Nicolás Rodríguez Peña

Nicolás Rodríguez Peña nació en Buenos Aires, en la quinta paterna, el 30 de abril de 1775. Fue hijo del noble español don Alonso Isidoro Rodríguez Peña, comandante general de la frontera de San Juan, y de doña Damiana Funes y Quiroga, hermana del Deán Funes.

Cursó estudios de Humanidades en el Real Colegio de San Carlos. Ingresó después como cadete en el Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Aires, el 31 de julio de 1795. Dos años más tarde, pasó al Cuerpo de Caballería de Blandengues, ascendido a alférez el 25 de noviembre de 1801. No se sabe con precisión cuándo comenzó a dedicarse al comercio, pero es probable que a principios de siglo había reunido alguna fortuna, porque le adquirió en 1805 a su hermano Saturnino parte de la quinta paterna en la suma de 4.000 pesos como apoderado de su madre.

Dos años más tarde, compró la finca que luego reedificó donde se instaló la “Jabonería” en sociedad con Hipólito Vieytes.

En julio de 1807, se halló durante las Invasiones Inglesas entre los defensores de Buenos Aires. en 1808, fue arrestado por encontrársele cartas comprometedoras de su hermano Saturnino por intentar separar estos territorios para coronar a la Princesa Carlota Joaquina Borbón. Decretada su prisión, embargo de bienes y secuestro de papeles, se le inició a Nicolás Rodríguez Peña un proceso por traición, siendo defendido por el Dr. Juan José Castelli. En mérito a su enfermedad, el Virrey autorizó el 17 de enero de 1809, el traslado a su domicilio donde permaneció bajo fianza.

El 7 de mayo de 1810, el Virrey Cisneros firmó la última diligencia de esta causa remitiendo el expediente a Su Majestad.

Fue uno de los promotores de la revolución de ese año, con Vieytes, Castelli y Moreno. Su cas-quinta que daba sobre la plaza que hoy lleva su nombre, al igual que su fábrica de sebo y jabón que funcionaban en una de sus propiedades a cargo de su socio industrial Vieytes, fueron lugares donde los dirigentes revolucionarios se reunieron para proyectar el movimiento.

Fue el nervio de la llamada “Sociedad de los 7”. También en su casa familiar ubicada a espaldas de la Iglesia del Hospital de San Miguel, es decir, en la calle de Las Torres (actual Rivadavia) n° 867, se convirtió en sede de los planes y operaciones revolucionarias. Allí, el 19 de mayo se encomendó a Saavedra y Belgrano la entrevista con el Alcalde de Primer Voto Juan José Lezica y la misión Castelli ante el síndico Leiva para requerir la reunión del Cabildo.

En la noche del 20 se esperó ansiosamente el resultado de la conferencia del Virrey con los jefes militares. De esta sesión memorable donde se decidió la suerte de la revolución, surgió la diputación que intimaría y lograría del Virrey la convocatoria de Cabildo Abierto. En el celebrado el 22 de mayo, Rodríguez Peña se inclinó por la tendencia conciliatoria. Ésta era la que contaba con el apoyo del general Pascual Ruíz Huidobro, y “resolvía la cuestión resumiendo interinamente el mando superior en el Cabildo hasta tanto se organizase un gobierno provisional, dependiente siempre de la autoridad suprema de la Península”, como lo señala Mitre.

Fue en el comedor de su casa, donde tuvo lugar la famosa reunión de los revolucionarios, que dio fin a la efímera Junta presidida por el Virrey, y se gestó la convocatoria del Cabildo del 25 de mayo, concretándose la lista de candidatos a integrar la Primera Junta. Rodríguez Peña no figuró en ella, no porque careciera de méritos, sino por delicadeza, a juicio del historiador Carranza. Conocido por su ascendiente sobre Beruti, redactor de las propuestas con los nombres de los candidatos para la Junta, se excusó de figurar en ella para evitar suspicacias.

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Sello conmemorativo del centenario de la Revolución del 25 de Mayo de 1810.
Sello conmemorativo del centenario de la Revolución del 25 de Mayo de 1810.

 

Sin cargo público, participó activamente en la conducción del nuevo gobierno. En medio de la efervescencia emancipadora ascendió a teniente el 30 de julio de 1810, y a capitán el 11 del mes siguiente.

Fracasada la contrarrevolución de Córdoba, la Junta designó a Castelli para cumplir la orden de fusilamiento de los prisioneros. El 20 de agosto partió desde Buenos Aires con Rodríguez Peña, quien actuó como secretario. En ese trance dificilísimo, fue el que leyó la sentencia de muerte de Liniers y de los demás ejecutados en la Posta de Cruz Alta, el 26 de agosto de 1810.

