El 19 de febrero de 1868 se produjo en Uruguay un doble magnicidio, con los asesinatos casi simultáneos de los ex presidentes Venancio Flores y Bernardo Berro, en medio de la turbulencia causada por los enfrentamientos de blancos y colorados, que en largos tramos de nuestra historia defendieron sus intereses de forma sangrienta.
El general Flores, un siniestro personaje que en la Guerra Grande (1843-1851) luchó contra Manuel Oribe y Juan Manuel de Rosas y llegó a convertirse en un influyente dirigente del Partido Colorado, en 1863 se levantó en armas contra el gobierno blanco de Bernardo Prudencio Berro.
Contó para ello con la ayuda del Imperio de Brasil, que invadió territorio uruguayo y movilizó su escuadra naval para hostilizar las ciudades de la ribera, y el apoyo logístico de la Argentina de Mitre, cuya Armada bloqueó la entrada del río Uruguay para cortar las comunicaciones entre Montevideo y los puertos de esa vía fluvial.
El 22 de junio de 1863 la escuadra mitrista se apoderó del buque de guerra uruguayo General Artigas que llevaba tropas para reforzar los efectivos de Berro en el norte.
En agosto de 1864 Flores ocupó Florida y ordenó fusilar a los defensores de la villa y en enero de 1865 se apoderó de Paysandú, donde también fusiló a Leandro Gómez y sus colaboradores, después que la ciudad fuera cercada por hambre y sufriera el asedio y el bombardeo de los buques brasileños. Ya con el camino despejado, el general Flores entró a Montevideo el 20 de febrero de 1865 y se proclamó Gobernador Provisorio, título que encubría lo que no era más que una dictadura.
Venancio Flores se suma a la guerra contra Paraguay
Un mes después, Flores cumplió lo que ya estaba planificado y se sumó a la Argentina y Brasil en la infame Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870), propiciada por el imperio británico que pretendía el libre comercio y la libre navegación de los ríos interiores del país guaraní.
Después de seis años de desangrarse en una lucha desigual, Paraguay –el primer país de Sudamérica que tuvo hornos de fundición, ferrocarriles, hospitales modernos para la época, el mayor ingreso per cápita de la región y que se autoabastecía sin necesidad de importar de Europa- fue derrotado.
El primer decreto firmado por el gobierno títere impuesto en Asunción por los vencedores estableció la apertura de las importaciones a todos los productos y la libre navegación de sus ríos, para permitir la llegada de las embarcaciones del Reino Unido cargadas con manufacturas para el nuevo mercado. Paraguay fue sumido en la miseria, perdió alrededor del 90% de su población masculina adulta y quedó interrumpido casi indefinidamente un proceso de desarrollo económico y cultural único para la época en la región.
Bernardo Berro desautoriza a la Iglesia Católica
Bernardo Berro, por su parte, después de abandonar el gobierno se había retirado a su quinta de Manga, donde trabajaba él mismo la tierra pero rumiaba planes para retornar al poder.
Durante su Presidencia, a pesar de ser católico, había mantenido un duro enfrentamiento con la Iglesia Católica, principalmente a partir del enterramiento en abril de 1861 en un cementerio de Montevideo de un influyente profesional que había residido en San José, Enrique Jacobson, católico y masón.
El cura maragato se negó a enterrarlo en el camposanto local debido a que no había aceptado abjurar de su condición de masón, y el cuerpo de Jacobson fue llevado a Montevideo.
Pero allí también el vicario apostólico, Jacinto Vera, prohibió que el cadáver fuera conducido a la Catedral o que se le diera sepultura eclesiástica, en tiempos en que la Iglesia era guardiana de la paz de los cementerios.
Los familiares del muerto hicieron gestiones oficiales y lograron que el presidente Berro permitiera la inhumación en un cementerio de la ciudad. Esto desató la furia de Vera, quien de inmediato ordenó la exhumación del cadáver porque consideró que el camposanto público y católico había sido “escandalosamente violado” y los fueros eclesiásticos invadidos.
Berro respondió dictando el 18 de abril un decreto de secularización de los cementerios que, a partir de allí, pasarían a ser administrados por el Estado.
Precisamente, cuando en 1863 Venancio Flores, que ostentaba el grado de general del ejército argentino, desembarcó en la Agraciada procedente de Buenos Aires para iniciar el levantamiento contra el gobierno de Berro, llevó entre sus objetivos proclamados el de “defender los derechos de la Iglesia Católica”. Resulta una verdadera curiosidad histórica este aparente entrecruzamiento de posturas religiosas de blancos y colorados.
En 1867, los blancos no se presentaron a las elecciones de noviembre de aquel año argumentando que “no existían garantías” y el 15 de febrero de 1868 Venancio Flores finalizó su dictadura y entregó el gobierno al colorado Pedro Varela, presidente del Senado.
Cuatro días después, Flores y su adversario Berro estarían muertos.
