Reagan contra Khadaffi, y viceversa

Hasta los mismísimos soviéticos lo apoyaban pero con reservas, el hombre era impredecible. Durante la presidencia de Jimmy Carter, Estados Unidos había expulsado a algunos diplomáticos libios tras el incendio de la embajada estadounidense en Trípoli (capital de Libia), pero había preferido evitar un conflicto mayor con quien era su tercer proveedor de petróleo.

Sin embargo, en 1981, cuando Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca, la coyuntura de una superabundancia mundial de petróleo permitió a la administración de Washington subir la apuesta.

Reagan aumentó la ayuda militar norteamericana a las naciones fronterizas con Libia, aprobó un plan de la CIA de desestabilización en la región (nada nuevo) y expulsó de EEUU a más diplomáticos libios; indicios claros de pensaba endurecer el trato. Y hubo más: en agosto envió a la Sexta Flota al golfo de Sidra (Sirte), una zona marítima reclamada por Gadafi. Libia reclamaba una zona de exclusividad marítima en esa zona, lo que llevó a que las fuerzas navales de Estados Unidos condujesen a dicha zona una parte de su flota en el marco de la operación “Freedom of Navigation” en el área. La flota estaba liderada por los portaaviones US Forrestal y Nimitz y comenzó a desplegarse en las costas libias. La fuerza aérea libia respondió al despliegue intimidando con una gran cantidad de interceptores y cazabombarderos. Y pasó lo que tenía que pasar: el 19 de agosto, dos aviones libios fueron abatidos mientras atacaban a los cazas norteamericanos que escoltaban a la flota.

Ese incidente tuvo repercusiones de otro tipo: presuntamente Gadafi ordenó matar a diplomáticos norteamericanos en París y en Roma, sin lograrlo (el término “presuntamente” es apropiado, ya que cuando Gadafi quería matar a alguien, lo lograba). El asunto es que la Casa Blanca comunicó oficialmente que los libios habían intentado asesinar nada menos que al mismo Reagan y otros altos funcionarios.

Hacia fin de 1981, la compañía petrolera Exxon abandonó Libia y Reagan pidió y hasta apremió a todos los norteamericanos en Libia a que abandonaran el país. En marzo de 1982, Washington anunció un boicot al petróleo libio. Parecía que comenzaba un intercambio de figuritas, y el primer resultado fue una concesión de Gadafi: Libia retiró sus tropas de Chad, donde intervenían activamente en una guerra civil. La guerra de nervios entre los dos líderes acababa de empezar.

La década de los 80 fue especialmente hostil entre ambos países y el gobierno de Ronald Reagan nunca se mostró cómodo con Gadafi, a quien Washington siempre acusó de financiar el terrorismo internacional.

Ningún líder mundial había desafiado a EEUU en forma tan vehemente ni había elogiado tan abiertamente a los grupos terroristas como Gadafi. Las sanciones internacionales y los planes desestabilizadores de la CIA no consiguieron derrocarlo ni cambiar su actitud. Ronald Reagan quería utilizar la fuerza militar contra él, pero carecía de pruebas contundentes o indiscutidas que vincularan a Libia con un acto terrorista concreto. Consideraban clara la implicación de su gobierno en la matanza terrorista en los aeropuertos de Roma y Viena en 1985, pero aún así no alcanzaba.

Finalmente, la prueba que buscaban se concretó en abril de 1986, cuando una explosión en una discoteca de Berlín occidental (que fue tomada como venganza de otra escaramuza en el golfo de Sidra en la que aviones norteamericanos habían hundido lanchas libias) mató a un soldado norteamericano, una mujer turca y dejó 230 personas heridas. La CIA declaró que había interceptado mensajes de Gadafi a la embajada libia en Berlín oriental que lo incriminaban por el hecho.

Dos semanas después, 150 aviones norteamericanos atacaron Libia: se trataba de la “Operación El Dorado Canyon”, que incluyó ataques aéreos contra Libia, el 15 de abril de 1986, llevados a cabo por la Fuerza Aérea, la Armada y la Infantería de Marina estadounidenses. El ataque se concentró en el sector militar de Trípoli, donde residía Gadafi. EEUU informó la muerte de 40 personas, Libia dijo que habían sido más de 100 civiles, entre ellos la hija menor de Gadafi; pero Gadafi salió ileso.

Europa condenó el ataque (“no sabíamos nada…¿qué pasó?”), y el terrorismo internacional continuó; días después, un rehén norteamericano y tres británicos fueron aesinados en Líbano como represalia. Hubo nuevos atentados en Londres, París y Viena, y el atentado a un vuelo de PanAm, también atribuido al gobierno libio.

La espiral de violencia no hacía más que aumentar y extenderse cada vez más.

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