Por una cabeza: Los hermanos Tocci

Aquellos a quienes denominamos monstruos no lo son para Dios, quien en la inmensidad de su obra ve las infinitas formas en ella contenida.

Michel de Montaigne, Los Ensayos

 

Doña Guisseppina Fulcheri fue llamada para atender el parto de la signora Tocci una brumosa mañana del 4 octubre de 1877. Guisseppina no pensaba que el parto fuera a ser difícil, porque Maria Luigia Tocci era una joven fuerte y de buenas caderas para la parición. El trabajo comenzó con los consabidos pujos, y después de algunos esfuerzos salió una cabecita a la que Doña Guisseppina tomó mientras alentaba a la parturienta. A los pocos segundos doña Guisseppina notó algo que en sus centenares, ¡qué digo!, ¡miles de partos! jamás había visto. Otra cabeza comenzó a asomarse, precedida por dos manitos; “¡Madonna Santa!”, llegó a exclamar mientras las dos cabezas y las cuatro manos eran seguidas por un cuerpo con sólo dos piernas. Todavía temblando envolvió al (¿los?) niños en toallas, y entre avemarías y padresnuestros, se lo (¿los?) mostró al signore Tocci, que, después de un grito de horror, cayó desmayado.

Así comenzaron las ajetreadas existencias de Giovanni Battista y Giacomo Tocci, los dicéfalos tetrabrachius dipus dicephales más conocidos de nuestros tiempos. Su fama se debe a que el azorado progenitor, vuelto en sí después de semejante experiencia (otros dicen maliciosamente que debió ser internado en un hospicio para lunáticos a fin de recuperarse), decidió lucrar a expensas de su anormal descendencia.

Con el objetivo de asegurar su excepcionalidad, el signore Tocci hizo revisar a sus hijos por los conocidos profesores Simone Fubini y Angelo Mosso, ambos distinguidos miembros de la Academia de Medicina. Interesados por la rareza del caso, examinaron con detenimiento a los hermanitos, asegurando, por su experiencia y la omnipotencia propia de médicos de otras épocas, que poca vida debía quedarles ya que el último caso que recordaban era… ¿dónde lo habían leído? Dos hermanitas francesas, no sardas, que Etienne Serres había descripto en un artículo…bueno… no importa… Ritta, eso… Ritta… y Cristina Parodi… ¡Sí, ahora recuerdo! Las hermanitas murieron antes del año y fueron disecadas en el anfiteatro del Jardin des Plants de Paris, enfrente de los más destacadas médicos de Francia. Según se cuenta, sus esqueletos aun se pueden ver en el Muséum National d´Histoire Naturelle en París8 . Balzac, impresionado por estas niñas excepcionales, las había incluido en una de sus novelas.

“Un año, tenemos un año”, se decía el signore Tocci mientras la signora Tocci lo seguía unos pasos más atrás cargando a sus hijos siempre hambrientos, prendidos a sus dos pechos. El signore Tocci, tratando de ganar el tiempo que parecía escaparsele como agua entre los dedos, organizó una gira por viarias ciudades europeas para exponer a estas maravillas de la naturaleza. Cada vez que arribaban a una nueva ciudad, se convertían en la sensación indiscutida. No sólo la gente se agolpaba para verlos, sino que los médicos pedían examinarlos, siempre bajo la atenta mirada del signore Tocci —que no quitaba los ojos de encima a esta nueva fuente de ingresos que prometía convertirse en su modus vivendi… si Dios le concedía la fortuna de conservarlos—.

Tan preocupado por el bienestar de su descendencia debe haber estado el signore Tocci, que en un artículo científico publicado en el Lyon Médical, donde los galenos, hombres al fin, destinaron no pocos renglones a exaltar las bondades anatómicas y la singular belleza de la signora Tocci, cosa que no hacía al caso desde el punto de vista estrictamente médico.

Los Tocci se movían a lo largo y ancho de Europa, con los gemelos y su siempre creciente familia a cuestas, ya que el matrimonio perseveró en su tarea reproductiva y tuvo otros ocho hijos, todos normales (bueno, al menos sin variables anatómicas tan llamativas). Algunos comentaban malintencionadamente que el signore Tocci, había aumentado su frecuencia amatoria buscando otra descendencia portentosa en caso de que, ¡Dios no quiera, por el bienestar de toda la familia!, se viese privado de Giacomo y Giovanni Battista, como habían pronosticado los profesores Fubiri y Mosso.

Con una puntualidad y persistencia merecedora de mejores fines, el signore Tocci, lucía por seis horas los siete días de la semana a sus particulares vástagos. Éstos, contradiciendo las opiniones de los sabios y doctores, se empeñaban en crecer, sanos y fuertes, aunque con algunos impedimentos propios de su condición fisica.