Dos asesinatos: los hechos
Fue a las dos de la tarde del miércoles 19 de febrero cuando Bernardo Berro inició el levantamiento que había preparado silenciosamente y al frente de 25 hombres ocupó el Fuerte, donde funcionaba la Casa de Gobierno, al grito de “¡Abajo Brasil!” y “¡Viva la independencia oriental y del Paraguay!”.
El Fuerte era un sólido edificio de dos plantas que ocupaba una manzana en el lugar donde hoy está ubicada la Plaza Zabala.
El presidente interino Varela y el encargado de negocios de Brasil (quien, oh, casualmente estaba de visita), escaparon por una puerta del fondo. Berro proclamó la “revolución” pero cuando advirtió que un batallón leal al gobierno avanzaba sobre el Fuerte, fue él quien huyó por la puerta trasera para llegar al puerto donde lo esperaría una lancha preparada convenientemente para el caso de que la aventura fracasara. Sin embargo, el bote faltó a la cita y Berro fue apresado.
Casi en el mismo momento, enterado del intento insurreccional, Venancio Flores acompañado por algunos amigos armados marchó en un carruaje hacia el lugar de los acontecimientos. Pero en la calle Rincón, entre Ciudadela y Juncal, el coche fue interceptado por una carreta cargada de pasto y aparecieron varios hombres emponchados, cubiertos con grandes sombreros, que hicieron fuego contra el carruaje. Los amigos de Flores lograron escapar de la emboscada pero el general tuvo dificultades con una portezuela atascada y fue alcanzado por los atacantes, quienes lo mataron a puñaladas en un episodio que sería recreado dramáticamente en un conocido óleo de Juan Manuel Blanes.
El cuerpo de Flores fue llevado por el comerciante Emilio Landinelli y otros dos hombres hasta la Catedral, sin ninguna otra ayuda ya que las calles habían quedado completamente desiertas, y el cadáver fue dejado frente al Altar Mayor. Mientras tanto, Berro había sido conducido hasta el Cabildo, donde se enteró de la muerte de su enemigo.
El jefe político, Cándido Bustamante, ordenó al carcelero, un negro grandote apodado “El Elefante”, encerrar a Berro en un calabozo. Allí el frustrado golpista fue víctima de vejámenes y al parecer alguien lo mató disparándole con una pistola, aunque según la versión de Landinelli fue El Elefante quien lo ultimó a puñaladas. El cuerpo de Bernardo Berro fue degollado, paseado en un carro de basura por las calles de Montevideo y luego arrojado a una fosa común del cementerio.
En cambio, las exequias de Flores duraron varios días y dieron lugar a actos masivos. Un médico embalsamador se encargó del cadáver que luego fue expuesto en la Iglesia Matriz pero, según una versión nunca confirmada, el experto hizo un trabajo tan defectuoso que “el aire del lugar quedó viciado” y sólo pudo salvar la cabeza del caudillo. Armó entonces un monigote relleno de trapo y paja, al que vistió con uniforme militar y le añadió la cabeza seccionada del general. Eso fue lo que se exhibió y enterró en la Matriz.
Montevideo sin Carnaval
En medio de la situación convulsionada, los dirigentes de Montevideo enviaron chasques urgentes a los jefes políticos colorados informándoles: “Mataron a nuestro querido general D. Venancio Flores: reúna su gente y véngase”, pidiendo que mandaran refuerzos a la capital.
Pero en algún lugar el destinatario leyó erróneamente “vénguese” en lugar de “véngase” y el caudillo de Soriano, Máximo Pérez, ordenó ejecutar a los jefes blancos Tomás Pérez y Rafael Ocampo. Fue el comienzo de una saga de venganzas y matanzas terribles en todo el país, en la que los blancos llevaron la peor parte. Hasta hubo una campaña “sucia” en su contra que los responsabilizaba de las muertes causadas por la epidemia de cólera, que en aquel momento hacía estragos, diciendo que echaban estricnina en el agua de los aljibes.
Aquel año de 1868 los montevideanos se quedaron sin uno de sus festejos preferidos, porque los asesinatos de Flores y Berro una semana antes de la fiesta de Momo sepultaron en un baño de sangre los tres días del Carnaval, que fue suspendido. La historia de los homicidios se narra con el color y el calor del político que la narre.
Para unos Berro no se iba a levantar contra el gobierno y que sorprendido por los hechos y muerto a patadas por los hijos de Venancio Flores.
La masacre de Paysandú fue organizada por el Goyo Jeta fusilándolo a Leandro Gómez en contra de las órdenes del Gobierno de Montevideo, presidido por Gabriel A. Pereira con una intervención muy difícil de entender del hermano de Leandro Gómez el General Andrés Gómez a tantos años de distancia y con tantas pasiones tergiversando los hechos no es fácil que se aclaren los dimes y diretes como tampoco que aparezcan los restos de Leandro Gómez que fueron y vinieron a Paysandú desde uno de los primeros panteones del Cementerio Central a mausoleo en Paysandú, donde entre idas y venidas los restos de Leandro Gómez no aparecen.
Texto extraído del sitio: https://www.elreporte.com.uy/los-asesinatos-de-flores-y-berro/