Silvina Ocampo: la escritora escondida

Durante toda su vida, Silvina Ocampo vivió y escribió a la sombra de las tres grandes figuras que la rodearon: su marido, Adolfo Bioy Casares, su amigo Jorge Luis Borges y su hermana Victoria. Sin embargo, en los últimos años, la crítica literaria comenzó a echar luz sobre esa penumbra y la reivindicó como una de las mejores escritoras argentinas.

Silvina Inocencia Ocampo Aguirre -tal su nombre completo- nació en Buenos Aires el 28 de julio de 1903, en una lujosa casona de la calle Viamonte 550, como la menor de seis hijas de Manuel Silvino Ocampo y Ramona Aguirre. Por intermedio de Jorge Luis Borges, a quien la unió una gran amistad, conoció al escritor Adolfo Bioy Casares, con quien contrajo matrimonio en 1940.

Su primer libro de cuentos fue “Viaje olvidado”, en 1939. Le sucedieron “Autobiografía de Irene” (1948); “Las furias y otros cuentos” (1959); “Las invitadas” (1961) y “El Pecado Mortal” (antología, 1966), entre otros.

En colaboración con Adolfo Bioy Casares escribió la novela policial “Los que aman, odian” (1946). También en colaboración con Bioy Casares y con Jorge Luis Borges, realizó la Antología de la literatura fantástica en 1940, la segunda edición aumentada en 1965 y la Antología de la poesía argentina (1946).

La crítica literaria la ignoró hasta finales de los 80, sin advertir la complejidad, el humor y la originalidad de su obra, que también se caracterizó por una crítica tajante a los convencionalismos sociales de la época y a las normas literarias establecidas.

Con el tiempo, Silvina Ocampo fue reconocida por su imaginación y su aguda atención por las inflexiones el lenguaje. Dueña de un lenguaje cultivado que sirve de soporte a sus invenciones, ella disfrazaba su escritura con la inocencia de un niño para nombrar, ya sea con sorpresa o con indiferencia, la ruptura en lo cotidiano que instala la mayoría de sus relatos en el territorio de lo fantástico.

Silvina y la literatura infantil

En la única antología integral que realizó sobre su propia obra, Silvina Ocampo incluyó tres de sus cuentos para niños o, en sus propias palabras, para “chicos grandes o grandes chicos”, sin ninguna indicación que los distinga del resto de los textos seleccionados. Una muestra de que no establecía una jerarquía entre ficciones “mayores” y “menores”, ni alteraba su voz según la edad cronológica de sus destinatarios.

Hacia 1950, mientras Bioy y Borges dirigían El Séptimo Círculo y La Puerta de Marfil para Emecé, Silvina Ocampo diseñó para la misma editorial una colección de libros infantiles que nunca llegó a publicarse. La colección iba a llamarse “Las Carpas” por la forma que adquiere un libro abierto, visto de frente.

Veinte años después, en consonancia con el auge de la llamada literatura infantil, Silvina Ocampo ingresó en un intenso ritmo de publicación de los textos escritos en las dos décadas anteriores. Así, en un breve lapso se sucedieron los cuentos “El caballo alado” (1972), “El cofre volante” (1974) y “El tobogán” (1975) y un libro de relatos titulado “La naranja maravillosa” (1977).

La obra “La torre sin fin” cerró el ciclo de obras para niños con una particularidad: fue la única novela aparecida en vida de su autora. Publicada en Madrid en 1986, hasta hace muy pocos años no había sido distribuida ni editada en la Argentina.

En esta novela que siempre fue omitida de compilaciones y biografías, Silvina Ocampo narró una aventura onírica, en la que su protagonista (Leandro) es un chico, que al igual que la Alicia de Lewis Carroll, se asoma a un aspecto fantástico del universo que no niega la realidad.

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La hermana Victoria

Las separaban trece años de diferencia: Victoria era la mayor y Silvina la menor de “las chicas Ocampo”. Aún así, compartieron la vida en las casonas familiares de Buenos Aires, San Isidro o Mar del Plata, el amor por la naturaleza, y la vocación por la literatura.

A finales de la década del 30, Silvina se fue a vivir con Bioy al campo y comenzó a escribir cuentos. El resultado fue un libro titulado “Viaje olvidado”, que le dedicó a su hermana Angélica.

Victoria lo defenestró. Escribió una crítica en la que definió a la obra como recuerdos de su infancia tergiversados, “mezclados de abundantes invenciones”, y en la que puntualizó: “los cuentos de Silvina Ocampo son recuerdos enmascarados de sueños; sueños de la especie que soñamos con los ojos abiertos. Y todo eso está escrito en un lenguaje hablado, lleno de hallazgos que encantan y de desaciertos que molestan, lleno de imágenes felices -que parecen entonces naturales- y lleno de imágenes no logradas -que parecen atacadas de tortícolis”.

Para Silvina, fue un golpe durísimo recibir estas palabras. La relación entre ambas no fue fácil. Hay quienes dicen que cuando viajaban a Mar del Plata, cada una se alojaba en su casa, y sólo se encontraban en contadas ocasiones.

De todas formas, las personas que las conocieron de verdad aseguran que ambas sentían admiración por la otra y un respeto sin igual.

Pocos días después de la muerte de Victoria, Silvina le dedicó un hermoso poema titulado “El Ramo” que dice: “Yo no te conté nada. Sabías todo./Reinabas sobre el mundo más adverso/como si no te hubiera lastimado./Nos une siempre la naturaleza:/el árbol una flor las tardes las barrancas/misterios que no rompen la armonía”.

El amor con Bioy

Cuenta la escritora Alicia Dujovne Ortiz que “La primera vez que lo vio, en 1933, en casa de Marta, Adolfito llevaba una raqueta de tenis. Su belleza le resultó una puñalada. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud, a la fuerza; al desamparo no. Por lo demás, en ese rostro tan fino se anunciaba un rasgo futuro, al que tampoco se resiste ninguna mujer: con el tiempo, a ambos lados de la boca, los músculos se le dibujarán con nitidez, labrándole dos surcos que no aludirán a vejez, sino a virilidad. Poco tiempo después, el muchacho estatuario publicaba La invención de Morel”.

Bioy le propuso casamiento siete años más tarde. Vivieron juntos en un edificio de renta ubicado en Posadas 1650, que Alejandro Bustillo proyectó en 1920 para los padres de Silvina Ocampo. Como heredera, Silvina ocupó uno de los cinco inmensos pisos y desde allí, aceptó como algo inevitable que él tuviera numerosas amantes.

Pese a los celos y los engaños, durante más de medio siglo, formaron el matrimonio literario más destacado de la Argentina. En cierto sentido, los Bioy disfrutaban mucho juntos, compartían intereses literarios, cierto tipo de humor y se burlaban de las convenciones. Vivían, como decía Victoria Ocampo, en una “torre de marfil, si es que alguna vez existió algo así”.

La muerte llegó para Silvina una calurosa tarde de un 14 de diciembre de 1994, luego de un período largo en el que enfrentó una enfermedad degenerativa. Trágicamente, veinte días después, su hija Marta de 39 años murió atropellada por un automóvil. Bioy Casares las sobrevivió cinco años. Por esas cosas del destino y parafraseando a Dujovne Ortiz, “finalmente, había sido Silvina la que lo había abandonado a él”.-

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Texto publicado originalmente en el sitio: http://planlectura.educ.ar/?p=1159

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