Se cumple 55 años de la famosa Noche de los Bastones Largos, uno de los peores acontecimientos a nivel intelectual de la historia de Argentina. Así, el 29 de julio de 1966 cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, fueron desalojadas y destartaladas a manos de la Policía Federal del país.
Para entender este acontecimiento hay que situarse en un contexto de miedo y represión que se expandía por todo el país. Apenas un mes y un día antes, el teniente general Juan Carlos Onganía había derrocado el régimen democrático de Arturo Illia, de forma que inició la autodenominada ‘Revolución Argentina’ a través de un golpe de Estado.
Como primeras medidas, el régimen disuelve el Congreso, destituye a la Corte Suprema de Justicia, interviene en las provincias y prohíbe toda forma de política. Por entonces, las universidades públicas argentinas se regían bajo los principios de autonomía del poder político y el cogobierno tripartito compuesto por estudiantes, docentes y graduados.
Sin embargo, la llegada del régimen dictatorial se tradujo a fuertes y violentas represiones que desestabilizaron la tranquilidad estudiantil de las facultades.
Entre los objetivos de Onganía en materia educativa, predomina la erradicación del comunismo. Así, el Ministerio de Educación pasó a ser parte del Ministerio del Interior, idea no muy bien acogida por los centros universitarios.
Los edificios reservados a las Ciencias Exactas y Naturales junto a las de Filosofía y Letras fueron las más afectadas por los bastones largos que dan título a esta cruenta noche. El nombre se debe a los extensos palos utilizados por la Policía Federal para desalojar a cientos de estudiantes y maestros que se encontraban en el centro.
Las facultades que cultivaban las ramas de matemáticas, física, química, geología, meteorología y geología junto a las áreas de humanidades, filosofía y sociología lucían cierto fervor por el cambio de la situación del país.
Indudablemente, este hecho no solo significa una mancha negra en la historia de un país que ha sufrido constantes ataques militares, sino que degradó seriamente el nivel académico por el exilio masivo de profesores de la Universidad de Buenos Aires, un lugar de referencia para la educación nacional.
Aparte de estas consecuencias ‘intelectuales’ hay que destacar los numerosos heridos y detenidos aquella noche que dio paso a la llamada ‘Fuga de Cerebros’. Tanto los académicos como los alumnos protestaban por la anulación del decreto 16.912 por parte de Onganía, que suponía el fin a cerca de 50 años de autonomía y libertad de cátedra.
Un mes después del golpe, el Gobierno prohibió la actividad política en las facultades y anula el gobierno tripartito. Así, a través de este decreto ley los rectores y decanos debían convertir en interventores delegados de la secretaría de educación con un plazo de 48 horas para aceptarlo o denegarlo.
Tras la negativa, después de que los subordinados de Onganía mandaran el desalojo de los edificios, profesores y alumnos decidieron salir de aquellas clases con los brazos en alto cantando el Himno Nacional. La nula resistencia de los estudiantes no los salvó de ser golpeados e insultados por la doble fila de funcionarios que los rodeaban.
Uno de los episodios más crueles y recordados fue el que incluye al por entonces decano de la Universidad, Rolando García, un famoso meteorólogo que había sido profesor en la Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos, quien se alarmó por los métodos utilizados por la Policía (entre los que se encontraban la utilización de gases lacrimógenos) y les plantó cara.
Este acto que fue respondido a bastonazos, igual método al utilizado en la destrucción de clases, laboratorios y bibliotecas. Además, se suma la renuncia de los decanos de Filosofía y Letras y la desaparición de los institutos de Biología Marina, Cálculo y Televisión Educativa, una novedosa rama pionera en América Latina.
El ideario político del dictador no entraba dentro de los planes de cientos de docentes que buscaron fuera de las fronteras de Argentina un lugar donde desarrollar sus conocimientos de forma plena sin represiones. Por tanto, se inició la fuga y el exilio de los mejores científicos del país no sin antes ser atacados con especial violencia.
Para acercar mejor el metálico ambiente de este acontecimiento, se hace oportuno presentar la carta que escribió un profesor de matemáticas del Instituto de Tecnología de Massachusetts Warren A. Ambrose, quien se encontraba ese verano visitando la universidad bonaerense.
En el escrito, Ambrose destacó cómo la policía llegó y “sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio en un plazo de 20 minutos en el cual alumnos y maestros permanecieron inmóviles”. Además, describió cómo permanecían bajo el efecto de los gases lacrimógenos y los procedimientos para el desalojo de la facultad, en los cuales “los golpes se distribuían al azar y sin ninguna provocación”.
Como conclusión a esta fatídica noche, el profesor distinguió cómo fueron llevados a la comisaría en camiones donde los catedráticos fueron puestos en libertad sin ninguna explicación. Por último, en esta carta del 30 de julio de 1966 aboga por “una conducta que va a retrasar seriamente el desarrollo del país por el hecho de que muchos docentes van a abandonarlo” como así ocurrió.
De esta forma, un total de 301 educadores emigraron, de los cuales, 215 eran científicos y 86 de ellos investigaban en diferentes áreas. Principalmente Chile y Venezuela fueron los destinos elegidos por los 166 instructores que se insertaron en universidades latinoamericanas.
Sin embargo, los otros 94 viajaron a distintas facultades de Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico. Los nombres más reconocidos de esta larga lista de personal educativo son la física atómica Mariana Weissman, el epistemólogo Gregorio Klimovsky, el filósofo Risieri Frondizi y la meteoróloga Eugenia Kalnay.
En total, 1.378 docentes de la UBA renunciaron a sus puestos en una época en la que “tuvimos a los físicos y matemáticos más brillantes de Argentina”, como comentó la bióloga Renata Wulff.
Por consecuencia final a esta fuga de personal y cruda violencia, en las universidades se aplicó una estricta censura en materia de contenidos teóricos y desapareció un proyecto reformista educativo considerado como una referencia central a nivel cultural y académico.
Texto publicado originalmente en https://m.notimerica.com/