Giacomo y Giovanni Battista, estos bicefalos tetrabrachius dipus dicephales, como bien los describe la nomenclatura latina, tenían dos cabeza, dos cuellos, cuatro brazos, dos corazones, cuatro pulmones y dos diafragmas. Hasta allí, hasta la sexta costilla para ser más precisos, eran dos cuerpos amalgamándose en un solo aparato digestivo, que finalizaba en un solo orificio caudal y un solo aparato reproductor.

El movimiento de las piernas dependía cada una de su cabeza ipsilateral, cosa que atentaba contra su coordinación. Este incordio neurológico, más la deformación de uno de los pies, dificultaba la deambulación de los hermanitos. Eso sí, cuando aprendieron a escribir, uno lo hizo con la mano derecha y otro con la izquierda.

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El esqueleto de las hermanas Parodi según el artículo de Étienne Serres.

 

El esqueleto de las hermanas Parodi según el artículo de Étienne Serres.

 

Giovanni y Giacomo, a pesar de su proximidad, crecieron con diferentes aptitudes. El primero desde la derecha era Giovanni, el más despierto de los dos. Con el tiempo desarrolló habilidades para el dibujo. Giacomo en cambio fue descripto por el doctor Grünwald de Viena, como “algo idiota”. Una exageración del sabio autríaco, porque aunque menos lúcido que su hermano Giovanni, no puede decirse que contase con una inteligencia menor a la normal. Al menos eso le pareció a uno de los médicos más conocidos de todos los tiempos, que tuvo la oportunidad de conocer a los mellizos Tocci y su familia, el doctor Rudolf Virchow, el padre de la patología moderna.

En opinión de Virchow, los hermanitos tenían un desarrollo normal y, para cuando los entrevistó, el hábito de mudarse de país en país, les permitía expresarse correctamente en italiano, francés y alemán. Virchow también conoció al padre, típico italiano de elocuentes mostachos, a los ocho hermanos de los siameses y a la signora Tocci, a la que los múltiples partos, la vida descansada y los chocolates la habían provisto de una abundante masa corporal y desprovisto del atractivo que pocos años antes tanto llamara la atención a los colegas galos.

La familia Tocci decidió hacer la América, y hacia allá se trasladaron en alegre grupete. En el nuevo mundo continuaron exponiendo a los hermanitos con la persistencia que había caracterizadoa sus presentaciones europeas. Al parecer el signore Tocci, de esta forma, pretendía inculcar en su prole la cultura del trabajo (¿o deberíamos decir del exhibicionismo?).

Los hermanitos se acostumbraron a pasar casi una cuarta parte de su existencia frente a extraños, que no dejaban de mirarlos con curiosidad en el mejor de los casos, cuando no con indisimulado horror. Y así pasaban sus días, respondiendo las mismas estúpidas preguntas que ya les habían formulado en francés, italiano y alemán. Giovanni Battista mataba las tardes dibujando, mientras que Giacomo le señalaba los errores de su trabajo, actitud que, más de una vez, había desembocado en un confuso intercambio de golpes. Difícil era entonces separarlos, y más difícil era aún aplicar una sanción, porque pocos eran los castigos sobre el culpable que no incidiesen también sobre la víctima.

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Los auténticos siameses, Chang y Eng Bunker.
Los auténticos siameses, Chang y Eng Bunker.

 

Justamente el escritor Mark Twain se explayó largamente sobre el tema de la indivisibilidad de la sanción al referirse a los hermanos Tocci, a los que conoció durante su visita a los Estados Unidos. Giacomo y Giovami inspiraron en Twain dos cuentos muy entretenidos: Those Extraordinary Twins y The Tragedy of Pudd n’ head Wilson. En el primero relata las vicisitudes de un noble italiano bicéfalo cuyos trabajos debían retribuirse separadamente por ser dos las cabezas implicadas, pero se resistía a abonar dos pasajes cuando se trataba de viajar porque argumentaba que sólo tenía una posadera.

Pudd ´n’ head Wilson es el nombre del abogado que defiende a estos bicéfalos cuando uno de ellos agrade a un caballero y éste lo demanda. El juez está consternado ¿Cómo evitar el castigo de aquel que no había participado en la agresión? Esta historia estaba inspirada en los originales siameses llamados Chang y Eng Bunker. Y digo originales, no por sus particularidades creativas, sino porque de ellos —originarios de Siam— viene el termino por el que son denominados todos los mellizos unidos por alguna parte de la anatomía. Siameses es el término vulgar —con reminiscencias circenses— por los que son conocidos todos los bicéfalos tetra, tri o bibrachius, con todas las variables anatómicas que enumeraremos al terminar este capítulo.

