Los Primo de Rivera eran, a finales del siglo XIX, cuando nació Miguel, uno de los linajes castrenses y aristocráticos con más solera del país. A los 12 años, Miguel y su hermano mayor, Juan, fueron a Madrid a cursar estudios militares bajo la tutela de su tío Fernando.
Tras ser licenciado en la Academia Militar de Toledo, el joven teniente disfrutó de los ambientes más selectos de la sociedad madrileña. Su primera actuación destacable tuvo lugar en Marruecos en 1893, donde fue para atajar la insurrección de las cabilas (tribus beréberes) en torno a Melilla.
En aquel Marruecos previo al Protectorado, Primo encontró un campo abonado para dar rienda suelta a su afán de protagonismo y lideró una acción heroica que le valió una condecoración y el ascenso a capitán.
Testigo de la decadencia
Tras aquel episodio, su tío intercedió para que Arsenio Martínez Campos se lo llevase como ayudante a Cuba. El general acababa de ser nombrado la máxima autoridad militar para acabar con la lucha independentista surgida en la isla. Incapaz de encauzar la lucha y ante su negativa de aplicar una dura represión, Martínez Campos sería destituido en un año. Sin embargo, Primo de Rivera salió reforzado de su periplo cubano, ya que fue nuevamente condecorado y ascendido a comandante con solo 26 años.
En 1898, el desmembramiento de las colonias de ultramar españolas coincidió con la muerte del padre de Miguel. Como tantos otros, Primo de Rivera empezó a sentir España como un problema que necesitaba soluciones drásticas. El “regeneracionismo” sonaba en boca de muchos, y la teoría del “cirujano de hierro” (una figura ideada por Joaquín Costa en su obra Oligarquía y caciquismo) atrajo al joven militar.
El pensador aragonés aludía a un hombre con “poderes supremos”, capaz de efectuar una “política quirúrgica” que saneara la vida pública española. Primo simpatizó también con el postulado de uno de los más importantes líderes de la época, Antonio Maura. El político conservador abogaba por una “revolución desde arriba”, que definía como el advenimiento de una “dictadura cívica, inteligente, austera, preparatoria de la regularidad jurídica en la vida popular y en la del Estado”.
Grandes ambiciones
Como oficial excedente, Primo se instaló en Madrid, se codeó con la alta sociedad y contrajo matrimonio con una joven aristócrata de rica familia, Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín. Después fue destinado al Campo de Gibraltar al frente del Batallón de Cazadores de Talavera. En aquel destino viviría su etapa más sosegada, definida por él mismo como “los felices años de Algeciras”.
Esa felicidad acabó bruscamente debido a la muerte de su mujer por complicaciones derivadas de un parto. Primo volvió a Madrid, cedió a su madre y a su hermana la educación de sus cinco hijos y ocupó el cargo de secretario de su tío, que en aquellos momentos era el influyente ministro de Guerra.
Sus aspiraciones personales tenían cotas muy altas. Por entonces, el mejor destino para conseguir promociones era Marruecos. La oportunidad le llegó con las hostilidades iniciadas en África en el verano de 1909 (las que darían pie a la Semana Trágica de Barcelona).
Rápidamente pidió el traslado a la zona y logró una notable gesta al conquistar con una única baja el monte Gurugú, desde el que se domina la ciudad de Melilla. Volvió a Madrid para regresar luego a África y ganar el ascenso a general de brigada con 41 años.
Objetivo en espera
En sus años africanos pasaba horas imaginándose jefe de Estado. Sin embargo, no tardó en dejar de lado sus veleidades políticas para ascender en el escalafón militar. En 1919 sería nombrado teniente general, y un año después fue destinado como capitán general a Valencia. Allí tendría ocasión de aplicar su receta de represión contra el movimiento anarquista.
En los primeros años veinte, varios acontecimientos importantes determinarán su futuro. Muere su tío Fernando, es destinado como capitán general a Madrid y allí conoce una noticia que tendrá gran incidencia en su carrera política: el desastre de Annual.
Aquella derrota militar significó el principio del fin para el sistema de la Restauración. Las críticas por el fracaso español ante las fuerzas del líder rifeño Abd el-Krim salpicaron incluso al rey Alfonso XIII, y el gobierno tuvo que nombrar una comisión para depurar responsabilidades.
Primo se mantuvo al margen de las críticas por su fidelidad al Ejército, aunque unas declaraciones suyas defendiendo una vez más el abandono de Marruecos le valdrían una sanción.
La antesala del golpe
Con poco más de cincuenta años accedió a la capitanía general de Barcelona, desde donde asaltaría el poder. Sentía la necesidad de “salvar” el país del desbarajuste en que se hallaba: conflictos con el Ejército, levantamientos sociales contra la sangría marroquí, atentados anarquistas… Tal vez influyeron también en su decisión las propuestas del fascismo europeo, especialmente difundidas desde la Italia de Mussolini.