Al mes siguiente, al ser designado Castelli, jefe de la expedición al Alto Perú, en lugar de Ortíz de Ocampo, también lo acompañó como secretario y ayudante mayor de campo.

Asistió a la batalla de Suipacha, aunque la indisposición de su salud le impidió continuar la campaña. Con Castelli se encargaron de la ejecución de la sentencia de muerte en la plaza de Potosí de Francisco Paula de Sanz, Vicente Nieto y Córdoba.

En 1811, con motivo de su designación como gobernador Intendente interino de la provincia de La Paz, fue promovido a teniente coronel, aunque se desconoce la fecha del nombramiento.

Por consideraciones políticas de la hora, fue relevado del cargo. Regresó a Buenos Aires debido a su mala salud, y perteneció a la Sociedad Patriótica.

A la muerte de Alberti, formó parte de la Juna Grande, el 2 de febrero de 1811, en reemplazo de aquél. Le tocó actuar en los momentos más difíciles, luego de haberse incorporado a los diputados de las provincias.

El movimiento del 5 y 6 de abril lo alejó del poder, en conformidad con las imposiciones del presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, siendo desterrado a Guandacol, al norte de la provincia de San Juan en compañía de Vieytes, Domingo de Azcuénaga y Juan Larrea.

No duró mucho tiempo su confinamiento, y el 19 de septiembre se mitigó dicho rigor, autorizándolo a vivir en la ciudad de San Juan o Mendoza, a su elección. En esta última, donde tenía parientes por parte de su madre, mejoró su situación.

Por decreto del 1ero. de octubre, se le autorizó a regresar a Buenos Aires. el decreto respectivo reconoció la injusticia de tal medida, la que se hizo extensiva a los demás confinados.

En esta ciudad, restableció la “Sociedad Patriótica” que inició sus reuniones el 13 de enero de 1812, en la Casa del Consulado.

Miembro de la Logia Lautaro, donde fue socio distinguido, militó en la tendencia alvearista, de la que más tarde se separó por discrepar con la forma que conducía el gobierno.

Fue designado por la provincia de Corrientes para una Asamblea Extraordinaria que nunca se reunió. Para separarlo de Buenos Aires, el Triunvirato lo designó teniente gobernador de Mendoza, cargo que tuvo que aceptar contra su voluntad. La ciudad de San Luís lo eligió diputado a la Asamblea, pero su comisión en Mendoza le impidió aceptar el nombramiento, proponiendo en su lugar a Agustín Donado. La revolución del 8 de octubre, le designó miembro del segundo Triunvirato, en compañía de Paso y Álvarez Jonte, siendo reemplazado interinamente por Francisco Belgrano.

Incorporado el 5 de noviembre, ejerció su cargo hasta el 22 de enero de 1814, fecha en que dicho gobierno fue reemplazado por el Directorio de Gervasio A. de Posadas.

Fue gran amigo de San Martín a través de la Logia Lautaro. Testimonio asaz significativo es su protesta del 27 de diciembre de 1813, ante su negativa de hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Perú.

Presidió el Consejo de Estado del Directorio, desde el 26 de enero de 1814. Al efectuarse las designaciones de gobierno, figuró entre otros como teniente coronel, el 1ero. de febrero del mismo año.

Levantado el sitio de Montevideo, fue enviado en calidad de gobernador militar y político de la Banda Oriental y revestido de omnímodos poderes, aunque con carácter transitorio (6 de julio de 1814). Su gestión solo duró poco más de un mes. El rozamiento entre Artigas y el gobierno de Buenos Aires fueron el factor decisivo de esta circunstancia. Rodríguez Peña delegó el mando en Miguel Estanislao Soler el 30 de agosto, y retornó a su cargo en el Consejo, pero elegido Alvear Director en reemplazo de Posada, por diferir con éste, se alejó de su lado. A pesar de tal actitud, y de haber actuado de mediador para su renuncia luego del motín de Fontezuelas, del 15 de abril de 1815, Rodríguez Peña fue perseguido y sometido a la Comisión Civil de Justicia, que lo condenó inicuamente “por tener influjo en la opinión pública” a ser desterrado por segunda vez a San Juan, destino que se trocó luego por el de la Villa de Luján.

Mientras estuvo allá cooperó con su peculio a la organización del Ejército de los Andes. Antes del destierro había recibido una carta histórica de San Martín fechada el 22 de marzo de 1814, donde le señalaba el plan estratégico de su campaña libertadora.

