Otto Skorzeny, el jefe de los comandos de Hitler protegido por el franquismo

La agenda del 27 y del 28 de septiembre de 1951 invitaba a llevar la esvástica puesta y casi uniforme de gala, pero había demasiados ojos puestos en estas dos citas secretas de exmilitares, excombatientes de la antigua Legión Cóndor, y políticos nazis para dar más pistas. El grandullón austríaco movía los hilos empeñado en sacar su plan adelante junto a nombres importantes de fascismo europeo. Llevaba meses de viajes y reuniones para perfilar un potente ejército de retaguardia preparado para luchar contra el comunismo. Incluso tenía nombre, La Legión Carlos V, y las cosas claras. Se formaría en España y el Ejército podría colaborar en su instrucción. También el guion de la segunda cita prometía desescombrar el Tercer Reich y apuntalar los cimientos de una nueva Europa fuerte que arrinconara al comunismo. A esta reunión tampoco faltó el austríaco, encumbrado desde hace años como libertador de Mussolini.

Hasta ahí, Otto Skorzeny, el antiguo jefe de comandos de Hitler, militar experimentado, fanático del Führer y del nacionalsocialismo, pensaba en poner sus mimbres sin mucho problema. El hombre más peligroso de Europa, como se le define desde hace años, lo tenía de cara: influyentes amigos nazis, contactos políticos, crédito en el régimen franquista, un espíritu conspirador irrefrenable y un don de gentes con el que serpentear en todos los brezales.

La misma agenda escogió dos días señalados para celebrar el XV aniversario de la liberación del Alcázar de Toledo. Un buen escenario para jugar al despiste, o no tanto, entre la misa, la procesión y la imposición de la Medalla de Oro al general Moscardó en el patio semiderruido del Alcázar, un edificio venerado por la Alemania nazi desde hacía años. El único que faltaba era Franco, que pese a la importancia de la fecha se entretuvo vendiendo su imagen de abuelo como maniobra de despiste para seguir aparentando neutralidad y no irritar a los norteamericanos, pero infiltró a personal de confianza.

El régimen no fue el único que miraba de cerca el conciliábulo. La Agencia de Inteligencia Americana (CIA) pisaba los talones a Skorzeny desde hacía tiempo y se convirtió en la sombra diaria de todos sus movimientos. El austríaco no pasaba desapercibido con sus casi dos metros de altura, sus hechuras anchas y curtidas, y sus dos cicatrices en la cara como recuerdo de un mal lance de sus años de juventud en una hermandad de esgrima en Viena. Los americanos no querían perder de vista a un hombre tan posicionado y valioso para el terreno militar, los negocios y cualquier acuerdo que se pusiera al alcance. La CIA tampoco se fiaba de un personaje con tanta arista.

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Otto Skorzeny junto a un grupo de personas junto a la  escultura de Carlos V en el patio del Alcázar de Toledo el  28 de  septiembre de 1951. — Colección Rodríguez.

Otto Skorzeny junto a un grupo de personas junto a la escultura de Carlos V en el patio del Alcázar de Toledo el 28 de septiembre de 1951. — Colección Rodríguez.

“Era el faro perfecto para aglutinar a los supervivientes y amantes del Tercer Reich”, explica el periodista Francisco Rodríguez de Gaspar, autor del libro Otto Skorzeny. El nazi más peligroso en la España de Franco, que la editorial Almuzara acaba de sacar a la venta. El punto de partida de este completo ensayo que desgrana la vida del exmilitar austríaco en la España de Franco, sus conspiraciones, negocios, su relación con gobiernos de distintos países, sus sabotajes, su vinculación con el Mosad israelí, su implicación en la venta de armas, el control de su imagen pública y su vida acomodada como nacionalsocialista acérrimo en Madrid, sin purgas hasta su muerte en 1975, meses antes que la de Franco.

El autor ha tardado más de tres años en completar una investigación que partió del hallazgo de unos documentos de la CIA desclasificados en los que figuraba Toledo y Skorzeny al mismo tiempo. Lo mismo pasó en El enigma de la espada de San Pablo, su primer libro que partió del titular de una noticia en un antiguo diario que anunciaba su búsqueda.

