La lluvia mallorquina que obsesionó a Chopin

Las vivencias meteorológicas de los artistas quedan casi siempre reflejadas en su obra. Así pasó con el genial compositor y pianista polaco Fréderic Chopin (1810-1849). Desde joven fue una persona enfermiza, con problemas respiratorios recurrentes y otras dolencias crónicas. Ya a la edad adulta y viviendo en París, en febrero de 1837 permaneció varias semanas en cama, con fiebre muy alta, y su médico le recomendó viajar a un lugar de clima más templado. El destino elegido fue la isla de Mallorca, a donde viajó acompañado de su amante, la escritora francesa George Sand (1804-1876), y los dos hijos de ella. George Sand era el pseudónimo con el que firmaba sus novelas Amantine Aurore Lucile Dupin (1804-1876), baronesa de Duvesand, ocultando de esa manera su condición de mujer.

Llegaron a la isla a principios de noviembre de 1838, e inicialmente se instalaron en una fonda del centro de Palma de Mallorca y luego en una casa de campo, en Son Vent. Esa primera parte de su estancia mallorquina duró cerca de un mes. Inicialmente, el tiempo mostró su cara más amable, con días soleados y ambiente caluroso, lo que llenó de energía y vitalidad a Chopin, que quedó cautivado del lugar, de la luz mediterránea, lo que le hizo olvidar temporalmente sus dolencias. Poco le duró la alegría, ya que avanzado noviembre el panorama meteorológico cambió radicalmente y el invierno se abatió en Mallorca con toda su crudeza, volviéndose el ambiente frío y muy húmedo, encadenándose días muy lluviosos y tormentosos. Además, empezó a circular el rumor entre los locales de que Chopin tenía la tuberculosis1, lo que le obligó, junto a Aurore y sus hijos, Maurice y Solange, a dejar la casa de Son Vent y buscar un nuevo lugar donde hospedarse en la isla.

Eligieron como destino la cartuja de Valldemossa, situada a 40 kilómetros al norte de Palma de Mallorca, en la sierra de Tramuntana. Había sido abandonada hacía poco tiempo –en 1835–, debido a la desamortización de Mendizábal, pero consiguieron alojamiento en dos modestas celdas –las números 2 y 4 (en esta última se alojó el músico), viviendo aislados, con la lluvia y el frío un día sí y otro también en el exterior, lo que marcó, sin duda, las composiciones musicales en las que se embarcó Chopin durante aquel retiro voluntario en Valldemossa, iniciado el 15 de diciembre de 1838 y que se prolongaría hasta el 13 de febrero de 1839. Encargó que le mandaran desde su Polonia natal un piano, que quedó instalado en su celda y ahí sigue, como recuerdo del paso del artista por el monasterio.

Antes de viajar a Mallorca, Chopin escribió en una carta a un amigo una frase premonitoria: “Habitaré en un hermoso claustro en el más hermoso lugar del mundo”. El entorno natural de Valldemossa era idílico, aunque el tiempo no acompañaba. Los días grises, fríos, lluviosos y tormentosos no ayudaron emocionalmente a Chopin, un personaje atormentado –como el tiempo– cuya delicada salud, junto al aislamiento monacal en el que vivía, le sumió en un estado de profunda tristeza y desolación, alimentado por las alucinaciones que sufría a veces, cuando le subía la fiebre, lo que ha quedado reflejado en los preludios que compuso en su celda. De todos ellos (24 en total), el más conocido es el nº 15, bautizado con posterioridad el “Preludio de la gota de agua”, ya que se repite insistentemente la nota La bemol, lo que se ha interpretado como el golpeo de las gotas de lluvia, que escuchaba Chopin con insistencia durante su estancia en la cartuja de Valldemossa.

CHOPIN

Aunque no podemos viajar a la mente de Chopin para saber qué fue lo que le pasó por su cabeza mientras componía ese preludio, George Sand nos da bastantes pistas en su libro “Historia de mi vida” (1855). En un pasaje relata cómo un día ella –Aurore Dupin– y su hijo Maurice habían marchado temprano a Palma de Mallorca a hacer unas compras, pero se retrasaron más de la cuenta a la vuelta, ya que empezó a llover con intensidad y, camino de Valldemossa, se desbordaron varios torrentes, lo que obligó al carruaje a buscar caminos alternativos, alargándose el viaje en varias horas, “para volver en medio de la inundación (…) en plena noche, descalzos, habiendo corrido peligros inenarrables.”

A su llegada a la cartuja, intranquilos por cómo estaría Chopin, este deliraba por momentos y les confesó que les había imaginado muertos y que él mismo también aparecía así en su sueño (“Se veía flotando en un lago; unas gotas de agua pesadas y frías caían lentamente sobre su pecho, y cuando yo le hice oír el ruido de las gotas que, en efecto, caían lentamente sobre el tejado, negó haberlas oído.”). Termina este pasaje George Sand añadiendo que “su composición [la de Chopin] de esa noche estaba humedecida por las gotas de lluvia que resonaban sobre las tejas sonoras de la Cartuja, pero en su imaginación se habían convertido en lágrimas que caían del cielo sobre su corazón…”

Aunque en ningún momento la escritora especifica que el preludio que Chopin compuso esa noche era el nº 15, tiene todas las papeletas para serlo. Si bien algunos estudiosos de la obra del artista precisan que en algunos otros preludios compuestos por Chopin en Valldemossa también aparece una machacona nota repetitiva. Sea como fuere, lo que parece claro es que sin ese tiempo frío, húmedo, lluvioso y con tormentas del invierno de 1838-39 en Mallorca, las composiciones de Chopin (sus preludios) hubieran ido por otros derroteros musicales.

1- Recomendamos leer: Descubren la causa real de la muerte de Chopin gracias a que su corazón se conserva en un frasco de coñac

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