Los hermanos Tocci pasaban de ciudad en ciudad, compartiendo escenarios y cartel con Jo-Jo, el joven ruso Cara de Perro; George Williams, el Niño Tortuga; Aussie, un canguro boxeador, y Mademoiselle Vallette con sus cabritos bailarines. Quizás Giovanni y Giacomo, al moverse entre estas extravagancias de la naturaleza, estuvieron tentados de creer que el mundo era solamente eso, un acúmulo interminable de rarezas, anormalidades, prodigios y singularidades sucediéndose con monótona regularidad. Poco les debe haber durado esa impresión a los mellizos, porque llegados a la mayoría de edad decidieron dejar de exhibirse y con la plata ahorrada se compraron una villa cerca de Venecia, rodeada por una alta muralla, lejos de esos ojos indiscretos y burlones entre los que habían pasado su infancia. Desconocemos qué pasó con el signore y la signora Tocci. Tal vez pudieron seguir viviendo de las rentas obtenidas con la explotación de sus hijos o tuvieron la desventura de volver a ganarse el pan con el sudor de su frente. Quién sabe…

A pesar de su voluntario encierro, los hermanos Tocci no dejaron de ser noticia. En 1904 se difundió la novedad de que se habían casado con dos hermanas.

Las discusiones que se sucedieron tomaron ribetes filosóficos. ¿Cuál sería el progenitor del hipotético vástago? ¿Era un caso de mal disimulada bigamia o se trataba de un consentido adulterio? De cualquiera de las dos formas, la Iglesia se opuso a consagrar este matrimonio, y los hermanos Tocci deberían conformarse con vivir en pecaminoso concubinato. El tema se prestó a tantas elucubraciones que un tal doctor Liptay escribió un libro llamado La vie sexuelle des monstres, avec mille et une observations curieuses sur leurs organes génitaux (huelga la traducción), donde se explayaba sobre temas un tanto escabrosos (como diría mi madre). Por ejemplo, ¿de qué cerebro partía el fenómeno excitativo y en cuál de los dos (si no era en ambos) repercutía la voluptuosa sensación del orgasmo? ¿Era Giovanni dueño del testículo derecho y Giacomo del izquierdo? ¿De dónde provenían la gameta creadora? De reproducirse, ¿ambos serían los padres? ¿Qué hubiese pasado de ser un hermano homosexual y otro heterosexual? ¿Permitiría uno el uso de su órgano compartido para las gratificaciones non sanctas de su hermano? ¿Podría uno consentir el uso indebido de su orificio natural para usos contranatura? Terrible dilema, por cierto.

El indagativo doctor Liptay no detenía aquí sus consideraciones, y hacía extensivos sus ejercicios intelectuales a Rita y Cristina, las famosas bicéfalas muertas a temprana edad. Suponiendo que hubiesen llegado a su madurez reproductiva dando a luz a un vástago, ¿quién hubiese sido la madre? Vemos peligrar el viejo e indiscutido anatema de que madre hay una sola. Grave complicación para los psicoanalistas, esto de tener dos madres. Freud postularía dobles complejos de Edipo ó de Electra, y Melanie Klein, no sabría qué hacer entre tantos pechos buenos y pechos malos.

Indiferentes al mundo, lejanos a los mezquinos comentarios sobre sus vidas, los hermanos Tocci disfrutaron los últimos años a buena distancia de todos aquellos que miraron burlonamente sus características singulares. Vivieron junto a sus esposas existencias cálidas y apacibles, sin las perversas transgresiones que muchos se dedicaron a elucubrar morbosamente.

Nadie conoce la fecha cierta de sus muertes.

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Chang y Eng Bunker.
Chang y Eng Bunker.

 

 

 

Historias de dos cabezas

Se calcula que uno de cada cien mil nacimientos puede traer al mundo un nuevo bicéfalo.

Ya Aristóteles suponía que los siameses provenían de dos embriones separados que se fusionaban en alguna parte de su anatomía. Son siempre gemelos homocigotas —gemelos idénticos y por lo tanto del mismo sexo— originados por un solo óvulo fecundado por un único espermatozoide.

Las diversas variables en cuanto a la cantidad de brazos que acompañan estas dos cabezas, pueden tener dos, tres y hasta cuatro brazos —la variable tetrabrachius dipus dicephales de nuestros mellizos—. (Como ven, queridos lectores, el arte médico consiste en poner distinguidos nombres latinos a nuestra ignorancia). Suele sostenerse que a mayor cantidad de brazos, mayores son las posibilidades de supervivencia, aunque éste sea un tema de largas y tediosas discusiones, como las que discurren sobre el sexo de los ángeles. Pero algo hemos avanzado desde los años de Santo Tomás, y hoy sabemos que existe una proteína llamada noggin que inyectada en los sapos genera renacuajos gemelos unidos como siameses (de 1990 a la fecha se han descubierto otras siete proteínas con las mismas propiedades).

