Rehaciendo la Historia: Las elecciones que consagraron a Sarmiento presidente

Corría el año 1868 y en la República Argentina se realizaba la campaña política para elegir presidente constitucional. Después del desastre de Humaitá en el marco de la guerra del Paraguay, la figura política del presidente Mitre quedó maltrecha y su prestigio, mermado. Por tal razón, propuso a Rufino de Elizalde, su ministro de Relaciones Exteriores, como candidato de su partido. Adolfo Alsina continuaba siendo el candidato de los autonomistas, aunque su ferviente porteñismo lo convertía en intragable para los provincianos.

Por su lado, Lucio V. Mansilla, amigo de Sarmiento y el general Arredondo, promovió dentro del ejército, la candidatura del sanjuanino quien, por entonces, estaba cumpliendo tareas diplomáticas en Estados Unidos. Urquiza no quería quedar fuera de la puja electoral y entró en tratativas con Alsina.

Al final triunfó la fórmula Sarmiento-Alsina, gracias al apoyo de los gobernadores de raigambre unitaria y al poder creciente del ejército nacional que, en los esteros de Paraguay, estaba forjando su esprit de corps.

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Sarmiento, en una de sus imágenes más populares con uniforme militar.
Sarmiento, en una de sus imágenes más populares con uniforme militar.

 

Mansilla era un joven oficial muy popular entre sus pares por su buena predisposición y ese espíritu “flamboyant“, elegante y ostentoso, que dejaba entrever con sus uniformes de buen corte y sus capas militares. Por el contrario, Andrés Arredondo había llegado a general desde los rangos más bajos, ganando cada galón en el campo de batalla, y se había convertido en uno de los “orientales” de Mitre.

Este se dedicó a derribar gobernadores contrarios a la candidatura del sanjuanino. Lo hizo renunciar a Luque en Córdoba y a Dávila en La Rioja (mediante una revolución sangrienta). En Catamarca, la situación fue más complicada porque Arredondo instó a colocar como gobernador al cura Tolosa, aunque el general Taboada máxima autoridad de Santiago del Estero y leal seguidor de Mitre, se encargó de equilibrar la contienda electoral poniendo preso al cura Tolosa. Tal fue el escándalo que Mitre lo destituyó al díscolo general, pero Arredondo contestó con esa soberbia que lo caracterizaba, que renunciaría después que volviese de tomar unos baños termales en Mendoza.

En plena campaña, Mitre le escribió una carta a José María Gutiérrez, sincerándose con su compañero de destierro, contando su intención de vetar la candidatura de Urquiza. “Decir que no abusemos de la influencia gobernativa sería pronunciar un discurso magnífico sobre la templanza a un desgraciado a quien no se permite ni el alimento necesario. La libre elección es una ironía sangrienta en toda la República“.

Las alianzas y golpes palaciegos se sucedieron a lo largo de ese año electoral. Nicasio Oroño resumió en forma magistral las luchas políticas durante los seis años del gobierno de Mitre. En el país, habían ocurrido 117 revoluciones y 81 combates en los que habían muerto 7.728 individuos (obviamente no estaban contabilizados los muertos durante la Guerra de la Triple Alianza ni por la epidemia del cólera). Vale destacar que aún no se había contabilizado el primer censo que estableció que la población argentina ascendía a 1.877.490 individuos.

Antes de que Sarmiento volviese de EEUU, ya había sido consagrado presidente, ahorrándose el desgaste de las contiendas políticas que no eran ni inocentes, ni gratuitas. El colegio electoral lo consagró con 79 electores, contra 26 de Urquiza, 22 de Elizalde, 3 de Rawson y 1 de Vélez Sarsfield.

La permanencia en EEUU le había permitido al sanjuanino reconsiderar algunos temas desde una nueva perspectiva, especialmente el federalismo, que funcionaba en el país del Norte. La lectura de Alexis de Tocqueville le sirvió para atemperar algunas ideas. En diciembre de 1865, le escribió una carta a quien sería su ministro de Educación y sucesor en el sillón de Rivadavia, Nicolás Avellaneda. “Necesito y espero de su bondad que me procure una colección de tratados argentinos, hechos en tiempos de Rosas, en que están los tratados federales que los unitarios han suprimido después, con aquella habilidad con que sabemos rehacer la historia”.

Con los años y la difícil experiencia de gobernar, Sarmiento había comenzado a valorar el accionar de su enemigo, Juan Manuel de Rosas, a quien le atribuía la habilidad de crear ese “vínculo misterioso que ató las partes disueltas reincorporándolas como Nación”. Finalmente, asumió la presidencia el 12 de octubre de 1868 con Adolfo Alsina como vicepresidente. En la oportunidad, don Valentín Alsina consagró a su hijo como presidente del senado. Lo acompañaron en su gestión, Vélez Sarsfield como ministro del Interior, Mariano Varela en Relaciones Exteriores, Nicolás Avellaneda en Educación, José Gorostiaga en Hacienda, y Martín de Gainza en Guerra.

Justamente era este el ministerio que ansiaba el joven Lucio Mansilla por gestar la presidencia de Sarmiento. Cuentan que al enterarse que no había recibido esta compensación, encaró al sanjuanino exigiendo una explicación a lo que este irónicamente contestó “con un loco basta en este gobierno”. Mansilla fue destinado a la frontera ranquelina donde escribió su célebre “incursión…”.

Arredondo continuó con su campaña de apaciguamiento de las montoneras federales hasta que decidió volver a apoyar a Mitre en sus pretensiones electorales de 1874. En la oportunidad, fue partícipe de la revolución acontecida ese año para evitar la asunción de Avellaneda a la primera magistratura. En un momento de la revuelta, Sarmiento y Arredondo tuvieron un intercambio de mensajes telegráficos que van aumentando de tono, hasta que el general que había depuesto gobernadores para que Sarmiento fuese consagrado presidente, terminó este intercambio con un contundente “váyase usted al demonio, viejo loco”.

Con el fracaso de la revuelta, Arredondo fue arrestado y condenado a ser fusilado. Julio Argentino Roca, que había capturado a su compañero de armas, permitió que este se fugara a Chile. Años más tarde, fue indultado, y participó junto a Roca en la Campaña del Desierto.

El estudio de la historia muestra que no hay santos completos, ni demonios del todo infernales, que las conductas de los hombres siguen siendo esencialmente las mismas desde los tiempos de las cavernas, especialmente en esa relación tribal que se establece como política, donde el afecto se convierte en odio o en fanatismo, y la historia, como sostuvo Sarmiento, “se rehace” sea por boca de los vencedores, o de aquellos que tienen la habilidad de reescribirla en forma convincente o repetirla hasta que parezca verdad.

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Esta nota también fue publicada en TN

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