Steabile y Francisco Varallo; el entrenador era Juan Tramutola. El árbitro fue el belga John Langenus.
El ambiente era muy (pero muy, eh…) hostil hacia el equipo argentino. Los aficionados eran cacheados de armas en el ingreso al estadio Centenario, tal era el clima que se vivía; aunque se ve que tan bien no cacheaban porque se escucharon disparos celebrando los goles uruguayos. Uruguay inició el partido jugando en forma áspera e intimidante y el público uruguayo sostuvo una agresividad tremenda desde el primer minuto. El equipo argentino estaba angustiado, nervioso, temeroso. Uruguay empieza ganando con un gol de Pablo Dorado a los 12′, pero Argentina lo da vuelta con goles de Carlos Peucelle a los 20′ y Guillermo Stábile (que sería el goleador del torneo con 8 goles) a los 37′, y termina el primer tiempo ganando 2-1. En el vestuario, en el entretiempo, hay versiones que sostienen que hubo “sugerencias subidas de tono” (amenazas, bah…) sobre la “conveniencia” de que Argentina no ganara el partido para que la cosa terminara en paz. Luis Monti se desmorona psicológicamente, Pancho Varallo teme por su integridad física y Fernando Paternoster dice, a voz en cuello: “mejor que perdamos porque si no no salimos vivos de acá.” Uruguay remonta en el segundo tiempo, con goles de Pedro Cea a los 57′ y Victoriano Iriarte a los 68′. El partido se vuelve dramático ya que Argentina asedia a locales en busca del empate, pero faltando un minuto Héctor Castro (apodado “el divino manco” ya que le faltaba su antebrazo derecho debido a un accidente con una sierra eléctrica) hace el cuarto gol y liquida el partido: gana Uruguay 4-2, resultado final.
Jules Rimet entregó la copa a José Nazassi, primer jugador en la historia que levantó la Copa del Mundo.
Salud, Uruguay.