A 90 años del incendio de Reichstag

El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler después de ganar las elecciones del año previo, asumió como Canciller del Tercer Reich. Desde este puesto de poder le solicitó al presidente Paul von Hindenburg la disolución del Reichstag y la necesidad de convocar una vez más a elecciones. El partido nazi había ganado 196 escaños, lo que lo convertía en el partido con más votos, pero solo eran dueños de la tercera parte del Reichstag y con eso no podían hacer el plan de reformas que venían postulando.

Hitler tenía la intención de tener la suma del poder publico haciendo uso de la Ermächtigungsgesetz, llamada “La ley que remedia las tensiones de las personas (Volk) y el Reich”. Esta era una normativa que permitía dictar leyes al Canciller sin pasar por el Reichstag (o Congreso). Esta disposición se desprendía del artículo 48 de la Constitución del Weimar que, bajo ciertas circunstancias de peligro a las instituciones, se concedía poderes especiales al gobierno, aunque estos violasen los derechos individuales.

Durante la reciente campaña, el Partido Nazi había advertido que, según ellos, los comunistas estaban planeando una revolución para hacerse del poder. De allí la urgencia de convocar nuevas elecciones para lograr la mayoría dentro del Reichstag y actuar amparados por este artículo 48.

A menos de un mes de haber sido nombrado Canciller, el Reichstag en Berlín se incendió. En apenas dos horas el fuego destruyó al edificio. Los bomberos hallaron evidencias que el incendio había sido intencional.

La sala de sesiones del Reichstag tras el incendio

Cuando  esa misma noche, Joseph Goebbels recibió una llamada diciendo que el Reichstag estaba ardiendo, no creyó lo que le decían. Debió atender una segunda llamada para convencerse y reportar el siniestro a Hitler quien estaba cenando con él. Ambos se dirigieron al lugar de la catástrofe donde hallaron a Hermann Göring  (por entonces se desempeñaba como Ministro del Interior). Para ellos era obvio que esta era una confabulación comunista y Hitler  contemplaba  este incendio como un designo divino. Él debía salvar al país de la Revolución Soviética.

Sin embargo, no todos coincidían con esta perspectiva y el jefe del Departamento de Bomberos de Berlín, Walter Gempp, quien había dirigido el operativo ese 27 de febrero, estaba convencido que los nazis habían estado involucrados en el inicio del incendio. Fueron las mismas autoridades del gobierno nazi que le impidieron usar todos los recursos para frenar el fuego. Así lo declaró Gempp pocos días después del siniestro.

Por estas declaraciones fue perseguido, encarcelado y en el año 1939, poco antes del inicio de la guerra, apareció estrangulado en su celda.

Sin embargo, la versión de los nazis fue la oficial, circunstancia que precipitó la firma del decreto por von Hindenburg donde se suspendían las libertades civiles, incluyendo el habeas corpus y la libertad de expresión (circunstancia que permitió el cierre de medios opositores al nazismo).

El hallazgo de un culpable comunista, llamado Marinus van der Lubbe, dio fuerza a la versión de Hitler sobre la conspiración soviética y el Partido Comunista, que había sacado el 17% en las selecciones de noviembre, fue suspendido. Este joven era un marginal que había llegado caminando a Berlín desde su Holanda natal porque creía que había que resistir al nuevo Canciller. Por esta razón, esa fatídica noche de febrero fue detenido dentro del Reichstag y confesó  haber iniciado el incendio pero no tener vínculos con el Partido Comunista Alemán. Poco días después tres búlgaros pertenecientes al Partido Comunista de su país fueron apresados y acusados de ser los instigadores de van der Lubbe.

El holandés Van der Lubbe, acusado de haber incendiado el Reichstag

En las nuevas elecciones de marzo, los nazis subieron su caudal electoral del 33% al 44% de los votos. Esta fue la mejor elección de los nazis, nunca fueron mayoría absoluta, pero así lograron imponer su política dictatorial a  un pueblo herido en su amor propio como era la Alemania  de la postguerra.

Gracias a la alianza con el Partido del Pueblo Alemán, los nazis lograron obtener el 52% de los puestos dentro del Reichstag para imponer su voluntad política. Sin embargo aun no lograban reunir el 55% de los votos que les permitiría, de acuerdo con el Ermächtigungsgesetz, poder gobernar por decreto como aspiraban los miembros del Partido Nacional Socialista.