Los memorándums fueron ofreciendo mucha información sobre los constantes viajes del austríaco recién llegado a España con una identidad falsa que no necesitaba porque su verdadero nombre le abría puertas, algo reconocido por una buena parte de los historiadores que han estudiado al personaje, aunque haya algunos que lo consideren un charlatán fracasado. El protagonista de este libro eligió España y fijó su residencia en Madrid porque tenía claro que el régimen de Franco sería cómodo y desde una oficina de la capital comenzó a tramar sus planes y a dejar atrás su paso por un campo de desnazificación del que se escapó, al igual que de la purga a medias tintas sobre los nazis en Núremberg tras la Segunda Guerra Mundial. El hombre más peligroso de Europa era un tipo escurridizo que no paró de pregonar su afinidad y veneración a Hitler. No se arrepintió nunca, ni siquiera trató de disimularlo.

En 1951, la CIA no paró de elaborar informes sobre Skorzeny. Incluso un agente bien entrenado tuvo un encuentro con él dos noches antes de su viaje a Toledo. No hay fotografías que inmortalicen las reuniones ni su presencia en el Alcázar aquellos días, aunque en una de ellas aparece al fondo de la procesión un hombre alto y corpulento fumando. Su calidad no permite corroborar su identidad. Aun así, el periodista Francisco Rodríguez ha encontrado y clasificado suficiente información que vincula al austríaco y acredita que fue el maestro de ceremonias de esas fechas.

También localizó hace tiempo una llamativa foto de grupo a los pies de la escultura de Carlos V en el patio del Alcázar. Una imagen muy significativa de la Colección Rodríguez, de un conocido antiguo estudio de la ciudad, que pone rostro y nombres y apellidos a los invitados nazis al aniversario, entre ellos, Per Engdahl, político sueco destacado de extrema derecha; Maurice Bardéche, crítico de arte, periodista francés y significado exponente del neofascismo; Karl-Heinz Priester, jefe de propaganda de las Juventudes Hitlerianas; Paul van Tienen, oficial de las Waffen-SS que combatió en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial; y fray Branko Marić, fraile franciscano vinculado al movimiento del nacionalsocialista del croata Ante Pavelić.

En otra de las fotos aparecen los mismos personajes, junto a más personas y una que destaca en el centro, el general Moscardó. La lista de invitados la completó León Degrelle, líder belga de las SS; Jean Bauverd, periodista suizo que trabajó para el Ministerio de Propaganda nazi, y organizador de la cita política; y Vasilei Iassinki, uno de los líderes del movimiento fascista rumano conocido como Guardia de Hierro.

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Mussolini con la unidad de paracaidistas de Student dirigidos por Otto Skorzeny (a la derecha del Duce). — WIKIPEDIA

Mussolini con la unidad de paracaidistas de Student dirigidos por Otto Skorzeny (a la derecha del Duce). — WIKIPEDIA

“Me sorprendió al encontrar los memorándums de la CIA que nadie hubiera tratado el tema en profundidad”, subraya el autor, por la importancia de los planes conspiratorios, por la abundante documentación y por el doble juego de EEUU y de España con sus atentas miradas puestas en peligrosas confabulaciones, simulando también al mismo tiempo cierta miopía por intereses políticos y, sobre todo, económicos de ambas potencias.

Se desconoce cuánto duró la reunión política de Toledo, si se entonaron cánticos o sellaron juramentos. El autor no ha encontrado pruebas documentales, pero sí hasta cuatro fuentes que la acreditan y la más completa la aporta la CIA con un detallado informe de 24 páginas. Además, el propio Engdahl, el político sueco, dejó constancia con una breve referencia en sus memorias, algo que repite también el hijo de Bauverd, organizador de la cita, en el libro que escribió tras la muerte de su padre. No faltó tampoco la aportación de la revista alemana Der Spiegel, de la mano del periodista Hans Hermman Mans, vinculado también a la causa.

