Hijo de una antigua y encumbrada familia francesa, que incluía entre sus ancestros a compañeros de armas de Juana de Arco e integrantes de la Guardia de Mosqueteros, quedó huérfano de padre a los 13 años. Junto al título de marqués, heredó una gran fortuna que incrementó gracias al enlace con Marie Adrienne Françoise de Noailles, también descendiente de una familia de la alta nobleza de Francia. La novia aportó una dote de casi 400.000 libras.
La Fayette abrazó la carrera militar como lo habían hecho sus predecesores. Mientras se formaba como oficial adhirió a los principios de la masonería.
Al conocer los principios de la Revolución norteamericana, La Fayette decidió que éstos reflejaban sus ideales, y merecían ser defendidos y difundidos.
Como Francia apoyaba a los rebeldes contra el poder de los ingleses, La Fayette exigió ser incluido en el contingente que estaba por viajar a América, a pesar de la resistencia de Luís XVI, quien, a instancias del suegro de La Fayette (el marqués del Noailles), prohibió el viaje del joven.
Determinado a prestar sus servicios a los colonos norteamericanos adquirió una nave, La Victoire, para dirigirse al Nuevo Mundo adonde llegó después de algunos contratiempos con las autoridades francesas, en junio de 1777.
Su condición de masón le abrió las puertas de la dirigencia revolucionaria. En Filadelfia conoció a Benjamín Franklin y George Washington, quienes quedaron impresionados por el entusiasmo del aristócrata para colaborar con esta causa plebeya.
En la batalla de Brandywine, el 11 de septiembre de 1777, fue herido en una pierna. Sin embargo, logró organizar a las tropas y permitir una retirada ordenada. Washington lo citó en el parte de batalla por su “valentía y fogosidad”, recomendándolo para comandar una división a pesar de su condición de extranjero.
A lo largo de dos años, el marqués peleó junto a Washington, Charles Lee (el abuelo del general confederado) y Alexander Hamilton, con quien trabó una larga amistad.
Las autoridades americanas consideraron que La Fayette les sería de gran ayuda si lograba convencer a Luís XVI para que apoyara con más medios la revolución. Gracias al empeño del aristócrata, la monarquía francesa envió un ejército de 6.000 hombres. El esfuerzo económico para sostener este apoyo sería una de las causas de la posterior crisis financiera de Francia… pero entonces, todo era válido para privar a Inglaterra de sus colonias y sus jugosas rentas.
Fue justamente La Fayette quien consiguió acorralar las tropas británicas de Lord Charles Cornwallis, logrando su rendición en 1781. Vuelto a Francia como un héroe, fue ascendido a Mariscal de Campo.
En París adhirió a la causa de la abolición de la esclavitud, a pesar que sus amigos americanos, como Washington y Jefferson, poseían esclavos. Volvió a Estados Unidos, donde fue declarado ciudadano ilustre, doctor honoris causa de Harvard, y hasta asistió a la inauguración del monumento que los norteamericanos construyeron en su honor.
Convocados los Estados Generales en 1786, debido a la crisis financiera de la corona, aprovechó su condición de representante de la nobleza para establecer una Constitución y promover “La Declaración de los Derechos del Hombre”, que el mismo marqués había asistido a redactar. Pocos días más tarde, caía la Bastilla y La Fayette era aclamado como jefe de la Guardia Nacional.
La propuesta de que sus tropas luciesen una escarapela tricolor, blanca, azul y roja, es el origen de la bandera francesa.
A pesar de sus inclinaciones republicanas, La Fayette apoyó al rey y hasta asistió al intento de huida de la familia real, la llamada Fuga de Varennes. Desbaratado el plan de escape, tanto Georges-Jacques Danton como Maximilien Robespierre, lo acusaron de traidor. Los disturbios que se sucedieron, obligaron a La Fayette a renunciar y posteriormente a huir de París, ya que se había ganado el odio de los jacobinos. El marqués pensó en volver a Estados Unidos a través de Bélgica, pero en el camino fue capturado por los austríacos y retenido como prisionero en la fortaleza de Wesel primero, Magdeburgo un año más tarde y finalmente Neisse (Polonia). A lo largo de este tiempo La Fayette y su esposa fueron mantenidos económicamente por sus amigos norteamericanos, quienes también lo ayudaron a escapar de su prisión en Neisse. Lamentablemente fue capturado días más tarde.
Liberada Marie Noailles de la prisión parisina donde estuvo a punto de ser guillotinada, fue en busca de su marido. La Fayette pudo reunirse con su esposa e hijas, aunque permaneció en cautiverio hasta que Napoleón negoció la liberación de la familia.
Con la caída de Bonaparte, La Fayette volvió a la política y fue uno de los que exigieron su abdicación, aunque también gestionó el traslado de Napoleón a América. Sin embargo, los ingleses lo recluyeron en la Isla de Santa Elena en el medio del Atlántico.
Si bien La Fayette había asistido a la restauración de los Borbones, pronto se desencantó de la gestión del nuevo Rey. Como antaño había asistido a los rebeldes americanos, el mariscal apoyó a los revolucionarios griegos que peleaban por su independencia.
Una vez más fue invitado a los Estados Unidos, donde tuvo un recibimiento apoteótico, y asistió a la asunción de mando del nuevo presidente John Quincy Adams.
Vuelto a Francia, La Fayette fue un fervoroso adversario del despotismo borbónico. Estuvo en las barridas de París en 1830 y se puso al frente de la Guardia Nacional para restituir el orden, facilitando la asunción de Luís Felipe al trono, ya que este había visitado América y de una u otra forma, alimentaba la esperanza de un gobierno más democrático. Sin embargo, el absolutismo propio de los Borbones hizo que La Fayette también se enemistara con el nuevo monarca. Desde su puesto de diputado denunció los excesos del nuevo gobierno, pero el 20 de mayo de 1834, el marqués moría de una neumonía.
Le cupo a La Fayette el derecho a ser enterrado en el Cementerio de Picpus, donde solo son sepultadas las víctimas del Terror Revolucionario (su esposa estaba allí enterrada porque su familia había muerto guillotinada).
Su hijo (llamado Georges Washington de La Fayette) cubrió el ataúd con tierra recogida en Brandywine, la batalla donde La Fayette había derramado su sangre peleando por Estados Unidos.
Cuando el general Pershing desembarcó con las tropas norteamericanas, durante la Primera Guerra Mundial, proclamó al pisar suelo francés “La Fayette, estamos aquí”. Era una retribución por todo lo que el marqués había hecho por Norteamérica.
Desde entonces flamea una bandera estadounidense sobre su tumba en Picpus, un cementerio tan escondido en París que, durante la ocupación alemana de la Ciudad Luz, los nazis nunca arriaron la enseña americana, porque ninguna autoridad sabía que esta se hallaba allí en memoria de este héroe de dos continentes.