Thomas Hobbes creó una línea de pensamiento político que al día de hoy sigue teniendo ramificaciones y cuyas teorías continúan siendo puestas a prueba. Aunque sus postulados contemplan una variedad de situaciones y son aplicables incluso al día de hoy, sin embargo, cuestiones como la creación de un contrato social o el desarrollo de la noción de justicia como una construcción a posteriori tuvieron su inspiración en elementos muy particulares de su contexto. Es importante recordar que Hobbes vivió en el siglo XVII en Inglaterra, una época marcada por las Guerras Civiles Inglesas (1642-51) y por crisis basadas, no tanto en el soberano en sí, sino en la forma en la que los reyes debían gobernar. En esta época de gran convulsión, a Hobbes le tocó estar cerca del poder. Él había nacido en 1588, hijo de un vicario obscuro que abandonó a su esposa e hijos, y no era un noble de nacimiento; pero su educación en Oxford lo había hecho merecedor de una buena reputación que lo acercó desde su juventud a importantes familias. Entre 1608 e inicios de la década del ’40 actuó como tutor de muchos jóvenes nobles y tuvo acceso irrestricto a bibliotecas y recursos que empleó en la redacción de sus primeros trabajos sobre ciencias naturales y sociales. Habiendo ejercido básicamente en el mundo aristocrático, con la llegada de las primeras crisis a fines de la década de 1630 lo encontramos a Hobbes firmemente parado del lado realista y, viendo la forma en la que el rey Carlos I interpretó sus prerrogativas como soberano de forma amplia e incurrió en comportamientos considerados abusivos por ir en contra de los deseos del Parlamento, dejó asentado por primera vez su pensamiento político en The Elements of the Law, Natural and Politic (1640). Este texto, donde Hobbes ensayaba una defensa del poder absoluto del rey, circuló de forma clandestina y luego en una publicación no autorizada, pero la importancia de su influencia se puede medir en que sus argumentos sonaron mucho desde las filas realistas. Ese mismo año, sin embargo, cuando Carlos I disolvió al llamado Parlamento Corto en favor de la formación del Parlamento Largo, un órgano que terminó adquiriendo gran poder por la siguiente década y que retiró los poderes absolutos al rey, Hobbes sintió temor por su posición y sus ideas, y huyó a Paris, donde pasaría la siguiente década. Allí fue donde escribió la mayoría de sus grandes trabajos y donde comenzó a ser reconocido como un intelectual de importancia, discutiendo regularmente con personalidades de su época como el teólogo Marin Mersenne y el filósofo René Descartes. Amante de la ciencia, especialmente de la óptica, tema sobre el que desarrolló una serie de tratados, se vio impulsado a desarrollar una trilogía en latín que tenía como fin la difusión de los saberes más importantes de su tiempo dividida en De Corpore (Lo que concierne al cuerpo), De Homine (Lo que concierne al hombre) y De Cive (Lo que concierne al ciudadano). Aunque consideraba que los saberes en este volumen eran de menor importancia en la jerarquía, De Cive se publicó primero en 1642 porque Hobbes consideró que el momento político lo hacía especialmente pertinente. Aunque menos conocido que Leviatán (1651), De Cive es uno de los textos centrales en la filosofía política de Hobbes, ya que en él se propuso por primera vez mucho de lo que luego fue desarrollado con más detalle en su obra más famosa. En este libro Hobbes tomó varias de las ideas que había descripto en The elements of the law y las universalizó, divorciándolas del contexto estrictamente inglés. Por primera vez, un intelectual se paraba en frente de la idea aristotélica de la política (que el hombre está naturalmente predispuesto a la vida social y sólo se realiza en su rol de ciudadano) y afirmaba que el estado natural del ser humano está marcado por la violencia y el propio interés. Lejos del idealismo y más cercano a lo que la ciencia moderna a comprobado de hecho, Hobbes imaginó que en el estado previo a la creación de la sociedad “el hombre es el lobo del hombre” y no conoce nada parecido al derecho natural, por lo que no dudaría, por ejemplo, en matar a otro individuo que comprometa su situación de alguna forma. Para poner fin a esta “guerra de todos contra todos”, Hobbes propuso la idea de que, en algún momento, se debe haber desarrollado algo que llamó el contrato social. Sin creer que realmente haya existido un evento histórico de estas características, él consideró, sin embargo, que los hombres en algún momento deben haber elegido resignar parte de su libertad en favor de su propia seguridad y depositaron el dominio de la ley en un soberano todo poderoso capaz de hacer lo que sea necesario para mantener el pacto. Este poder absoluto, sin embargo, encontraba su límite último en la incapacidad del gobernante de garantizar la seguridad prometida. Si se llegaba a ese extremo, los firmantes del contrato tendrían la posibilidad de despojar al soberano de su rol. Con la edición en inglés de Leviatán (1651) estas ideas alcanzaron nueva entidad, agregando nociones sobre las obligaciones de quienes se someten al contrato social y críticas a las iglesias no estatales, que compiten con el poder cívico. Todo esto no es nada desdeñable, ya que no sólo fundarían toda una escuela de pensamiento “contractualista” que tendría ramificaciones por varios siglos más en los postulados de intelectuales como Jean Jacques Rousseau y John Locke, sino que, en un sentido más concreto, puso a Hobbes en una situación personal complicada que afectó nuevamente su derrotero. Aunque en Leviatán se expresaba en favor de la monarquía absoluta y su interlocutor ideal era un monarca, la parte acerca de la forma en la que el gobernante podía ser expulsado no agradó al príncipe Carlos, a quien había obsequiado una edición especial del libro. Expulsado de los círculos monárquicos de exiliados con los que hasta entonces se había codeado, Hobbes se encontró con que las autoridades francesas también desconfiaban de él por sus ataques sobre el papado. Con las posibilidades parisinas agotadas, al poco tiempo de publicar Leviatán en 1951 Hobbes retornó a Inglaterra.
Una vez allí se sometió al poder de Oliver Cromwell hasta 1660, cuando se restauró la monarquía y Hobbes recuperó el favor del, ahora rey, Carlos II. Sin dejar de ser una figura escandalosa, el rey lo mantuvo cerca y Hobbes disfrutó, incluso, de un estipendio de 100 libras anuales, pero para 1666 la situación se volvió a complicar. Anoticiado de que el Parlamento planeaba investigar algunos de sus escritos por considerar que iban en contra de la fe, el pensador, que entonces contaba con 80 años, quemó todos sus papeles. A pesar de los constantes ataques sobre su persona, en un sentido más general es incuestionable que los últimos años de la vida de Hobbes lo encontraron siendo una persona celebrada y feliz. Retornó sobre los estudios clásicos de su juventud, hizo traducciones de La Odisea (1675) y de La Ilíada(1676), y escribió hasta que murió el 4 de diciembre de 1679 a los 91 años.