Samantha Reed Smith, la niña que no pudo ser Nobel de la Paz

“Quiero decir, si conociéndonos bien podemos llegar a ser amigos, entonces, ¿por qué nuestros países discuten? Si una guerra acabaría con todo, nada es más importante que evitarla”, dijo Samantha Reed Smith

Ella fue la que le quitó el antifaz del odio, que enceguece hasta el embrutecimiento más absurdo, a gran parte del mundo. Encaró con su planteamiento a los dos países que, en esos años bélicos, amenazaban la vida de toda la humanidad.

Se llamaba Samantha Reed Smith y la historia comienza cuando tenía 10 años.

En 1982, en medio de la Guerra Fría, el anciano y enfermo Leonid Brézhnev murió y dejó a la Unión Soviética sin cabeza de mando. El Partido Comunista tuvo que decidir al próximo sucesor y, curiosamente, en vez de elegir a un joven sano y vigoroso, optó por el también anciano y enfermo Yuri Adrópov.

El nuevo Secretario General del Partido Comunista de la URSS causó revuelo en el mundo. Estados Unidos entró en incertidumbre. ¿De qué forma desarrollaría el conflicto el nuevo jefe del bloque comunista? ¿Qué tan cerca se estaba de una guerra nuclear?

Esos eran los aires de la nación americana en la época. Samantha – una colegiala de Manchester- con la inocencia propia de su edad, le planteó a su madre “¿Si tanto miedo tienen de que ese señor bombardee nuestro país, ¿por qué no nadie le pregunta si lo hará?”. Casi jugando su madre respondió “¿Y por qué no se lo preguntas tú?”.

Y ella así lo hizo. Le escribió una misiva a Yuri Andrópov, como muchas otras personas lo habrán hecho en esos tiempos. Pero por cosas del destino, Andrópov abrió precisamente su carta y se animó a responderle:

Estimada Samantha:

Recibí tu carta, que es como tantas otras que me llegaron en este tiempo de tu país y otros países del mundo.

Me parece —lo infiero por tu carta— que eres una niña valiente y honesta, parecida a Becky, la amiga de Tom Sawyer en el famoso libro de tu compatriota Mark Twain. Este libro es muy conocido y querido por todos los niños en nuestro país.

Dices que estás ansiosa por saber si habrá una guerra nuclear entre nuestros países. Preguntas si estamos haciendo algo para evitar la guerra.

Tu pregunta es la más importante de las que se puede hacer cualquier persona inteligente. Te responderé seria y honestamente.

Sí, Samantha, nosotros en la Unión Soviética tratamos de hacer todo lo posible para que no haya guerras en la Tierra. Esto es lo que quieren todos los soviéticos. Esto es lo que nos enseñó el gran fundador de nuestro Estado, Vladimir Lenin.

El pueblo soviético sabe muy bien cuan terrible es la guerra. Hace cuarenta y dos años, la Alemania nazi, que buscaba dominar el mundo entero, atacó a nuestro país, quemó y destruyó miles de nuestros pueblos y villas, mató a millones de hombres, mujeres y niños soviéticos.

En esa guerra, que terminó con nuestra victoria, fuimos aliados de los Estados Unidos: juntos peleamos por la liberación de mucha gente de los invasores nazis. Supongo que sabrás esto por tus clases de Historia en la escuela. Hoy ansiamos vivir en paz, comerciar y cooperar con nuestros vecinos de esta Tierra —con los cercanos y los lejanos—. Y por supuesto con un gran país como son los Estados Unidos.

En los Estados Unidos y en nuestro país hay armas nucleares —armas terribles que pueden matar millones de personas en un instante—. Pero no queremos que sean jamás usadas. Por eso precisamente es que la Unión Soviética declaró en forma solemne por todo el mundo que nunca —nunca— será la primera en usar armas nucleares contra ningún país. En general nos proponemos discontinuar su producción futura y proceder a la destrucción de todos los arsenales existentes.

Me parece que esta es suficiente respuesta a tu segunda pregunta: “¿Por qué quieren hacerle la guerra al mundo o al menos nuestro país?”. No queremos nada parecido. Nadie en nuestro país —ni trabajadores, ni campesinos, ni escritores ni doctores, ni grandes ni chicos, ni miembros del gobierno— quiere una guerra grande o “chiquita”.

Queremos la paz —hay cosas que nos mantienen ocupados: sembrar trigo, construir e inventar, escribir libros y volar al espacio—. Queremos la paz para nosotros y para todos los pueblos del planeta. Para nuestros niños y para ti, Samantha.

Te invito, si tus padres te lo permiten, a que vengas a nuestro país; el mejor momento es este verano. Podrás conocer nuestro país, encontrarte con otros de tu edad, visitar un centro internacional de la juventud —”Artek”— a orillas del mar. Y verlo con tus propios ojos: en la Unión Soviética, todos quieren la paz y la amistad de los pueblos.

Gracias por tu carta. Jovencita, te deseo lo mejor.

Y. Andropov

Smith aceptó y causó furor. Sus compatriotas se dividieron entre los que la apoyaban y los que tildaban de traicionera la decisión. Ningún comentario impidió que ella vuele hasta Moscú un año después. Los medios soviéticos la siguieron de cerca durante su estadía y los americanos hicieron lo propio cuando regresó. Así fue como se convirtió en una figura famosa mundialmente. Su discurso fue simple, claro y fuerte : ”Los soviéticos son iguales a nosotros”.

Samantha Smith hizo amigos en el país enemigo; jugó, comió, nadó y convivió con ellos. Supo ver lo obvio: seres humanos donde, efectivamente, los había.

Ella murió pocos años después en un accidente aéreo. A los trece años. Su muerte causó lo contrario a su causa: ambos bandos se acusaron mutuamente de homicidas.

Es triste que su nombre con el tiempo se pierda, que su idea se olvide. Probablemente habría logrado cosas grandes.

A Samantha Smith el tiempo no le alcanzó.

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