El asesino del presidente James Garfield[1] había nacido en Illinois (Estados Unidos), pero era descendiente de una familia de hugonotes franceses. Algunos de sus parientes tenían antecedentes psicóticos; de hecho, su padre afirmaba ser inmortal (error del que se percató a último momento de su existencia). Además, su esposa había tramitado el divorcio, alegando conductas crueles hacia su persona por parte de su marido.
Charles J. Guiteau había estado preso en varias oportunidades por fraude y estafa. Antes de decidirse a matar al presidente Garfield ‒argumentando una invocación divina, y después de haber sido rechazada su aspiración de ser nombrado embajador en vida‒, este se tomó la molestia de visitar la cárcel donde sería recluido. Al encontrar el lugar de su agrado, prosiguió con sus planes.
El 2 de julio de 1881, mientras Garfield se aprestaba a tomar el tren en la estación de New Jersey, Guiteau corrió hacia a él y le disparó por la espalda. El presidente solo atinó a decir: “Mi Dios, ¿qué es esto?”.
Después del atentado, Guiteau exclamó: “Arthur[2] es presidente ahora”, y a continuación salió corriendo porque, como afirmaría durante el juicio, temía ser linchado. Al ser apresado momentos más tarde, solo se limitó a decir: “Quiero ir a la cárcel”. De hecho, tenía un coche esperándolo para conducirlo a la estación de policía.
Guiteau rechazó al abogado defensor oficial y durante el juicio afirmó: “He venido aquí con la capacidad de una deidad en la materia”. Varias veces aseveró que él no había sido el asesino del presidente Garfield, sino los médicos que lo habían tratado, haciéndose eco de las opiniones emitidas por los periódicos. Efectivamente, a pesar de que el presidente había sido atendido por dieciséis facultativos, no se tomaron las debidas medidas de asepsia y la herida se infectó. Para colmo de males, con el fin de encontrar la bala, se había utilizado un nuevo localizador de metales, ideado por Alexander Graham Bell. Este había precisado dónde se alojaba la bala sin que los cirujanos pudieran encontrarla en el lugar indicado, lo que prolongó innecesariamente la cirugía.[3]
Resultó que los tirantes metálicos de la cama del presidente habían distorsionado los resultados del novedoso localizador magnético. Alexander Bell abandonó su invento y el presidente Garfield murió el 19 de septiembre de 1882.
Condenado Guiteau[4], fue ahorcado en la antigua prisión del Capitolio, el 30 de junio de 1882 a las 12:40. Se dirigió al cadalso recitando un poema que había escrito ese día: “Me dirijo al Señor…”. Había pedido que una orquesta pusiese música a su ejecución, pero el pedido fue denegado… Igualmente jamás dejó de sonreír.
Su cuerpo fue entregado al reverendo Hicks quien, a su vez, se lo dio al cirujano general Charles H. Crane. Este llegó a la bizarra conclusión de que la fimosis peneana que sufría Guiteau era la causa de su insania. Después del servicio fúnebre, fue enterrado en la misma prisión pero, enseguida, se corrió el rumor de que había mucha gente interesada en obtener partes de la anatomía del magnicida como recuerdo… Para evitar escándalos, el cuerpo fue exhumado unos meses más tarde y trasladado al Natural Museum of Health and Medecine en Maryland, donde se preservó su cerebro (aunque una parte de este terminaría en el Mütter Museum en Filadelfia).
El doctor Crane propuso exponer al público el esqueleto del asesino como una sanción ejemplificadora, pero la idea no prosperó. Entonces dispuso de los huesos secretamente. Muy probablemente, estos se encuentren dispersos en las distintas bóvedas del museo, donde recibe un castigo más cruel que la ignominiosa exposición: el olvido.
[1]. Vigésimo presidente de Estados Unidos, y el segundo en ser asesinado durante el ejercicio de su mandato.
[2]. Nombre del vicepresidente que asumió la presidencia.
[3]. La bala no había comprometido la médula, así que no era necesariamente mortal.
[4]. Fue uno de los primeros juicios en Estados Unidos donde se apeló a la insania como defensa. El doctor Edward C. Spitzka, eminente psiquiatra, afirmó que Guiteau siempre había sido un alienado…
Texto extraído del libro TRAYECTOS PÓSTUMOS (Olmo Ediciones).