Dicen que fue Bartolomé Mitre en 1883, de visita por Mendoza para recabar información para su historia sobre San Martín y conocer los lugares por donde había estado, quien señaló que la Nación le debía a los soldados y a todos aquellos que habían peleado por la Libertad un monumento que los honrara. Incluso él tuvo que ver con la promulgación, cinco años después, de la ley N° 2270 en donde se señalaba la erección de un monumento a la Campaña de Ejército de Los Andes en Mendoza.
Sin embargo, esa idea y esta ley debieron esperar unos cuantos años para verse corporizada. Siendo José Figueroa Alcorta presidente (1906-1910) y correspondiéndole a su gobierno organizar los festejos para el Centenario de la Revolución de Mayo, surgió la necesidad de levantar monumentos, crear un museo histórico, un panteón, publicar documentos y reimprimir obras de los hombres de aquella época, que evocaran a 1810 como fecha fundacional de la Nación. Si bien el programa era muy amplio e incluía a todas las provincias y en especial a Mendoza, se puso en marcha de inmediato un concurso internacional para construir un Monumento a la Revolución de Mayo, que se emplazaría en la Plaza de Mayo.
El concurso fue un verdadero suceso. Se presentaron 74 poyectos de Alemania, Francia, Italia, España y Bélgica, entre otros, y de Argentina y Uruguay, detectándose en esta última el nombre de Juan Manuel Ferrari. En febrero de 1909 se sancionó la ley N° 6286, que reafirmó las medidas para el Centenario, contemplándose en el art. 1°, inc. 23 “Levantar en la ciudad de Mendoza, un monumento al ejército de los Andes”.
La provincia siguió así en la agenda nacional. En Mendoza le tocó a Emilio Civit (1907-1910) organizar los festejos del Centenario y a Rufino Ortega (h) (1910-1914), poner en marcha lo que su antecesor y su gente habían organizado. El trabajo de Patricia Favre, Deudas históricas, reparaciones escultóricas (2010), es revelador respecto del clima de época que se vivió respecto del Centenario en la provincia en aquellos años y permite seguir con minuciosidad y gran solvencia los entretelones que rodearon la construcción del monumento.
Para las fiestas mayas de 1909, Civit anunció que el gobierno nacional había aceptado para Mendoza la propuesta del Monumento al Ejército de Los Andes de Juan Manuel Ferrari, que se había presentado al concurso internacional con dos proyectos bajo los pseudónimos Ismael y Tabaré. El artista no había ganado, pero había obtenido un segundo premio con Tabaré. Desde la Comisión Nacional encargada de los festejos, Francisco Pascasio Moreno, más conocido como el Perito Moreno, fue el que lo convocó, pidiéndole a Ferrari que fusionara sus proyectos para Mendoza. Así lo hizo.
El artista leyó el libro sobre San Martín de Mitre profusamente, como así también los documentos del Libertador donados por su hija. Los textos de Espejo y Olazábal también fueron sus fuentes. La poesía de Olegario V. Andrade, “Nido de cóndores”, a decir de Edmundo Correas, sirvió de inspiración para el San Martín pensativo que colocó en la punta del monumento.
El diario El Debate registra que a principios de mayo de 1910 Ferrari visitó Mendoza para conocer la provincia elegida por San Martín para su epopeya americana. El sitio del emplazamiento fue debatido desde la prensa y algunos intelectuales, proponiéndose la plaza Independencia en la ciudad; expropiar un terreno al norte de la calle San Martín en la Alameda o el parque del Oeste, hoy General San Martín. Fue el artista uruguayo el que encontró el cerro El Pilar en el parque, por ser el sitio justo desde donde podía apreciarse la cordillera.
Si no se lo respetaba, anunció que rescindiría el contrato. El 19 de enero de 1912, al cumplirse un nuevo aniversario de la partida del ejército, el gobierno de Ortega colocó finalmente la piedra fundamental. En setiembre de 1913 Ferrari volvió a viajar para tomar medidas, observar la nivelación del cerro y la perspectiva, y al mes siguiente dio a conocer que su obra iba muy adelantada. A fines de diciembre de ese año se terminó el basamento, al tiempo que iban llegando las piezas para ser colocadas en el monumento.
La maqueta del monumento se pudo ver en la Casa de Gobierno. Las piezas de la gran obra, habían sido fundidas, por partes, en el Arsenal de Guerra de la Nación. Se fijó el 19 de enero de 1914 como fecha de inauguración, pero debió ser pospuesto para el 12 de febrero.
