Policarpa Salavarrieta: una heroína colombiana

Policarpa Salavarrieta es sin duda la heroína más conocida y popular para los colombianos. Mujer luchadora, activa, valiente. Es la única figura femenina que acude de inmediato a la memoria del período de la Independencia colombiana, aunque sabemos que fueron muchas las mujeres que sufrieron el mismo final, y muchas, también las que participaron activamente y de diferentes maneras en las luchas patriotas.

A pesar de su popularidad, poco sabemos de su vida. Buena parte de la información es supuesta, aunque ha sido divulgada como certera, y paradójicamente solo tenemos conocimiento bien documentado de sus últimos días, antes de su trágica muerte. La fecha y lugar de su nacimiento uno su nombre, son hasta ahora lucubraciones. La referencia más divulgada es que nació en el municipio de Guaduas, Cundinamarca, entre 1790 y 1796, y que su nombre fue Policarpa. Pero, en realidad, ningún dato ha podido ser comprobado. Rafael Pombo afirmó que había nacido en Mariquita y José Caicedo Rojas, que en Bogotá. Otros como José María Samper, Pedro María Ibáñez y estudiosos como Eduardo Posada, José María Restrepo Sáenz, Enrique Ortega Ricaurte o A. Hincapié afirman con vehemencia que fue en Guaduas donde nació Policarpa.

Su nacimiento lo podemos precisar a través de las fechas de nacimiento de sus hermanos, de los cuales curiosamente si tenemos información. Según el tomo XII del Boletín de Historia y Antigüedades, sus hermanos fueron: María Ignacia Clara, nacida en la parroquia de San Miguel de Guaduas el 12 de agosto de 1789; Eduardo, el 3 de noviembre de 1792, en la misma ciudad (ambos murieron en la infancia); Caterina, nacida en Guaduas en 1791; José María de los Angeles, bautizado en Guaduas el 12 de agosto de 1790; Manuel, el 26 de mayo de 1796 en Guaduas (ambos optaron por la carrera religiosa); Ramón, confirmado en Bogotá en 1800; Francisco Antonio, bautizado en la parroquia de Santa Bárbara, el 26 de septiembre de 1798; y Bibiano, en Bogotá, en 1801. Policarpa nació entre sus hermanos religiosos, así que sus fechas de nacimiento pueden estar entre 1791 y 1796. Pareciera que por estos años la familia de la Pola vivía en Guaduas y que posteriormente se trasladó a Bogotá, aunque no sabemos si antes habitó en alguna otra población.

Su nombre también ofrece muchas dudas. Su padre la llama Polonia al otorgar el poder de testar, y con ese mismo nombre la hace figurar el presbítero Salvador Contreras al formalizar tal testamento el 13 de diciembre de 1802. Su hermano Bibiano, el más cercano en afectos, la llamaba Policarpa, como también Andrea Ricaurte de Lozano, en cuya casa vivió y fue reducida a prisión, y Ambrosio Almeyda, quien conspiró con ella y recibió su protección. En su falso pasaporte, expedido en 1817, se la denomina Gregoria Apolinaria. Contemporáneos suyos, como Almeyda, José Caballero y José Hilario López la llamaban simplemente la Pola. Sin embargo, Policarpa fue el nombre con que se dio a conocer y es el que hoy perdura.

Policarpa nació y creció en una familia acomodada, que tenía lo suficiente para vivir y que era respetada en la villa, aunque no poseía estatus de hidalguía. A través del testamento de su padre, Joaquín Salavarrieta, se puede apreciar que es un hombre de regular fortuna, que había emprendido negocios de agricultura y comercio, y que poseía una tienda en Guaduas. En el testamento de su madre, Mariana Ríos, figuran ropas abundantes, alhajas de precio y un buen menaje doméstico. La casa de la familia Salavarrieta Ríos de Guaduas, que aún se conserva convertida en museo, no es de las más prestantes o mejor construidas del municipio, pero tampoco de las más pequeñas o miserables.