En poco más de un año, Primo se forjó una imagen de garantizador del orden ante la amenaza separatista catalana y las acciones del anarquismo y consiguió el apoyo de la Lliga, el partido que representaba el catalanismo moderado.
Así, si en un principio obtuvo el apoyo de los denominados junteros por su defensa del abandonismo respecto a Marruecos, más tarde se ganó el favor de los africanistas. Lo consiguió mediante un viraje radical en sus planteamientos. Esa maniobra de Primo de Rivera fue, a la postre, lo que le permitiría alcanzar el consenso como para encabezar un golpe de Estado. Tenía previsto dar el paso definitivo tras el verano de 1923.
Pese a no tenerlas todas consigo, el capitán general de Barcelona decidió arriesgarse y envió el manifiesto Al país y al Ejército. En él mostraba su propósito de regenerar España y luchar contra “la corrupción de los políticos”. Pero también tenía como objetivos inmediatos evitar el auge de movilizaciones sociales contra los poderes establecidos y hacer inviables las investigaciones en torno a las responsabilidades del desastre de Annual.
Lo curioso es que el golpe triunfó más por la falta de reacción a él que por los apoyos que suscitó. El rey, mientras tanto, inició un deliberado compás de espera que el presidente del gobierno, Manuel García Prieto, entendió como un retiro de la confianza. Ante esta situación, el monarca aceptó a Primo más resignado que entusiasmado.
El Directorio Militar
Primo de Rivera seguía sin un plan político definido. Su golpe consistía en asumir el poder durante un período transitorio para poner orden y después dejar paso a la política convenientemente encauzada.
El dictador y el rey se concedieron tres meses para llevar a cabo una acción de gobierno sintetizada en estos propósitos: purgar la clase política, restablecer la paz social y encontrar una solución al problema de Marruecos. El primer gabinete de Primo de Rivera duró hasta finales de 1925 y estuvo formado por militares.
El llamado Directorio Militar tuvo relevancia en la preservación del orden debido a una militarización de la vida civil: todos los gobernadores civiles fueron sustituidos por militares y se disolvieron los ayuntamientos y las diputaciones. Con ello se pretendía también controlar la influencia de los caciques.
Paternalismo y arbitrariedad
En el plano social se creó un partido único, la Unión Patriótica, cuyo éxito duró lo que la propia dictadura. En cuanto a la cuestión autonómica, Primo pagó pronto el peaje pactado con los sectores más españolistas: prohibió el catalán y clausuró la Mancomunitat al poco tiempo de llegar al poder.
El catalanismo moderado que le había apoyado desde Barcelona se sintió traicionado. A partir de ese momento el referente catalanista sería Francesc Macià, líder de Esquerra Republicana de Catalunya.
En materia laboral, el régimen propugnó un sistema de arbitraje entre patronos y obreros que, con el apoyo de UGT, redujo notablemente la conflictividad laboral. Pero el mayor éxito de la gestión de Primo fue la solución del problema marroquí.
Al poco de alcanzar el poder, y debido a la oposición de los generales africanistas, el dictador dio marcha atrás a sus propósitos abandonistas. En su lugar estableció un frente en el oeste del Protectorado, pero esto, de facto, suponía una retirada de las fuerzas españolas.
Abd el-Krim lo entendió como una victoria definitiva y decidió atacar el territorio francés. Aquello supuso el principio del fin para el cabecilla rifeño, ya que españoles y franceses decidirían unir sus esfuerzos para derrotarle. Lo consiguieron mediante la acción conjunta del desembarco de Alhucemas.
En cuanto a las formas de gobierno, Primo de Rivera pronto se desveló como un dictador populista, que pretendía gobernar como se tutela una familia numerosa. Son famosos sus discursos, sus viajes constantes por todo el país, su intervencionismo en la prensa y su personalismo.
El Directorio Civil
El éxito de Alhucemas hizo pensar a Primo de Rivera que el breve paréntesis de suspensión constitucional podía prolongarse. El primer signo de cambio fue la sustitución del Directorio Militar por otro civil. Los años dorados del régimen de Primo de Rivera fueron los tres siguientes a este cambio de gabinete. Entonces se vivieron los mayores logros económicos, unas políticas fiscales alejadas del caciquismo, el fomento de infraestructuras o la celebración de las exposiciones universales de Barcelona y Sevilla en 1929.
Sin embargo, la tozudez del general por mantenerse en el poder y su torpeza con varios estamentos clave (entre ellos el propio monarca y el cuerpo de artilleros del Ejército) le valieron la animadversión de quienes tenía por amigos. A ello se sumó el rechazo de buena parte de la intelectualidad. La suerte de aquel gabinete había estado muy ligada al éxito económico de su gestión, en manos de José Calvo Sotelo.
Sería la crisis derivada de la Gran Depresión la que asestaría el golpe de gracia a una dictadura ya carente de apoyos. La petición de adhesión a sus colegas militares suscitó respuestas más bien frías. Primo presentó la renuncia al rey y marchó a París a principios de 1930. Moriría meses después de una diabetes padecida desde hacía años.