El seppuku o harakiri es el ritual de suicidio japonés empleado por los samurai. Formaba parte del decálogo del bushido, código ético y espiritual de los samurais, y se empleaba como alternativa para no morir a manos del enemigo, como castigo por cometer serias ofensas contra el señor feudal o “daimyo” o como salida honorable luego de haber caído en la deshonra o para evitar la misma.
Desde los períodos más antiguos de la historia japonesa se pusieron en práctica diversos métodos de “suicidio de honor”, como el de arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca. Pero el más conocido y emblemático es el de abrirse el vientre con un puñal: el harakiri o seppuku. Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII, concretamente al año 1180, cuando el septuagenario samurai Minamoto no Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de esa manera.
“Oibara” o “tsuifuku” eran los nombres en japonés asociados al hecho de “acompañar al amo hasta el más allá” mediante la práctica del harakiri o seppuku. Los kanji (ideogramas) utilizados en ambas palabras son idénticos pero colocados a la inversa; lo mismo ocurre con los kanji de las palabras “harakiri” y “seppuku”. “Seppuku” es el vocablo utilizado en la lectura china “on”, mientras que el vocablo “harakiri” refiere a la lectura japonesa “kun”, y el significado de los kanji en ambos casos es vientre o “hara” + “kiri” del verbo cortar, “kiru”: “cortar vientre”.
El método del suicidio elegido era muy doloroso y podía producir una larga agonía; por ello, aunque se consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un “kaishaku” (o kaishakunin), quien decapitaba con una katana al suicida tan pronto como el mismo se apuñalara. El kaishaku era un caballero, un pariente varón, un amigo del suicida o un sirviente de confianza del mismo, y la relación entre ellos en la ceremonia del seppuku era más bien la del oficial y su segundo que la de la víctima y su verdugo. El kaishaku también podía ser designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de muerte.
El seppuku era admirado por toda la sociedad japonesa. Evitar morir en batalla capturado por el enemigo o morir por orden de tu amo y señor eran las formas más comunes de este suicidio ritual. En caso de morir por mandato, lo habitual era que el acusado estuviera bajo custodia de un daimyô hasta consumar el acto. Si el preso no efectuaba seppuku durante el período establecido, era ejecutado y su familia heredaba su deshonor, perdiendo las pertenencias asociadas a la casta samurai. En muchas ocasiones el suicidio samurai se realizaba frente al daimyo, incluso delante del mismísimo shogun y con la presencia de decenas de testigos o curiosos.
El seppuku no era un mero proceso de suicidio; era una institución legal y ceremonial. Un proceso por el cual los guerreros podían expiar sus crímenes, excusar sus errores, escapar de la deshonra, redimir a sus amigos o probar su sinceridad. Constituía un refinamiento de la autodestrucción.
En el momento culminante del ritual, el suicida se colocaba en posición de “seiza” (modo tradicional japonés de sentarse de rodillas), se abría el kimono ceremonial (habitualmente blanco) y colocaba las mangas bajo las rodillas impidiendo de este modo que al morir el cuerpo cayera hacia atrás de forma indecorosa. Sujetaba y envolvía la hoja de “wakizashi” (sable corto japonés) o “tanto” (daga o puñal de unos 20 cm) en papel de arroz para no morir con las manos ensangrentadas y procedía a introducirse el puñal en el abdomen. La daga se clavaba por el lado izquierdo del abdomen con el filo hacia la derecha cortando con pulso firme en la misma dirección, hacia el centro del abdomen; el siguiente movimiento era un corte vertical que ascendía hasta el esternón.
El kaishaku permanecía de pie junto al condenado para decapitarlo en el momento inmediato oportuno; ese momento había sido pactado de antemano a voluntad del suicida y consistía en una señal seguida de una limpia decapitación con katana. A veces se cuantificaba el valor del suicida teniendo en consideración lo lejos que habían llegado en la práctica del ritual antes de que el ayudante procediera a la decapitación.
El gran escritor y humanista japonés Inazo Nitobe, en su famoso libro “Bushido, el espíritu de Japón”, también llamado “Un ensayo clásico sobre la ética del samurai”, hace algunas consideraciones que vale la pena difundir:
“El hecho de que el seppuku carezca en nuestra mente de cualquier traza de ridiculez no se debe sólo a asociaciones externas, puesto que la elección de esta parte del cuerpo en concreto se basaba en una antigua creencia anatómica de que allí se asentaban el alma y los afectos. El silogismo del seppuku es fácil de construir: ‘abriré la morada de mi alma y os mostraré cuál es su estado. Ved por vosotros mismos si está contaminada o limpia’. No deseo que se entienda esto como una justificación religiosa o incluso moral del suicidio, pero la alta estima adjudicada al honor era una excusa más que suficiente para muchos para quitarse la vida”.
Sin duda, un método tan brutal se entendía como una suprema manifestación de coraje. Dice Nitobe: “La muerte por una cuestión de honor era aceptada por el bushido como una llave para solucionar muchos problemas complejos, de modo que para un samurai ambicioso la salida natural de la vida era algo más bien insulso y, por lo tanto, no era una consumación que deseara con demasiado fervor.”
El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, hizo una descripción detallada de la ceremonia, de la que aquí se reproduce un breve segmento:
“La escena tenía lugar en un jardín cerrado. El samurai que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishaku. Tras el alegato, el suicida se sentó y un asistente le ofreció el arma: el wakizashi. Tras escribir un poema de despedida, se abrió el vestido, tomó el arma e inició su macabra manera de morir: apuñalándose profundamente el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. A continuación, el kaishaku se irguió tras el samurai, de cara al sol para no revelar su sombra, desenvainó y lo decapitó de un solo golpe. Luego limpió su arma y se inclinó. Tras el ritual, la cabeza del muerto fue presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaron a la familia del suicida para que le diera sepultura”.
“Cuando el honor está perdido, es un alivio morir; la muerte no es sino un refugio seguro ante la infamia.” (Bushido)
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