Cuando la familia Salavarrieta se trasladó a Bogotá, don Joaquín adquirió una modesta casa baja de tapia y teja en Santa Bárbara, uno de los barrios más bien pobres de la ciudad. Sin embargo, la permanencia en Santafé fue efímera, debido a la tragedia familiar sufrida por la epidemia de viruela que se propagó en la ciudad en 1802. El padre y la madre de Policarpa murieron, junto con sus hermanos Eduardo y María Ignacia. Después de esta desgracia, la familia Salavarrieta se disolvió. José María y Manuel ingresaron a la comunidad agustina, Ramón y Francisco Antonio viajaron a trabajar en una finca de Tena. La hermana mayor, Catarina, resolvió, alrededor de 1804, trasladarse de nuevo a Guaduas para vivir con su madrina Margarita Beltrán, junto con Policarpa y su hermano menor Bibiano. Allí estuvieron hasta que Catarina se casó con Domingo García, y la nueva pareja llevó a vivir consigo a los dos hermanos. De esta época transcurrida en Guaduas hay escasa información. Policarpa se desempeñó como costurera, labor que ejerció más tarde en Santafé. Algunos afirman que enseñó en la escuela pública, actividad que suponía cierta formación, no muy común para las mujeres de su condición en esa época. Parece, sí, que sabía leer y escribir. Guaduas era un lugar de tránsito obligado entre la capital y el río Magdalena. A la villa la atravesaba el camino empedrado que mantenía un constante trajín de arrieros, muías, sillas de mano, jinetes, peones y viajeros nobles: virreyes, arzobispos y oidores. Un pueblo que tenía permanente movimiento y que recibía información sobre cuanto suceso acontecía.

Durante la época de la reconquista española y del terror, la Pola, Junto con su familia, compartía el espíritu patriota. La estadía en la casa de los Beltrán, familia que había participado activamente en el movimiento de los Comuneros en 1781 en contra del régimen colonial, seguramente afianzó sus ideales de lucha y su inconformidad con el sistema establecido por los pacificadores. Su cuñado, Domingo García, murió luchando al lado de Nariño en la campaña del Sur. Su hermano Bibiano fue veterano de la misma campaña, y en 1815 regresó a Guaduas malherido, luego de una dura prisión. Sin duda su segunda estadía en Guaduas despertó y afianzó el ideal de lucha patriota. Una de las leyendas más populares relacionadas con este período de Guaduas se refiere con el vaticinio de su trágico final: cuando la virreina pasó por la población con destino al exilio, en 1810, se detuvo en casa de la familia de la Pola, le dio su imagen y le pronosticó su muerte.

Al parecer, antes de 1810 Policarpa no estuvo envuelta en actividades políticas. No obstante, en 1817, cuando se trasladó a Santafé, ya participaba en ellas. Desde Guaduas inicia sus labores patriotas. Cuando la Pola y su hermano Bibiano entraron a la capital, portaban salvo conductos falsos y llevaban una carta escrita por Ambrosio Almeyda y José Rodríguez, dos líderes de las guerrillas patriotas. Por recomendación de estos, Policarpa y su hermano se alojaron en la casa de Andrea Ricaurte y Lozano, porque ya en Guaduas eran perseguidos. En la capital, Policarpa no era conocida, lo que le permitía salir con libertad y reunirse con los patriotas. Una de sus tareas era coserle a las señoras de los realistas con el fin de escuchar noticias y averiguar el número, los movimientos, el armamento y las órdenes de las tropas enemigas, para que así los guerrilleros triunfaran en las emboscadas. Otras actividades eran recibir y mandar mensajes de la guerrilla de los Llanos, comprar material de guerra y convencer y ayudar a los jóvenes a unirse a los grupos de patriotas.

Siempre estuvo al lado de compatriotas que la ayudaban, como las mujeres de su época, que generalmente trabaiaban como conspiradoras al lado de sus esposos, amantes, padres o hermanos. Tal vez el más importante compañero de trabajo de la Pola, aparte de su hermano Bibiano, fue Alejo Sabaraín, de quien algunos autores, como José Manuel Restrepo, afirman que era su amante. Otros, como Rafael Pombo, desmienten esa información. Cierta o no la historia de sus amores, ellos trabajaron juntos por la causa de la independencia. Sabaraín ya había luchado junto a Antonio Nariño en 1813, en la campaña de Pasto, y había sido capturado en 1816; cubierto por el indulto del año siguiente, salió libre y se dedicó al espionaje.

Quizás las actividades de la Pola no hubiesen resultado sospechosas para los realistas hasta que descubrieron la huida de los hermanos Almeyda, quienes fueron capturados con documentos que la comprometían. Ella estaba muy implicada en la conspiración de los Almeyda, había ayudado a desertar a varios miembros del batallón Numancia, había enviado armas, periódicos y recursos a los patriotas de los Llanos, y había suministrado información sobre los movimientos de las tropas españolas. Igualmente, estaba envuelta en la fuga de la cárcel de los hermanos Almeyda, en septiembre, a quienes les había encontrado refugio en casa de Gertrudis Vanegas, en Macheta.

