Rembrandt y sus lecciones de anatomía

“No puedo golpearme una espinilla sin que algún cirujano se haga la difícil pregunta ¿no podría yo hacer un mejor uso de un puñado de monedas del que este hombre está haciendo de su pierna?”

El dilema del doctor, Bernard Shaw

 

El 31 de enero de 1632, el verdugo oficial de la ciudad de Ámsterdam se aseguró de que la soga estuviese tensa alrededor del cuello de Adriaan Adriaansz, también conocido como Aris Adriaanzs, alias Het Kint o Aris Kint, un ladrón acusado de herir gravemente a un guardián de la prisión de Utrecht. Poco después, Adriaan Adriaanzs ingresaba a la inmortalidad… una inmortalidad que quizás jamás había soñado, y mucho menos que la alcanzaría en una mesa de disecciones, el último castigo para un criminal.

Su cadáver fue conducido al teatro de anatomía perteneciente a la escuela de medicina de Ámsterdam. Ese día el Dr. Nicolas Tulp, sucesor del Dr. Johan Fonteijn como profesor de anatomía, disecó el cuerpo de este criminal, concedido con los consiguientes permisos de las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad.

Los Países Bajos eran uno de los pocos lugares donde estaban permitidas estas “Lecciones de anatomía” que se realizaban con público presente. El médico en cuestión que desease ilustrar a colegas, amigos y público en general sobre los secretos del cuerpo, no tenía más que pedir la autorización pertinente y así disponer del cadáver de un ajusticiado. De esta forma, cualquier profesional podría mostrar lo que “La naturaleza ha volcado en nuestro cuerpo, sede del alma que la habita”. Así rezaba el anuncio con el que el Dr. Tulp divulgó su célebre lección.

La idea de que el alma es un don de Dios imperaba sobre estas disecciones que se realizaban con una parsimonia casi religiosa. Generalmente se las hacía durante el invierno, para preservar mejor el cadáver y poder disecarlo a lo largo de varios días. Se comenzaba por lo que damos en llamar anatomía de superficie (músculos esqueléticos de brazos, piernas, cuello y torso) y continuaba con el estudio de las vísceras.

Esta obra pintada por Rembrandt a los 25 años fue restaurada en veintiún oportunidades. Durante la última, en 1998, se usaron rayos X y estudios de microscopía. El nombre de cada uno de los espectadores se conoce porque en la restauración del año 1700, realizada por Jurriaan Pool, éste escribió en la hoja sostenida por uno de los doctores el nombre de los presentes (anteriormente, sobre la hoja había un dibujo del antebrazo). Para hacer más fácil la identificación, el restaurador le puso un número muy disimulado sobre cada uno de ellos. Por ejemplo, arriba del sombrero del Dr. Tulp, hay un sutil N° 1.

Este profesor había nacido en 1593 y murió 30 años después de haber sido inmortalizado en este retrato. Probablemente su apellido estuviese asociado con los tulipanes que aún desatan pasiones entre los holandeses. Al momento de la pintura, el doctor era Magistrado municipal, “Praelector” de anatomía de la Corporación de Cirujanos de Ámsterdam, donde se encargaba de dictar conferencias y organizar las mesas examinadoras. Se había recibido en la Universidad de Leyde y era un profesional muy bien formado. Como vemos, impartía sus conocimientos a los cirujanos barberos que no tenían título universitario, y que se ganaban la vida haciendo sangrías (o flebotomías) y otras cirugías menores.

Raro era que los “doctores” como Tulp tocasen al cadáver. Ellos eran personajes ilustrados en ciencias antiguas, principios aristotélicos y normas tomistas. Tocar la materia corruptible no era lo que se esperaba de estas eminencias, envueltas siempre en disquisiciones filosóficas más que en cuestiones tan terrenales.

Las manos del Dr. Tulp sostienen una pinza para señalar los músculos y tendones del antebrazo. Cabe señalar que este antebrazo izquierdo es más grande que el derecho, cosa que suele ser al revés en los diestros. Algunos especialistas sostienen que no era el brazo de Adriaan, o que a Adriaan le habían amputado el brazo antes de ser ejecutado, como era costumbre con algunos ladrones. Tampoco podemos descartar que estos cambios hayan sido consecuencia indeseada de alguna de las restauraciones.

Observen los músculos del antebrazo y los tendones de los músculos flexores de los dedos (sostenidos por la pinza) que se bifurcan claramente, insertándose en las falanges medias de los dedos de la mano izquierda. Observen también que los tendones de los músculos flexores profundos de los dedos están pasando a través de las bifurcaciones de los tendones del músculo flexor superficial del antebrazo. Estos flexores superficiales nacen del epicóndilo medial del húmero. Pero en la pintura se originan del epicóndilo lateral, cosa que no es correcta. En el epicóndilo lateral del húmero se originan los músculos extensores y supinadores del antebrazo.

Como vemos, la lección de anatomía del Dr. Tulp comienza con un error. Docentes conocedores de los secretos del cuerpo hubiesen reprobado al alumno Rembrandt.

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Los alumnos

 

Como ya dijimos, cada uno de los presentes fueron sutilmente numerados y posteriormente anotados en un papel de la misma obra, a fin de que la posteridad los pueda recordar. Los dos colegas que se inclinan sobre el cadáver son Jacob de Hill, que mira atentamente los músculos del antebrazo, y detrás de él, Mathys Kalkoen, que contempla con cierto temor reverencial al Dr. Tulp.

El cirujano que aparece atrás de todo, el más alto del grupo, que parece mirar al espectador, es Franz Van Loenen —el N° 8 de la lista, para más señas—. En el retrato original lucía un sombrero como el del Dr. Tulp, pero Rembrandt decidió que al descubrir la cabeza de los asistentes, aumentaba la dignidad del Dr. Tulp, que no necesitaba sacarse el sombrero ante sus alumnos.

Cuando el cuadro ya estuvo casi terminado, fue agregada la imagen de Jacob Koolveld, pintado en el extremo izquierdo de la tela. Los rayos X demuestran que fue agregado cuando ya se había dado la primera mano de barniz. ¿Habrá cobrado aparte Rembrandt esta inclusión tardía? Los demás presentes eran Jacob Blok, Mathys Evertsz y Adriaan Abarren. Ninguno había asistido a la universidad, y todos eran barberoscirujanos, con intenciones de relegar las tareas menores, para dedicarse de pleno a la cirugía. Sin embargo, a pesar de tanto esfuerzo didáctico, cuando le llegó al Dr. Tulp el tiempo de operarse de un cálculo vesical, no eligió como cirujano a ninguno de sus discípulos o colegas. Eligió el difícil arte de la autocirugía. Con sus propias manos y munido de un espejito, hizo la incisión que permitió el “parto” de la molesta piedrita. En definitiva, un himno a la desconfianza.

 

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