Al instalarse en Tucumán el Congreso Constituyente, rodríguez Peña regresó a Buenos Aires, pero recibió orden de abandonar esta ciudad. Radicado en San Juan, permaneció hasta después de Chacabuco, como se infiere de un reclamo de haberes atrasados efectuado por su esposa.

El gobierno argentino decretó el 20 de mayo de 1818, su licencia y absoluta separación del Ejército con la jerarquía de coronel y uso de uniforme.

Su esposa continuó residiendo en esta capital, y corrió en adelante con la administración de la casa ex jabonería y la quinta.

En 1819, hizo un intento de vender ambas propiedades, lo que resultó infructuoso. Habitó la quinta, pero luego la dio en arrendamiento. Mientras tanto Nicolás Rodríguez Peña fijó su residencia en Chile. Allí vivió años de dura lucha. Su amistad y colaboración con san Martín fue constante y pese a cuantos problemas ocasionaron las circunstancias políticas que imposibilitaron poder escribir personalmente, sin embargo, se hacen llegar mutuos recuerdos a través de amigos comunes.

En los 36 años que habitó en Santiago y Valparaíso, se dedicó a los negocios ultramarinos que iniciara en su juventud. Fue uno de los comerciantes de aquellas plazas que hicieron posible el traslado de la expedición libertadora al Perú, completando por su cuenta, el número de naves necesarias para la conducción de cargas y tropas. La primera propuesta, recibida por el gobierno chileno, fue la suscripta por Antonio Arcos, un ex oficial español incorporado al ejército de Mendoza de 1816, que se enriqueció con el corso y provisión de vestuario para el ejército. Como socios de Arcos figuraron Rodríguez Peña, Juan José Sarratea, argentinos, y Guillermo Henderson, inglés. No fue aceptada, y entonces formularon una segunda propuesta Rodríguez Peña y Sarratea asociados a Felipe Santiago del Solar, comprometiéndose a “conducir el ejército al lugar donde se indicara con víveres para cinco meses, y traerlo a Chile en caso de desastre, y vestir hasta 4.000 hombres, todo por la suma de 24.000 pesos”. El resultado fue, según lo anotó Sarmiento “que no se reintegraron jamás los capitales y Rodríguez Peña perdió el resto de su fortuna”.

Es indudable que continuó asociado a la Logia Lautaro en sus filiales de Cuyo y Santiago de Chile, lo que explica, a pesar de los vaivenes políticos su activa participación en el destierro.

Falleció en Santiago de Chile, el 3 de diciembre de 1853. Sus restos fueron depositados en el cementerio local, y lo acompañaron muchos ciudadanos notables de Chile como todos los argentinos residentes en la ciudad.

Se había casado con María Casilda Igarzábal y Echeverría, y fueron padres de cuatro hijos: Nicolás, Demetrio, Jacinto y Catalina, con descendencia en Chile y Argentina.

A iniciativa del Director del Museo Histórico Nacional, Adolfo P. Carranza y de una comisión popular, el presidente Sáenz Peña firmó el decreto del 23 de enero de 1894, dando las providencias necesarias para su traslado al país.

En Valparaíso, después de rendirle los honores militares de la guarnición y de la escuadra, se condujeron los restos a bordo del buque “Britania”, quien lo trajo a Montevideo. Allí los recibió una comisión especial y el ministro argentino ante la República Oriental del Uruguay, Enrique B. Moreno. Transportada la urna al buque de guerra argentino “25 de Mayo”, en su cubierta de popa se levantó una capilla ardiente.

El presidente Uriburu firmó el decreto de honores, el 30 de marzo del mismo año, que fueron rendidos dentro de un marco digno de sus merecimientos.

Desembarcados los restos a tierra argentina, después de los discursos del Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Eduardo Costa y del general Garmendia, el carro fúnebre tirado por 14 caballos rusos se puso en marcha seguido por la comitiva oficial, y una gran manifestación popular, hasta el cementerio de La Recoleta.

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En la plaza de esta ciudad que lleva su nombre, se levanta un monumento en su honor, una estatua, obra del artista alemán Gustavo Eberlein, que fue inaugurado el 22 de mayo de 1910.

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1 COMENTARIO

  1. Es una pena que hayan sustraido la placa de bronce que estaba en su mausoleo. Hoy cuesta saber quien está allí. Quien administra el cementerio de la Recoleta debería prever la colocación de una nueva placa (de marmol, para que no vuelvan a robarla).

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