Rafael Hernández

Rafael Hernández fue un agrimensor, político y periodista argentino. Hermano menor del autor del Martin Fierro, nació en la solariega casona de su abuelo en Barracas, el 1ro de setiembre de 1840. Era hijo de don Rafael Hernández y Santos Rubio y de doña Isabel de Pueyrredón. Hizo sus primeras letras en el Liceo Argentino, en San Telmo, de don Pedro Sánchez, y luego como pupilo en el Colegio Republicano Federal de Buenos Aires, dirigido por el jesuita Francisco Magesté y el doctor Alberto Larroque. A los doce años quedó huérfano de su padre y madre, por lo que se hizo hombre al amparo de José, quien hará referencia en su poema inmortal al decir: “me han contao que el mayor / nunca dejaba a su hermano”. Ingresó después a la Universidad de Buenos Aires, en cuya Facultad de Ciencias Físico – Matemáticas se recibió de agrimensor nacional, presentando su tesis sobre El Catastro. En 1857, pasó a Entre Ríos con su hermano José, donde se incorporaron como oficiales en el ejército de la Confederación, siendo destinados al batallón 1º de Línea, comandado por el coronel Eusebio Palma, del que fue abanderado. Combatió en la batalla de Cepeda en 1859, luego en Pavón, en 1861, y Cañada de Gómez. Como capitán ayudante de Leandro Gómez, fue uno de los seiscientos héroes del sitio de Paysandú. Contrario a la política de Mitre actuó como corresponsal de “La Reforma Pacífica”. En 1869, los hermanos Hernández junto con Agustín de Vedia y otros amigos publicaron “El Río de la Plata”. El 23 de mayo de 1870, contrajo matrimonio con Anselma Valentina Serantes, de principal familia porteña, radicándose en el pueblo de Belgrano. Cuando se produjo la epidemia de fiebre amarilla en 1871, Rafael alejó a todos sus familiares hacia la chacra de Pueyrredón, atendiendo a los atacados por el mal. Por su actuación mereció la Cruz de Hierro y la Municipalidad le otorgó medalla de oro. Al producirse la precipitada fuga de José hacia Montevideo porque Sarmiento puso precio a su cabeza, Rafael lo entrevistó y lo atacó con términos violentos. Al regresar a Buenos Aires, José, en 1872, instalóse en el Hotel Argentino, donde permaneció como prisionero, mientras su hermano se encargó de ayudarlo económicamente con algunas comisiones de compra y venta de campos. Pero de nuevo, debió escapar al vecino país por la persecución de Sarmiento. En 1874, Rafael fue secretario de la Comisión de Salubridad del pueblo de Belgrano, y al año siguiente, resultó elegido diputado provincial. Se pretendió objetar su diploma sobre la base de que había prestado servicios a un gobierno extranjero, refiriéndose al caso de Paysandú, lo que Hernández contestó brillantemente. Incorporado a la Cámara el 3 de mayo de 1875, su mandato duró hasta 1877. Nombrado Avellaneda presidente de la República, los hermanos Hernández mejoraron de fortuna. A Rafael se le nombró vocal del Departamento de Ingeniería de la Provincia y encargado de la Sección Catastro y Geodesia. Fundó y trazó los pueblos de Tres Arroyos, Pringles, Pehuajó, Coronel Suárez, San Carlos de Bolívar y Colonia Nueva Plata, que le perteneció. Fue un propagandista incansable para la perforación de pozos artesianos en la provincia de Buenos Aires. Contribuyó a la fundación del Club Industrial, y el gobierno lo designó jurado en la primera Exposición de 1877. Fundada la nueva capital de la provincia, presidió la Comisión Popular “Progreso de la Ciudad y puerto de La Plata”, y fue vocal de la que inauguró el puerto mencionado. Vecino distinguido del pueblo de Belgrano, resultó elegido presidente de la Comisión Municipal en junio de 1880, cargo que ocupó hasta el 7 de enero de 1883, fecha memorable, pues cuatro días antes, el gobierno de la provincia por decreto lo había elevado a la categoría de ciudad. Como intendente de Belgrano, realizó una ímproba labor durante los años 1881-1882, en materia de salubridad, con obras de pavimentación, desecación del arrabal, plantación de bosque y alamedas, fundación d un Museo de Ciencias