Entonces recurrieron a intimidar a diputados del Partido Social Democrático que no asumieron sus puestos. La adhesión del Partido del Centro permitió que  Adolf Hitler se convirtiera en el dictador de Alemania el 24 de marzo, con plenos poderes para gobernar.

En julio de 1933 comenzó el juicio de Marinus van der Lubbe y sus cómplices del Partido Comunista alemán y búlgaro en la ciudad de Leipzig por la Corte Suprema de justicia encabezada por Wilhem Bünger. Van der Lubbe declaró ser el responsable de comenzar el incendio pero las severas limitaciones visuales de van der Lubbe (había sufrido una quemadura con cal) y su dificultad para expresarse hacían poco creíble su testimonio. Los demás miembros del Partido Comunista alemán y búlgaro que habían sido acusados como cómplices fueron exonerados por falta de pruebas.

Marinus van der Lubbe fue sentenciado a morir decapitado. Durante la ejecución no parecía entender lo que pasaba …¿Era loco o un chivo expiatorio que se había prestado a este juego? En el 2008 fue exonerado post mortem de culpa y cargos por una corte alemana que dictaminó que todo los juicios dictados durante el periodo nazi carecían de validez. ¿Una exageración jurídica para consagrar mártires donde no los hubo?  

Como el veredicto no complació a Hitler –que pretendía eliminar a toda resistencia comunista de una vez–, éste modificó el curso procesal y desde entonces  todo juicio por traición no eran juzgado por las cortes regulares sino por una nueva instancia: “la corte del pueblo” (Volksgerichtshof), presidida por Roland Freisler, un jurista con simpatías por los nazi, que también estuvo encargado de los juicios contra aquellos oficiales que atentaron contra Hitler en 1944, encabezados por Claus von Stauffenberg en la célebre Operación Valquiria.

El papel de Marinus van der Lubbe en el incendio del Reichstag ha sido tema de discusión. ¿Pudo el solo iniciar este incendio de un enorme edificio? Resulta difícil de entender que así fuera.

Según el célebre historiador de la Segunda Guerra Mundial, Ian Kershaw, van der Lubbe comenzó un incendio que adquirió dimensiones extraordinarias por otro incendio iniciado paralelamente por los nazis o porque éstos interfirieron con el pronto accionar de los bomberos como declaró oportunamente Walter Gempp.

El hecho concreto es que este desafortunado incidente fue aprovechado por los nazis para imponer una dictadura, suspendiendo las garantías civiles para apresar a comunistas, sindicalistas y todos aquellos que se opusieran al gobierno.

No solo eso, aprovechando el pánico que infundían con encarcelamientos o confinamientos en los primeros campos de concentración (que se usaron para prisioneros políticos) que no respetaban los derechos individuales, impusieron las Leyes Raciales en defensa de las “tradiciones genéticas” del pueblo alemán que concluyeron en el Holocausto.

Esta es una lección que nunca aprendemos, desde los albores de la democracia cuando los revolucionarios franceses proclamaban que cuando “la patria está en peligro, todo pertenece a la patria”, pasando por el golpismo en las frágiles democracias latinoamericanas, hasta esta tragedia del nazismo o la farsa del fascismo o los regímenes dictatoriales de izquierda que asumen por el voto popular, muchos han quedado seducidos por la tentación de asumir la totalidad del poder público para dar rienda suelta a su programa de gobierno en desmedro de la democracia (por la que han llegado al poder) y a la división de los poderes, siempre en nombre del inasible “pueblo” del que se creen dueños y señores.

El Reichstag a la mañana siguiente.

Desde Aristóteles en adelante, pasando por Churchill, Bartolomé Mitre, Vargas Llosa y muchos pensadores más, sabemos que la peor de las democracias es superior a la mejor de las dictaduras. Estas comienzan con el canto de las sirenas, atrapándonos con las promesas de bienestar económico y orden institucional y terminan en el ejercicio omnímodo del poder, la falta de respeto a la división de poderes y la agresión a los derechos individuales. Entonces dicen contar con el consenso  popular  e intentan imponer  la opinión única por decreto.

De allí que se debe desconfiar de los partidos que  anuncian que la patria está en peligro y pretenden gobernar por decreto, porque ponen a la patria en una situación mucho más delicada  cuando se anulan los principios republicanos y los derechos de las minorías.

 

 

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