¿Quién quiere vivir para siempre?

Si bien para algunos (como el que suscribe) la opción de la inmortalidad puede resultar una experiencia entre aburrida y siniestra, hay gente en este mundo que aspira a vivir para siempre. No buscan la gloria del bronce o de las estatuas, o a la de tener un lugar de preferencia en los libros de Historia; sino la inmortalidad efectiva, la de permanecer en esta tierra sin asistir al llamado de Dios, ni pasearse en la nave de Caronte, resistiéndose a la visita de las Parcas.

Lógicamente que todos queremos prolongar nuestra estadía en el mundo. Bueno, no todos… En el año 2012, de las cincuenta y seis millones de personas que murieron, ciento veinte mil fallecieron por conflictos armados, siete mil seiscientas como víctimas de atentados terroristas, ochocientas mil se suicidaron y un millón y medio murió de diabetes. La primera conclusión es que cada año hay ochocientas mil personas que no querían vivir para siempre. La segunda, las gaseosas edulcoradas son más peligrosas que Al Qaeda.

Sin embargo, y desde hace siglos, algunos investigadores trabajan para derrotar la muerte y gozar de una eterna juventud, como la pretendida por el doctor Fausto, el personaje de Goethe. Pero ¿quiénes están atrás de esta idea? Pues miren su computadora.

Ray Kurzweil es director de ingeniería de Google y ha puesto en marcha una subsidiaria de esta empresa llamada Calico con la finalidad declarada de “vencer la muerte”. Otro fervoroso creyente de este proyecto es Bill Maris, también miembro de dicha empresa, quien ha creado un fondo de inversiones: Google Ventures. Este maneja fondos por varios miles de millones de dólares destinados a ambiciosos proyectos de biotecnología, que tienen como fin prolongar la existencia.

Más allá de las disquisiciones filosóficas y religiosas, estos investigadores ven la muerte como un problema técnico. En la historia de la humanidad, hubo alquimistas y chamanes que basaban su búsqueda de la inmortalidad en procedimientos esotéricos, aunque el primero en trabajar científicamente el tema fue el premio Nobel Alexis Carrel. Este desarrolló la técnica de suturar vasos sanguíneos y así poder cambiar órganos y tejidos dañados, asegurando la circulación. Después, junto a Charles Lindbergh (aquel que cruzó el Atlántico en el Espíritu de San Luis) trabajó en cultivos de células para asegurar la reposición de tejidos (aunque llegó a conclusiones erróneas por fallas técnicas).

También podemos ver el envejecimiento y la muerte celular como un problema que requiere descifrar los códigos genéticos. Sabemos que la apoptosis -la muerte celular programada- depende de los telómeros, es decir, las partes terminales de los cromosomas encargados de su estabilidad estructural y de toda la célula. Ya se sabe que hay sustancias que actúan sobre dichos telómeros y, de esta forma, se podría reprogramar la reproducción celular o impedir la muerte de dicha célula.

Con la ingeniería genética y la nanotecnología, algunos se atreven a asegurar que dentro de cincuenta a cien años, podrán vencer la muerte quienes dispongan de suficientes medios económicos para afrontar los gastos que implique el rejuvenecimiento o el reemplazo de los órganos.

Si Kurzweil está en lo cierto, algún amortal está jugando a la bolsa en Wall Street…

Y decimos “amortales” porque no serán inmortales quienes puedan acceder a estos caros procedimientos, ya que aún estarán sujetos a las variaciones azarosas de este mundo. Podrán ser exterminados en guerras por alguna de las ojivas nucleares que tienen escondidas por allí, o en accidentes aéreos o vehiculares.

La diferencia con los demás mortales radicará en que su vida no tendrá fecha de vencimiento. Periódicamente, estos amortales ‒nuevos Highlanders‒ deberán ser sometidos a service y mantenimiento, deberán tener vidas saludables, no excederse en el peso, ni en la ingesta de tóxicos, comer verduritas, dejar de lado las fritangas y los salamines… en fin, un poco fastidioso, ¿no? Estos eternautas no podrán poner en peligro sus vidas, sino ¿para qué gastaron tanto en ellos mismos? ¿Para morir en un accidente cruzando la calle o en una pista de esquí?

Los demás mortales corremos algunos riesgos porque sabemos que nuestras vidas tienen un final. De algo hay que morirse. Por eso, nadamos en el mar, caminamos en las montañas y corremos riesgos que los amortales no estarán dispuestos a correr.

La vida de aquellos que elijan este camino será más tediosa, y el individuo aburrido es una persona proclive a hacer cosas que no son del todo lógicas, como deprimirse o neurotizarse.

Esta amortalidad traerá aparejados muchos cambios.

Cuando se instituyó el matrimonio y el concepto de que “la muerte los separe”, la expectativa de vida era de cuarenta años. Veinte de convivencia es un tiempo adecuado (bueno, depende de las circunstancias) pero, a medida que se fue prolongando la existencia, también subió la tasa de divorcios. No es lo mismo convivir veinte años con una misma persona, que sesenta. No se ve la vida igual a los 20 que a los 60, o a los 100, o ¿a los 200?

La relación entre padres e hijos también se alterará (además, después de tanta manipulación genética, ¿las mujeres serán fértiles? Y, suponiendo que lo sean, ¿cómo sería la relación entre un padre de 180 años y su hijo de 150?) ¿Podrán seguir teniendo hijos a esa edad? ¿Cuántos podrán tener? ¿Cómo será el tema de la herencia? El costo de mantener a los amortales será enorme. ¿Cuándo se jubilará un amortal? ¿A los 150? ¿O acaso no podrán jubilarse? ¿Deberá pagar impuestos siempre? Supongo que sí tiene lógica pagar impuestos a las ganancias, pero pagar bienes personales por cien años, ¿no es demasiado?

¿Cómo manejarán los amortales sus conocimientos? Hoy en día, lo que estudia un profesional cambia en pocos años. ¿Habrá que rehabilitar los títulos de los amortales cada tantos años? Los jefes, ¿nunca morirán? ¿Serán siempre jefes? Y, si tal jefe gobierna con criterios propios de generaciones anteriores, ¿cómo se sentirá lidiar con criterios victorianos en pleno siglo xxi?

Esta amortalidad tendrá sus secuelas religiosas; de hecho, ya aspirar a ella es un desafío al mandato bíblico. Cada día queda atrás el concepto medieval de llevar adelante una existencia de sacrificios para lograr la felicidad eterna en el Paraíso. A medida que se prolonga la vida y el bienestar, todos quieren ser felices en este mundo. Las bondades del Paraíso post mortem se diluyen en esta tierra de indulgencias.

Todo esto lo deberá tener en cuenta aquel que quiera volcar esfuerzos y fortunas en el emprendimiento de la amortalidad.

Ustedes, ¿estarán dispuesto a bancar este costo de prolongar una vida con tantos interrogantes? ¿Quién quiere vivir para siempre?

Yo no. ¿Y ustedes?

Texto extraído del libro TRAYECTOS PÓSTUMOS (Olmo Ediciones) de Omar López Mato

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