El programa Proyecto Libro Azul, que comenzó como Proyecto “Sign” en 1947, dio (según el criterio de la Fuerza Aérea) una explicación satisfactoria para la mayoría de las casi tres mil observaciones registradas hasta 1969. Sobre los “episodios ovni” que no pudieron ser explicados, la postura oficial fue que “la descripción del objeto o de su movimiento no puede ser asimilada a ningún objeto o fenómeno conocido.”
Al personal del Proyecto Libro Azul (PLA) se le asignaron tres funciones principales: tratar de buscar una explicación para todas las visiones reportadas de ovnis, decidir si el asunto de los ovnis representaba algún peligro para la seguridad de EEUU, y determinar si los ovnis mostraban algún tipo de tecnología avanzada que pudiera ser utilizada por los EEUU.
El grueso de las investigaciones llevó a los responsables del PLA a determinar que la mayoría de las visiones de la gente no eran naves espaciales extraterrestres sino estrellas brillantes, globos, satélites, cometas, bolas de fuego, naves aéreas convencionales, nubes en movimiento, regueros de vapor, misiles, reflejos, rayos, luces de búsqueda o fuegos artificiales. Por lo tanto, basándose en estos reportes de sus investigadores, la Fuerza Aérea de los EEUU estableció que “ningún ovni ha dado motivo para ser considerado un peligro para la seguridad nacional, no hay evidencia de que los ovnis representen desarrollos de técnica o principios más avanzados que nuestro conocimiento científico actual, y no hay evidencia de que ningún ovni sea un vehículo extraterrestre.”
La historia de los platos voladores comienza el 24 de junio de 1947, cuando Kenneth Arnold divisó nueve discos en el cielo cerca de Mount Rainier, en el estado de Washington. Arnold describió el movimiento de esos objetos voladores como el de “un platillo que resbala sobre la superficie del agua”, y esa descripción fue resumida como “platos voladores” o “platillos volantes”, términos que siguieron utilizándose desde entonces en todo el mundo y a lo largo del tiempo.
El amplio despliegue informativo de la prensa sobre los cada vez más numerosos avisos de ciudadanos sobre “platillos voladores” creó la suficiente incomodidad en los altos niveles militares como para llevar a cabo una investigación militar al respecto, con el temor de que los objetos reportados fueran naves más avanzadas que las de las fuerzas armadas de los EEUU.
El siguiente episodio, ya un clásico en la historia de los ovnis, fue el encuentro del capitán Thomas Mantell con un plato volador sobre la base aérea de Camp Godman, en Kentucky, en enero de 1948. Los residentes de Marysville informaron haber visto un “avión extraño”, la base aérea constató que no había vuelos de prueba en la zona, y otras dos ciudades cercanas informaron después que habían visto una “nave extraña de unos trescientos pies de diámetro”; finalmente, los operadores de la base aérea también lo vieron y advirtieron que no era un avión ni un globo meteorológico. Mientras decidían qué hacer, vieron que una escuadrilla de cuatro aviones P-51 se acercaba con el objeto de identificarlo. El capitán Mantell, jefe de la escuadrilla, dijo “parece metálico y es enorme; está sobre mí, me estoy acercando, voy a ascender otros diez mil pies…”. Esas fueron las últimas palabras de Mantell; sus compañeros de vuelo dijeron que “desapareció en las nubes”. Unos momentos después, Mantell se estrellaba contra la tierra muriendo en el impacto. El comunicado de la Fuerza Aérea expresó que el experimentado piloto se había matado desgraciadamente “tratando de alcanzar el planeta Venus.”
En julio de 1948, Clarence Chiles y John Whitted, pilotos de un vuelo regular de Atlanta a Houston de la Eastern Airlines, informaron sobre un ovni “con dos filas de ventanas de las que salen luces brillantes y que emite una luz azul hacia abajo y un reguero de luces anaranjadas hacia atrás”.
En octubre de 1948, el teniente George Gorman esperaba turno para aterrizar en Fargo, Dakota del Norte, cuando una luz brillante pasó delante suyo. Cuando intentó seguirla, la luz se volvió hacia él, como si lo atacara, y tuvo que esquivarla dos veces. El ovni finalmente desapareció, y Gorman quedó shockeado y temblando.