Por supuesto que se conocen dicéfalos desde el tiempo de los griegos y los romanos. Los bicéfalos conocidos entre los griegos se llamaron Euritos y Creato, y, como no podía ser de otra forma decían que uno era hijo de Poisedon y el otro, hijo del rey Actor. De conocer el doctor Freud esta historia hubiese creado algún complejo con su nombre. Curiosamente los orientales no se adelantaron a los occidentales en este tema. Probablemente los hayan matado no bien nacidos. Tal es así que el rey de Siam, Rama II, ya adentrado el siglo XIX, estuvo a punto de condenar a muerte a los hermanos Chang y Eng Bunker. Por suerte para ellos, y todos los que se divirtieron a su costa, Chang y Eng vivieron e inmortalizaron a un país que ya no existe.

Justamente los hermanos Bunker estaban casados con dos hermanas (Adelaide y Sarah Yates), pero esta circunstancia no fue garantía de armonía cohabitacional. Las dos hermanas se pelearon y los siameses se vieron obligados a vivir tres días en la casa de cada una de manera alternda. Mientras vivían en lo de Chang, Eng no hablaba y cuando lo hacían en lo de Eng, era Chang el que mantenía su boca cerrada. La falta de intimidad no fue un obstáculo para la actividad reproductiva de los hermanos ya que entre ambos concibieron veintiún hijos; de hecho, hay muchas fotos donde se ve a los hermanos con algunos de sus descendientes.

Paradójicamente, el caso de Eng y Chang era fácil de operar, ya que la unión no comprometía órganos vitales. Un profesional les aseguró el éxito de la escisión, pero los siameses se negaron a vivir vidas separadas y recién fueron distanciados una vez muertos, para poder ser ubicados en sus respectivos ataúdes.

Otro caso conocido, cuya fama ha llegado a nuestros días, fue el de las hermanas Mary y Eliza Chulkhurst —nacida en Kent, Inglaterra (1100-1134)—, llamadas las Biddenden Maids. Donaron su fortuna a la iglesia local, que aun las recuerda regalando una torta con la imagen de las bicéfalas todos los lunes de Pascuas.

Dos hermanos escoceses, que vivieron hacia 1490, fueron criados en la corte del rey Jacobo IV. Naturalmente dotados para la música, no sólo cantaban a dos voces, sino que además tenían registros diferentes: uno tenor, otro barítono. Se acompañaban ejecutando diversos instrumentos. Según testigos de la época, tenían distintos inclinaciones, discutían y a veces se peleaban entre ellos, pero solían consultarse cuando el tema implicaba un placer común.

Uno de ellos murió antes que su hermano. El supérstite debió cargar con su fenecido acompañante por unas horas hasta que la muerte los unió nuevamente en su morada final.

Muchos otros siameses fallecieron poco después del parto. Unos, nacidos en Florencia, hasta merecieron un epigrama del Petrarca, que por unos instantes dejó de lado sus versos de amor para escribir sobre estos Rerus Memorandarum libri, versos que persisten en las paredes del Hospital Santa Maria della Scala en Florencia.

Los vieneses dicen haber capturado unos turcos bicéfalos bibrachius durante sus guerras contra el infiel. Probablemente, haya sido una maniobra publicitaria para demostrar que tan horrendos eran los no creyentes. Al parecer, el (¿los?) capturados eran arqueros (aunque debería decirse arquero, ya que usaban una sola arma). Aclaremos que eran arqueros de arco y flecha y no de fútbol, situación que seguramente hubiese excitado la imaginación de las hinchadas, creando simpáticos cantitos alusivos a su peculiaridad anatómica. De todas maneras, parece toda una exageración, porque creo difícil que el/los arquero/s hubiesen podido coordinar sus manos respondiendo cada una a las órdenes del respectivo cerebro. Si retomamos el ejemplo futbolístico, los abultados scores de los que hubiesen sido responsables nuestros arqueros, dada su inhabilidad, seguramente tornarían los simpáticos cantitos en soeces imprecaciones.

En 1990 nacieron en Estados Unidos Abigail y Brittany Hensel —tenían dos cabezas y tres brazos—. A ver cómo se llama esta variedad…Tribrachius… Dicephales… ¡Muy bien! como el bracito que crecía entre las dos estaba atrofiado, los médicos, optaron por amputarlo, sin mayores contratiempos quirúrgicos ya que estas separaciones no siempre dieron buenos resultados a lo largo de la historia. El primer caso exitosamente escindido data de 1689 y fue ejecutado por el doctor Köning, quien pudo mantener con vida a dos hermanos nacidos en Alemania.

 

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