De la conspiración a los negocios. Ni la Legión Carlos V ni la Internacional Fascista terminaron de cuajar, quizá por el hecho de que no se produjo esa esperada Tercera Guerra Mundial y el comunismo de la URSS no fue tan beligerante como parecía. Skorzeny “supo jugar bien sus cartas”, explica el autor, ya que su interés político, que “no pareció interesarle mucho”, se desdibujó al perderse la posibilidad de un gran conflicto, pero al nazi austríaco no pareció afectarle demasiado porque pudo beneficiarle para sus constantes negocios en España y en medio mundo.

“Aquí en España por fin me siento libre, puedo quitarme la máscara. Ya no tengo motivos para vivir en secreto”. Así de claro se lo dijo Skorzeny, Caracortada, en multitud de alusiones, a un periodista en una entrevista publicada por el Daily Press seis meses y medio del contubernio en Toledo. El nazi se había vivía acomodado en Madrid con Ilse Lüthje, su tercera esposa, emparentada con el antiguo banquero de Hitler, Hjalmar Schacht. Lo cierto es que nunca fue discreto ni necesitó esconderse.

A medida que las intrigas políticas perdieron fuelle, el protagonista fue labrando una importante fortuna con acuerdos comerciales, sin descuidar sus trabajos ligados a la industria militar, que más tarde lo llevaron a meterse en la venta de armas. Según avanzaba la década de los 50 fue firmando jugosos contratos, como el de la Red de Ferrocarriles Españoles en 1952 por seis millones de dólares para la compra de acero. Y su papel de intermediario en negocios con empresas alemanas del metal le facilitó uno de los mejores clientes, el norteamericano.

“Sus relaciones comerciales con los yankis evidenciaron la buena sintonía entre ambos, pero la CIA nunca le quitó el ojo de encima porque no se fiaba completamente de él”. El servicio de inteligencia conocía sus dotes militares y su escurridiza manera de moverse en los negocios traspasando una y otra vez sus límites ideológicos, como prueban sus trabajos para el Mosad israelí.

Además, el periodista incluye en su libro la existencia de un memorándum de la CIA que acredita que, de 1954 a 1958, Skorzeny manejó dos millones de euros en contratos y un millón más a través de subcontratas. Pero el negocio redondo llegó con un grupo de contratistas americanos, una especie de unión temporal de empresas, que se encargó de levantar en España las bases norteamericanas de Torrejón de Ardoz, Zaragoza, Rota y Morón. La buena sintonía con los yankis la remató con la creación del Grupo Paladín, junto al excoronel americano James Sanders en 1970, dedicada a la seguridad privada para zonas en conflicto en distintos países.

A Skorzeny lo perseguía su pasado militar, o quizá él mismo era incapaz de desligarse del campo de batalla, fuera real o imaginario, ya que en su ajetreada agenda figuraron labores de asesoramiento al gobierno de Nasser, en Egipto, trabajos con ingenieros alemanes para impulsar la industria aeronáutica española y sus intrigas le condujeron a un sorprendente fuego cruzado de sus negocios e intereses, porque participó en labores de sabotaje a Egipto encargadas por el Mosad orientadas a la destrucción de misiles cuyo programa había activado él mismo con la ayuda de científicos alemanes. Lo que demuestra, sin ahondar en el conflicto, “que le gustaba ser el perejil de todas las salsas”, comenta el autor.

Skorzeny presumía de su sombra alargada, gigantesca más bien, y siempre se movió de cara a la opinión pública como héroe y villano al mismo tiempo, según conviniera. La fama del nazi austríaco tampoco saltó por azar, estaba orquestada por su influencia en los medios, a los que recurría a menudo para desmentir bulos, medias verdades y realidades difíciles de publicitar en una España silenciosa y tapada que seguía haciendo guiños al fascismo más abominable. Quizá las tres palabras que mejor resumen al personaje fueron las que anotó en su diario su buen amigo Walter Shellenberg, jefe de la inteligencia de las SS, su superior, en 1951. “Toledo con Otto”. Aunque el mensaje se quedó corto porque el austríaco dio de sí para borrar una palabra y dejar escrito: “Todos con Otto”.

TEXTO EXTRAÍDO DEL SITIO publico.es

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