Pedro José Viera, el Libertador de Sudamérica

Un personaje insólito. Singular, en tiempos singulares. Pedro José Viera vivió para la posteridad y la posteridad, siempre veleidosa, lo ignoró. Encarna perfectamente al diablo de la canción Sympathy for the devil de los Rolling Stones, por su increíble don de ubicuidad. Decir que tuvo una vida ajetreada sería adjetivar pobremente su periplo vital. Omnipresente en cuanto acontecimiento históricamente decisivo ocurrió en la mitad sureña de Sudamérica (valga la redundancia), durante las tres primeras décadas del siglo XIX.

Se intentará un improbable resumen de la actividad desarrollada por Viera durante su pasaje por el planeta Tierra. Una vida que repartida entre un par de decenas de hombres, los hubiera dejado orgullosos a los veinte.

Combate a las órdenes de Santiago de Liniers, José Gervasio Artigas, José Rondeau, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Antonio José de Sucre y Simón Bolívar, del cual fue edecán.

Protagonista de la liberación de Buenos Aires del yugo inglés, de la liberación de la Banda Oriental, Chile y Perú del yugo español. Testigo privilegiado del nacimiento de la República de Bolivia. Incluso participa de la efímera liberación de Río Grande do Sul del yugo imperial brasileño.

¿Quién hubiera dicho que este hombre, tan implicado en los avatares de las Provincias Unidas del Río de la Plata, resultaría ser, precisamente, brasileño? El dato se confirma palmariamente, al conocerse el apodo de Viera: Perico el Bailarín.

Pedro José es gaúcho, nacido en el Viamão, tierras donde actualmente se asienta la ciudad de Porto Alegre, a principios del año 1779. Su apodo se debe, precisamente a su gusto por el baile y a su habilidad para practicarlo. Una crónica histórica afirma que el apodo era consecuencia de su experticia en el baile con zancos, famoso en los pagos orientales.

Errante, en sus años mozos, vagabundea por los campos de Río Grande do Sul, ejerciendo de tropero y empleado en estancias. Hasta arribar a las Misiones Orientales, un territorio intensamente disputado. Pedro José llega poco tiempo después de que los portugueses lo hubiesen ocupado para siempre, en 1801. Excepto por dos intervalos: entre 1816 y 1818, en que fue tierra de nadie, durante el contragolpe artiguista a la invasión luso-brasileña a la Banda Oriental. Y en 1828, al ser conquistadas por el caudillo oriental Fructuoso Rivera, absolutamente solo. Levantando hombres mientras marchaba. Perseguido por autoridades y tropas argentinas y orientales durante el proceso, por insubordinado. Tierras que Rivera tendría que devolver algunos meses después, como parte de la Convención Preliminar de Paz, que alumbraría a la República Oriental del Uruguay. En dichos lares, algunos años antes, Viera integra una suerte de milicia llamada Los Chimangos.

Pero pronto abandona la zona y se dirige al sur, hasta llegar a Montevideo. Justo a tiempo para atestiguar personalmente la primera invasión inglesa al Río de la Plata, llevada a cabo en el año 1806. La que tomaría la ciudad de Buenos Aires.

Y Viera decide entregarse en los brazos de la historia, para siempre. Historia que competiría por su cuerpo y alma, en calidad de amante, con las tres mujeres que el increíble Pedro José tuvo la energía de desposar. La energía se explica en lo que se relatará a continuación.

El momento decisivo fue su incorporación a las milicias comandadas por Santiago de Liniers. Milicias que reconquistarían Buenos Aires. (Por estos actos Liniers sería nombrado virrey del Río de la Plata). Al parecer se destaca en la lucha por la liberación porteña. Los dados estaban echados…

Factótum del Grito de Asencio, el 28 de febrero de 1811, en Soriano. Puntapié inicial de la revolución contra el régimen colonial español al este del río Uruguay. En momentos en que José Artigas marchaba por campos actualmente argentinos en dirección a Buenos Aires a ofrecerle sus servicios a la Junta revolucionaria.

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Pedro José Viera y el Grito de Asencio (detalle).

Pedro José Viera y el Grito de Asencio (detalle).

 

Casi tres meses después, el 18 de mayo, a las órdenes de Artigas, interviene en la batalla de Las Piedras. La más importante, junto a la de Sarandí, de la historia uruguaya.

Participa en el primer y el segundo sitio a la amurallada ciudad de Montevideo, entre los años 1811 y 1814, con un intervalo. Designada en ese entonces capital del Virreinato del Río de la Plata ante la pérdida de Buenos Aires por parte del reino español. Y despide a los ibéricos de estos territorios el 23 de junio de 1814.

En 1811, durante el intervalo en el sitio, Viera forma parte del Éxodo del Pueblo Oriental. El hecho cívico y militar más trascendente de Uruguay. Más de un historiador lo considera la simiente de la nacionalidad oriental, que desembocaría según dicha hipótesis (atravesando más de un vericueto) en la independiente república actual. Hipótesis discutible, por cierto.

En ese mismo intervalo, en el campamento oriental en el Ayuí, deja a Artigas y se une al ejército de las Provincias Unidas controlado por Buenos Aires, al mando de Manuel de Sarratea. Luego sustituido por José Rondeau.