Crónica de una inauguración
La mañana despuntó clara ese 12 de febrero de 1914. El efecto producido por el disparo de unas salvas lanzadas al aire y el sentir de la diana interpretada en honor a la batalla de Chacabuco, demostró a los mendo-cinos y a los llegados de afuera que el protocolo oficial por la inauguración del monumento al Ejército de Los Andes estaba en marcha. Una misa de campaña programada para las 8 de la mañana en la rotonda del parque General San Martín, a la que se llegó subiendo por la Avenida de Los Plátanos, invitó a los madrugadores a ser parte de la historia.
Un soberbio altar se había levantado en el centro mismo de la placita, adornados con unas banderas de los diferentes cuerpos del ejército que caían como cortinados. Las palabras del religioso se dejaron escuchar luego del tedeum y un desfile militar fue el broche de oro. Lejos estaba de imaginarse que en ese espacio muchos años después, frente a la misma rotonda, funcionaría la famosa calesita del parque.
Por la tarde, a las cuatro, en plena ciudad, se había previsto que la bandera del Ejército de Los Andes que acompañó al Libertador en sus batallas, fuera descolgada de uno de los muros del salón de recepción de la Casa de Gobierno para ser entregada a un grupo elegido entre civiles y militares, para que a pie la llevaran hasta el cerro El Pilar, donde sería la inauguración. Este cerro había cambiado su nombre por un decreto del ejecutivo provincial el 30 de enero de 1913, llamándose Cerro de la Gloria.
Era la segunda vez que se sacaba el histórico estandarte para un acto público en lo que iba del siglo. Diez años antes había estado presente en la inauguración de la estatua ecuestre a San Martín, en la plaza de la ciudad. El coronel Amadeo Baldrich fue elegido portaestandarte y responsable de cuidarlo durante todo el acto en el monumento.
Las crónicas periodísticas de aquellos días de la inauguración del monumento, reunidas en los diarios Los Andes y El Debate, y la Revista de Cuyo, señalan que la inauguración fue una verdadera fiesta popular. La llegada de visitantes y delegaciones venidas de diferentes puntos del país y del extranjero, entre las que sobresalieron los representantes y delegaciones de Perú y Chile, se unieron a los mendocinos que solos o en familia, se llegaron hasta el parque caminando, en bicicleta, a caballo, en carreta y los más pudientes en auto.
Coincidentemente dan la cifra de 25.000 personas inundando las calles del parque, el cerro del monumento y las adyacencias al mismo, provocando un verdadero caos para lo que se estaba acostumbrado. Sólo pudieron subir hasta la cima y pie del monumento los invitados especiales, quienes presenciaron el acto cómodamente sentados en unas sillas.
Los discursos del ministro de Guerra, general Gregorio Vélez, en representación del presidente Roque Sáenz Peña que no pudo asistir; el del gobernador Rufino Ortega (h) y el del doctor Adolfo P. Carranza, presidente del Museo Histórico Nacional, que publicó completos el diario Los Andes al día siguiente, giraron más o menos en torno de lo mismo. Resaltaron la gesta emancipadora y la colosal participación de Mendoza en la misma.
Los escucharon atentamente los representantes del clero, los gobiernos de San Juan y San Luis, como así también de Chile y Perú y la prensa especializada. También los soldados de los regimientos de infantería, los grupos de artillería montada y de caballería y el escuadrón de Granaderos, que viajó especialmente desde Buenos Aires. Las damas de la Sociedad Santa Cecilia, fueron las encargadas de cantar los himnos de las naciones presentes.
Dos fueron los hechos más significativos de la inauguración, según la prensa. El momento en el que el general Vélez retiró el velo que cubría la estatua ecuestre de San Martín y cuando los aviadores Mario Casale primero y Teodoro Fels en segundo término, sobrevolaron el cerro haciendo piruetas y vuelos rasantes para deleite de los presentes. Los aplausos se hicieron sentir y los saludos desde el aire se dejaron ver. La inauguración del monumento a los soldados que dieron su vida por la patria, a los herreros que fundieron las armas, a los que hicieron la pólvora, a las damas patricias que donaron sus joyas y a los humildes que apoyaron la causa con sus escasos bienes y su vida, fue el último acto público que presidió Rufino Ortega (h).
Como parte de un grupo de tendencia oligárquica que gobernó la provincia durante más de medio siglo y que como muy bien señaló Lucio Funes, “estuvieron encaminados a fomentar el bien público y el progreso general de la Provincia”, a pesar del fraude en el que incurrieron (Funes, 1942), se despidió del gobierno con una fiesta popular cargada de patriotismo.
José Benito de San Martín se coló entre ellos registrando ese gran acontecimiento fotográficamente. Algunos años después sería parte de Mendoza en su proceso de transformación.