Los Almeyda esperaban que la conexión con la Pola en Bogotá les sirviera para impulsar un levantamiento en la ciudad, cuando éste se iniciara en los Llanos.

El arresto de Alejo Sabaraín, cuando intentaba fugarse con otros compañeros al Casanare, fue el hecho que permitió la captura de la Pola, pues éste tenía una lista de nombres de realistas y de partriotas que la Pola le había entregado. Hasta ese momento, Policarpa había podido pasar desapercibida y moverse con gran libertad por la ciudad. El sargento Iglesias, principal agente español en la ciudad, fue comisionado para encontrarla y arrestarla. La Pola fue detenida con su hermano en la casa de Andrea Ricaurte y Lozano. Inmediatamente fue reducida a calabozo en el Colegio Mayor del Rosario. Un consejo de guerra la condenó a muerte el 10 de noviembre de 1817, junto con Sabaraín y otros patriotas.

El primero que registró la ejecución fue José María Caballero, quien repite las palabras de Policarpa cuando un soldado le ofreció un vaso de vino: “Pueblo de Santafé ¿cómo permites que muera una paisana vuestra e inocente? Muero por defender los derechos de mi patria. Dios Eterno, ved esta justicia”. José Hilario López, quien la acompañó en su último día, resalta en sus Memorias el convencimiento de sus ideales y su coraje. La describe como una mujer valiente y entusiasta por la libertad, que se sacrificaba para adquirir con qué obsequiar a los desgraciados patriotas, y no pensaba ni hablaba de otra cosa que de venganza y restablecimiento de la patria. Igualmente relata cómo la Pola rehusó cualquier alternativa que la pudiera salvar, cuando le enviaron sacerdotes para que se confesara.

La hora fijada para el fusilamiento fue las nueve de la mañana del 14 de noviembre de 1817. La Pola marchó con dos sacerdotes a su lado y se detuvo para expresar sus pensamientos. En vez de repetir lo que decían los religiosos, no hacía sino maldecir a los españoles y encarecer su venganza. Al salir a la plaza y ver al pueblo reunido para presenciar su fusilamiento, gritó la valentía de morir por la libertad de la patria. Al subir al banquillo, se le ordenó ponerse de espaldas, porque debía morir así por traidora; Policarpa solicitó morir de rodillas, considerando que esta era una posición más digna de una mujer. Su cuerpo no fue expuesto en las calles, como el de sus compañeros también fusilados con ella, por ser cuerpo femenino. Sus hermanos sacerdotes lo reclamaron y sepultaron en la iglesia del convento de San Agustín.

La ejecución de Policarpa, mujer joven, por un crimen político, movió a la población en general y creó una mayor resistencia al régimen impuesto por Juan Sámano. Si bien muchas mujeres fueron igualmente asesinadas durante la ocupación española, el caso de la Pola cautivó la imaginación popular. Su muerte inspiró a poetas, literatos y dramaturgos para inmortalizar su final funesto. Versos y poemas circularon rápidamente después de su ejecución. Joaquín Monsalve se dio a conocer por su anagrama para Policarpa: Yace por salvar la patria. En 1819, después de la batalla de Boyacá, José Domínguez Rocha escribió una obra de teatro sobre la Pola. Su memoria no sólo se esparció por Hispanoamérica, sino que también en el viejo mundo su historia apareció publicada en Memoirs of Gregor McGregor, en Londres, 1820. En 1890 apareció en Colombia la novela Policarpa, novela historiada, de Constancio Franco. A finales del siglo XIX, para conmemorar el centenario de su nacimiento, fue inaugurado un monumento en Guaduas y, en 1910, otro en Bogotá. En 1917, para rendir un homenaje especial al centenario de los mártires, se publicaron documentos relacionados con la vida de Policarpa. En 1967, por el sesquicentenario de su martirio, el Congreso designó el 14 de noviembre como Día de la Mujer Colombiana. La casa de sus padres se convirtió en museo.

En comparación con otras mujeres cuya historia es similar -Rosa Zarate de Peña, fusilada en Tumaco; Mercedes Abrego de Reyes, decapitada en Cúcuta, ambas en 1813; la joven Carlota Armero en Mariquita en 1816 y Antonia Santos en Socorro, fusilada días antes del triunfo de Boyacá; y otras 150 mujeres, aproximadamente, perseguidas por Murillo-, la Pola es sin duda la más popular y conocida. Sin embargo, para el historiador, queda pendiente determinar por qué la imagen de Policarpa Salavarrieta ha llegado a ser la más representativa entre las las heroínas de nuestra independencia.

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