Un mojón histórico es simplemente eso. Un hecho, una acción trascendente que confirma o modifica (cual volantazo en un auto) por donde discurrirá el errático devenir humano. No significa que dichas acciones deban ser favorables a los intereses propios. Seguramente eso haya pensado Pedro José Viera, con mucha ecuanimidad, el fatídico 29 de noviembre de 1815. Mientras participa de la batalla de Sipe Sipe, sucedida en territorios pertenecientes actualmente a Bolivia. Integrando como oficial el Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Cuyo mando había asumido, poco tiempo antes, José Rondeau. Sucediendo a José de San Martín. Enfrentando a tropas españolas. Un cataclismo para los intereses de las unidas provincias. El mando de Rondeau, bajo ningún concepto, estuvo a la altura de las circunstancias. Un tipo errático resultó ser don José. En términos futbolísticos, un talentoso lagunero. Que se fue desdibujando con el correr de los años, pero jamás perdió su habilidad para conseguir cargos importantes. La batalla de marras, un verdadero desastre. En la práctica determina la pérdida, para los herederos del Virreinato del Río de la Plata, de la jurisdicción de las tierras que componen el sur boliviano contemporáneo.

Pero Pedro José no se arredra. Algún tiempo después integra como oficial otro cuerpo de ejército. El que lleva a cabo el Cruce de los Andes, invadiendo Chile. Una hazaña gigantesca, al mando de José de San Martín y Bernardo O’Higgins.

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Por supuesto que no se iba a perder la batalla de Chacabuco (posiblemente la segunda batalla más trascendente en la historia chilena), comandada por José de San Martín. Eso sí, se perdió la batalla de Maipú, pues decidió regresar a Buenos Aires.

En el litoral argentino Viera no se queda quieto. Participa de la incipiente guerra civil argentina, con apoyos a determinadas figuras, acusaciones, alguna batalla, alguna detención. En fin, nada del otro mundo.

Pero siempre atento a la historia, algún tiempo después, Viera viaja hacia el Perú. Se debe haber olido que algo importante estaba por suceder. Y sucedió, nomás. El 9 de diciembre de 1824. La batalla de Ayacucho. La última. Liderada por Antonio José de Sucre. La que expulsó de Sudamérica, para siempre, al régimen colonial español. Festejada en todos sus rincones de habla hispana. Por ejemplo, en Buenos Aires. Batalla que constituyó el empujón anímico final para la concreción de la Cruzada de los 33 Orientales. Escueta expedición liderada por Juan Antonio Lavalleja, que cruza el río Uruguay desde las costas de San Isidro hacia la orilla opuesta: la Provincia Cisplatina, perteneciente al Imperio del Brasil. Prendiendo la mecha del estallido revolucionario que pretendía liberarla.

Luego de Ayacucho, entre 1824 y 1826, Viera se desempeña como edecán del mismísimo Simón Bolívar. Siendo testigo de primera línea de la creación de la República de Bolivia.

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Simón Bolívar.
Simón Bolívar.

 

A fines de 1825 se desata la Guerra del Brasil. La banda occidental y la banda oriental del río Uruguay contra el imperio con capital en Río de Janeiro. Pedro José Viera aprecia la oportunidad y viaja raudo al sur. Pero en Buenos Aires toma una decisión inesperada. Aborda un buque inglés que lo traslada a la capital carioca. Se presenta ante el emperador Pedro I, ofreciéndole sus servicios. Y este lo convalida y envía al teatro de operaciones.

Hacia allí parte, pero permanece activo por muy poco tiempo. Súbitamente desaparece, en una actitud sobre la que sobrevuela un halo de misterio. Pues sucedió poco antes de la gran victoria republicana sobre los imperiales en Ituzaingó, actual territorio riograndense.

Se vincula con el gran caudillo y militar riograndense Bento Gonçalves, a la sazón comandante militar de Río Grande do Sul. Viejo conocido en la Banda Oriental. Un buen militar y mejor guerrillero. Hombre mañero, astuto y audaz, que comparte podio en la categoría, con su compatriota Bento Manuel Ribeiro y el oriental Frutos Rivera. Tener que enfrentarse a ellos suponía un verdadero calvario.

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Coronel Bento Gonçalves da Silva.

Coronel Bento Gonçalves da Silva.

 

Gonçalves designa a Viera como comandante de policía de la campaña gaúcha. Cuando un grupo conservador depone a Bento Gonçalves, se inicia la Revolución Farroupilha. En la que Pedro José, por supuesto, participa. Revolución que alumbra, efímeramente, a un nuevo país: la República Riograndense.

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Revolución Farroupilha (por Guilherme Litran, 1893).

Revolución Farroupilha (por Guilherme Litran, 1893).

 

Solamente los elegidos pueden, a la hora de morir, darse el último gustito. Y Pedro José Viera se lo supo dar. Nace en el mismo territorio en el que muere, en junio de 1844. Excepto por un pequeño detalle: muere en un pequeño e independiente país sudamericano, cuyos límites eran el océano Atlántico, el Imperio del Brasil, la República Argentina y la República Oriental del Uruguay.

Con la semblanza histórica transcripta a continuación quedará todo dicho:

“Pedro José Viera se distinguió por su espíritu llano, liberal, de bondad y justicia. Además por su carácter activo e inteligente, siendo buen conversador, y por gran zapateador en las fiestas campesinas le apodaron “Perico, el Bailarín”. El pericón, que es una danza folclórica de la República Oriental del Uruguay y de la República Argentina, llega a Chile durante la campaña de los Andes y estuvo allí Viera con San Martín, dirigiendo la fiesta y la danza, bailando como nadie, siendo él mismo quien introdujo improvisadamente la coreografía con pañuelos azul-celestes y blancos, los colores nacionales argentinos (y de la actual República Oriental del Uruguay), los cuales hoy son parte integrante de la danza”.

Chapeau, maestro. Pero hubiera dejado algo para los demás…

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