Naturales y la edificación de nuevo y adecuado local para la Biblioteca, mensura del municipio, reformas policiales y creación de un nuevo hospital. Instaló la primera red de desagües con cañerías fabricadas en el país, y apoyó la instalación de teléfonos, siendo el primer pueblo de la provincia que conoció de sus ventajas. En febrero de 1883, fundó en Misiones las colonias Candelaria y Santa Ana, y tres más en Entre Ríos, entre ellas, la de Hernandarias. Sintió un cariño filial por su hermano José, quien murió en sus brazos en 1886, diciéndole: “Hermano, esto está concluido”. Al año siguiente, fue elegido senador provincial, siendo reelecto en 1892. Formó parte de la Convención para la reforma de la Constitución en 1889. Desde su banca de legislador proyectó numerosas leyes que llevan su firma. Fue un defensor de la libertad de prensa en debates memorables que le valieron el cálido aplauso de sus propios adversarios políticos. Prohijó la creación de la Universidad de La Plata la que tuvo aprobación el 27 de diciembre de 1889, empezando a funcionar siete años después, y sólo quince años más tarde, en 1905, fue nacionalizada por el ministro de Justicia e Instrucción Pública, doctor Joaquín V. González. Proyectó también la creación de la escuela científica de ganadería en Santa Catalina, y fue el primer decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de La Plata: miembro del directorio del Ferrocarril Oeste, vocal del Consejo General de Educación, ocupando otros cargos importantes. Se opuso a la venta – o regalo, como él lo demostró – de aquel ferrocarril a los ingleses, porque daba excelentes ganancias con poca tarifa triplicada en seguida por los compradores. Propagandista del espiritismo, pronunció varias conferencias que han quedado como famosas. Conoció íntimamente el gaucho, igual que su hermano José. Su curiosidad siempre alerta, lo llevó a especializarse en el estudio de las plantas textiles, y pronunció sobre éstas, en el Congreso Industrial Argentino de 1900, una conferencia que fue premiada con medalla de oro. Su labor de escritor y periodista, sumamente dispersa, fue importante. Fundó entre otros periódicos “El Progreso”, de Belgrano, y colaboró en “La Nación”, “La Tribuna”, “El Día”, de La Plata, y “El Correo Español”, donde firmó con el seudónimo de “Andrés A. Farenhel”. Desde esas columnas, batalló por la pureza de la justicia y la implantación del juicio por jurados. Escribió: Cartas Misioneras (1888), señaló el futuro de la explotación de las riquezas en aquella región, casi ignorada de su tiempo: Justicia Criminal (1890), es el Martin Fierro de José Hernández, puesto en prosa: Viaje de un peso; Materialismo y Espiritualismo; Pehuajó. Nomenclatura de sus calles (1896), referido a la actual ciudad de Pehuajó (Prov. de Buenos Aires), donde escribió una biografía de su hermano. En Cartilla taquigráfica, ofrece un nuevo y ventajoso sistema de taquigrafía, precedido por una curiosa historia de la materia y su desenvolvimiento en el país. A su tesis sobre El Catastro, le siguió Transmisión telegráfica, interesante proyecto de reforma al sistema morse. En Barco Inglés diez millones, estudio económico – industrial para la elaboración en el país del cemento portland y caños de barro cocido; Irrigación de la provincia con las aguas del Riachuelo; Sufragio Calificado; armonías industriales; Quince años de historia contemporánea; Patria y Caridad; Pozos semisurgentes, y muchos otros trabajos de temas diversos. La muerte le sorprendió en plena actividad en su casa de la calle Charcas, víctima de un ataque diabético – el mismo que quitara la vida a su hermano José -, el 21 de marzo de 1903, a los 63 años de edad. Ello naturalmente, le impidió llevar a su fin la edición depurada de Martín Fierro, que anunciara. Pocos estuvieron en condiciones de valorar como él el hondo sentido de nuestra poesía gauchesca. Su crítica al lenguaje de Estanislao del Campo es un modelo en su género. Era un hombre inteligente y estudioso, de grandes condiciones morales. Al día siguiente de su deceso, el diario “La Nación” dijo de su colaborador, que “Nadie hubiera dicho que la muerte acabara tan pronto con Rafael Hernández”. Cuando se le veía pasar con su melena leonina, formando un marco espeso a su cara viril y expresiva; cuando se observaba la vivacidad de sus ojos, la sonrisa todavía juvenil que asomaba entre las malezas de la barba poblada; cuando se admiraban sus hombros cuadrados, su pecho saliente, su paso firme, disimulando gallardamente sus cincuenta y tantos otoños, hubiérase dicho que aquella melena y esa barba llegarían a ser blancas como el armiño, antes de que el tiempo agotase un cuerpo que conservaba aún tan admirables energías.

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