La Fuerza Aérea esgrimió, como para ganar tiempo, las hipótesis de meteoros, de “bombas zumbantes” o de un nuevo modelo de avión V-2. La prensa comenzó a investigar y desairó rápidamente esas versiones. Los objetos tenían forma de cigarros, arrojaban llamas anaranjadas por la cola, volaban a una altura de entre 300 y 1.000 metros, su velocidad era la de un avión y no hacían ruido.
Para febrero de 1949, el Proyecto Sign había evaluado 243 informes y sus conclusiones eran que “no había evidencia definitiva disponible que pueda probar la existencia de estos ovnis.” Decían que “los informes sobre ovnis resultaban erróneas interpretaciones sobre objetos convencionales, debidos a una forma de histeria de masas, de nervios bélicos y de personas que buscaban publicidad.” Pero el tema no quedó ahí, porque los avistajes de objetos voladores continuaron; más aún, se incrementaron y durante años ocuparon lugar en los medos de comunicación.
En 1954, un ambiguo y casi incomprensible comunicado de la Fuerza Aérea sobre los platos voladores sostenía que “si vinieran de Marte, están a tal distancia delante de nosotros que no tendríamos nada que temer”. En 1959, un grupo de cincuenta pilotos experimentados se referían a la política de la Fuerza Aérea de los EEUU sobre el tema como “absolutamente ridícula”; cada uno de ellos había visto al menos un ovni y había sido interrogado al respecto. “Nos ordenan informar sobre cualquier episodio, pero al interrogarnos nos tratan como incompetentes y nos ordenan que nos callemos”. De hecho, cualquier piloto que se negara a mantener el secreto después de ver un ovni podía llegar a ir a la cárcel y tener que pagar una elevada multa.
En 1960, un ex-jefe de la CIA, el vicealmirante Robert Hillen Koetter, calificó oficialmente la información relativa a los ovnis como “un asunto serio”. Mientras tanto, la Fuerza Aérea emitía un comunicado bastante extenso (otro más, y van…) sobre todo lo ocurrido hasta entonces, sin ser concreto en sus afirmaciones pero sin caer en la negación que había sostenido hasta ese momento, y aceptando por primera vez como ciertos los numerosos testimonios de sus pilotos. No tenían explicación, decían, para los giros en ángulo recto tan marcados y las grandes aceleraciones “sin daño aparente para las naves ni para sus ocupantes” (¿ocupantes? ¿y eso?). El método de propulsión los intrigaba por completo. A esta altura, el mayor Hector Quintanilla, por entonces director del Proyecto Libro Azul, aceptaba que “es imposible probar que los platillos volantes no existen”. Y redoblaba la apuesta: “…imagínense qué gran ayuda representaría tener acceso a una nave de otro planeta y examinar su planta de energía…”.
La historia del Proyecto Libro Azul ha tenido altibajos en términos de credibilidad, consistencia y relaciones públicas; el público acusa a la Fuerza Aérea de ocultar información sobre los ovnis, y la acusación parece lógica de acuerdo a la forma en que han dado a conocer sus investigaciones.
A principios de la década del ’70, más de cinco millones de personas habían asegurado haber visto algo que definieron como un plato volador. El Proyecto Libro Azul no pudo nunca limpiar del todo su imagen ante los estudiosos de los ovnis ni ante la población en general. La hipótesis (como mínimo discutible) de que “dado que nada hostil ha sido descubierto en el pasado, nada hostil será descubierto en el futuro”, puede llevar implícito un alto riesgo a futuro.
Por esa razón, el Proyecto Libro Azul no fue discontinuado. Al decidir su continuidad, se establecieron varias pautas: una, si el PLA debía seguir, debía ampliar su campo de acción. Dos, había que evaluar la posibilidad cierta de que una nación no amistosa desarrollara armas no convencionales que se asemejaran a los ovnis. Tres, deben estudiarse más a fondo los “informes creíbles”. Cuatro, un enemigo podría utilizar los informes sobre platillos volantes como arma psicológica y hacer cundir el pánico.
Durante casi treinta años, la Fuerza Aérea mantuvo sus archivos sobre ovnis en estricto secreto. A mediados de la década del ’70, se decidió emitir un extenso informe sobre todos los datos, informes, fotos y material acumulado durante años.
Ese informe se llamó “Proyecto Libro Azul”, por supuesto, y el material fue la extensa recopilación de casos recogidos, material fotográfico y fílmico incluido. Sin embargo, las conclusiones del extensísimo informe no fueron diferentes a las habituales: no hay de qué preocuparse, no hay amenaza alguna para el “interés nacional”; palabras más, palabras menos.