Un osito de peluche para Kurt Cobain

La reina Margot llevaba la cabeza de su amado Joseph de La Molle en una bolsa de terciopelo; la testa decapitada de sir Walter Raleigh estuvo en posesión de su hijo. La cabeza de Marco Avellaneda fue ocultada por años hasta que se la entregaron a su hijo cuando era presidente, y la del coronel Castelli (hijo del miembro de la Primera Junta) fue atesorada en un altar hasta ser enterrada años más tarde. Algunas cenizas viajan al espacio, otras se esparcen en canchas de fútbol y muy pocas se convierten en diamante, pero nadie había dado eterno reposo a las cenizas de un ser querido en un osito de peluche rosa. Así terminó Kurt Cobain, después de una vida ajetreada por el sexo, las drogas y el rock and roll.

Sus canciones anunciaban su final. Quien escribe y canta a voz en cuello: “I hate myself and want to die”, a la larga o a la corta, probablemente, encuentre el camino para cumplir su cometido; especialmente, si se escapa de la clínica psiquiátrica donde trataba sus adicciones. Suicidarse no fue una decisión abrupta: viajó desde Seattle hasta Los Angeles, habló con los vecinos y un día apareció muerto, en la búsqueda de su Nirvana.


Desolada por la muerte de su esposo, Courtney Love no quería separarse de él, o de lo que quedaba de Kurt. Cumplió el deseo del músico de arrojar parte de sus cenizas en el río Wishkah y otras, guardadas en un monasterio de budismo tibetano en Ithaca (New York). A lo que quedaba de Kurt, le esperaba un reposo más original: fueron introducidas en un osito de peluche rosa. En este reducido espacio, hubiese esperado el fin de los tiempos… pero ese era un destino demasiado burgués para Kurt Donald Cobain. No tuvo paz en vida, no la tendría muerto. El osito fue robado de la casa de Love junto a un mechón de la rubia cabellera del cantante.

Lo más probable es que el ladrón haya sido uno de esos fanáticos que caen en la necrolatría. Este deseo morboso de un desconocido ha privado a Courtney Love de pasearse con su marido, como hace siglos lo hacía la reina Margot con la cabeza de su amante, una forma de afirmar que el amor desafía la eternidad de la muerte.

 

 

Extracto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato.

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