Ricardo Molinari por Pablo Neruda

Ricardo Molinari nació en Buenos Aires, dos años antes que empezara el siglo 20, escribió medio centenar de libros, y murió tan calladamente como vivió, en 1996. Jorge Luis Borges vio en él una presencia inusitada en las letras argentinas, seducido por “esa manera de nombrar las cosas como agradeciéndolos el favor que nos hacen con existir”. Su poesía es una luz radiante y apartada, una flor dura, un pájaro de empinado canto. Pero será Pablo Neruda quien lo describa de esta forma:

Si existieran muchos poetas como Molinari, habría más dignidad sobre la tierra.

Posiblemente el ejercicio literario sería más ignorado, pero surgirían escuelas de rastreadores apasionados en la huella.

(Hombres religiosos capaces de oír y explorar la nieve secreta y la gruta geóloga hasta tocar las vertientes fundamentales). Porque la poesía de Molinari se esconde pero se descubre; su oscuridad es sólo el camino de un resplandor eterno.

Yo conversé muchas veces con mi amigo F.G.L. sobre Ricardo. Él estimaba como yo su recatada grandeza. Y hay que ver y saber que mi malogrado compañero era en la intimidad un catador inexorable.

Por mi parte me gusta recordar algunas de sus hazañas. Por ejemplo cuando el joven Ricardo E. Molinari con unos pocos pesos nacionales, provisto de maletín y gabardina se enfrascaba en la Europa más rumorosa y fragante: en las callejas populares de Lisboa, entre las cigarras del campo provenzal, por las librerías polvorientas de Madrid.

O bien cuando dirigió las primorosas ediciones de su poesía melancólica y bienhechora y también por generosa amistad, mis primeros versos, otorgándoles la elegancia de sus manos.

¡Honor al profundo, al bello poeta del honor y de la tristeza!

¡Honor al compañero, al maestro del misterio y del decoro!

¡Salud!

Pablo NerudaIsla Negra, marzo de 1973

. . .

Un poema de Ricardo Molinari:

Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara

con una hoja de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,

que a veces quito

mis ojos de la luz para que atraviesen la noche por el cielo.

Los jardines saben el nombre de tu río

y el de los antílopes que lo cruzan jugando entre el agua;

ninguno habrá que no lo haya sentido

fluir, humedeciéndome la boca,

en la mañana, o al caer la tarde,

sobre el aliento perezoso

de las flores.

Texto originalmente publicado en http://elcaliban.blogspot.com/2019/06/ricardo-molinari-el-imaginero.html?m=1

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