En Argentina, el 20 de febrero de 1938 había asumido la presidencia Roberto M. Ortiz, y la infiltración de la ideología nazi en el país era creciente. Luego de conocida la anexión de Austria el júbilo se hizo manifiesto en los círculos nazis porteños. El presidente Ortiz, a expensas de varias denuncias y presiones, no permitió que en Argentina se votara el referéndum ordenado por Hitler; sin embargo, diversas entidades y escuelas alemanas organizaron “votaciones simbólicas” en apoyo a los deseos de su líder alemán. La embajada alemana fue más allá, y luego de convocar un acto público con más de tres mil personas en el Club Alemán, decidió organizar el 10 de abril un gran acto en el Luna Park para conmemorar el Anschluss, “el Día de la Unidad”.
El acto contó con el apoyo de destacados miembros de la comunidad alemana en la Argentina y con la prédica arrebatada de diarios financiados por el Tercer Reich: El Pampero, América alerta, El Federal, entre los más destacados. Los diarios nacionales El Mundo y La Razón también brindaban su aporte a la causa. El propio Hitler mandaría luego, de puño y letra, sus más “cordiales saludos” agradeciendo el apoyo a los alemanes residentes en la Argentina. Una densa red de asociaciones civiles participó de la convocatoria; en esos años se había creado la Comisión de Cooperación Intelectual con Alemania, integrada por varias personalidades destacadas de la sociedad de la época. Algunos de ellos se arrepentirían años más tarde de su apoyo a un régimen como el del nacionalsocialismo, argumentando que por entonces Hitler era presentado como un fogoso caudillo nacional decidido a defender los valores cristianos y combatir el comunismo y la charlatanería liberal, pero no como el promotor del Holocausto…
Si bien el gobierno nacional permitió el acto, lo hizo bajo un amplio operativo de seguridad. El acto fue convocado para las 10 de la mañana del domingo 10 de abril de 1938, y las columnas comenzaron a llegar pasadas las 9 hs. En las inmediaciones se vendían insignias y banderas alemanas, souvenirs, postales y brazaletes con la esvástica. Ya dentro del Luna Park se podía apreciar el escenario adornado con banderas alemanas con la cruz esvástica y con banderas argentinas, destacándose en la parte posterior del telón de fondo en rojo la inscripción “Heil Führer” y otra escrita en alemán que decía “Ein Volk Ein Reich Ein Führer” (“Un pueblo, una nación, un conductor”). Se trataba de un verdadero “congreso nazi”, en pleno centro de Buenos Aires.
En una de sus crónicas, el diario Crítica cuenta que a sus dos periodistas designados para cubrir el evento no les permitieron ingresar “por ser de Crítica ” y que entonces decidieron entrar, como el resto, pagando su entrada, que costaba 20 centavos. “El Luna Park está irreconocible. El fondo está cubierto por una enorme tela con letras góticas”, escribió el cronista. “A lo largo del recinto formaban doble fila en los pasillos los miembros del Partido Nacional Socialista uniformados y con la cruz esvástica en el brazal, lo mismo que los representantes de la asociación Germano-Austríaca, organizadora de la reunión junto con la embajada alemana”.
Antes de comenzar los discursos, los presentes entonaron vivas a Hitler y frases estridentes de aprobación a la anexión de Austria. Miembros de entidades nazis que vestían camisas pardas y llevaban brazaletes con la cruz esvástica tuvieron a su cargo la ubicación del público realizada en un orden casi militar, mientras una banda tocaba diferentes marchas alemanas. A las 10.30 hs la música se detuvo, se escuchó el toque de un clarín y ocupó el estrado el encargado de negocios de Alemania, Erich Otto Meynen, orador fervoroso y carismático. Entre otros conceptos destacó la anexión de Austria “sin violencia ni sangre” y “el afecto de los austroalemanes hacia la Argentina”, que definió como un “país hospitalario en el cual se sienten cómodos y orgullosos de cobijarse.” Luego de las palabras de Meynen se ejecutó el himno argentino, el público se puso de pie y la mayor parte realizó el saludo nazi. Otros oradores hicieron uso de la palabra y luego el estadio entero se puso de pie y, brazo en alto, se juró fidelidad a la “Patria” y a Hitler. Todos los miembros de las comunidades y entidades alemanas en argentina estaban presentes, y en el estrado de honor también podían distinguirse algunas celebridades políticas criollas, entre ellas Manuel Fresco, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y su ministro Roberto Noble. Fresco ya había anticipado en su provincia las bondades del régimen nazi-fascista, y se jactaba de haber prohibido en la provincia de Buenos Aires el funcionamiento de las escuelas judías. También se destacó como forjador de adhesiones a Hitler el embajador Edmundo von Thermann, considerado por los observadores como uno de los diplomáticos más populares de Buenos Aires, un hombre cuya presencia de rígido corte prusiano fue muy bien recibida. Finalmente, el himno alemán y el del nacionalsocialismo (“Horst Wessel Lied”) dieron el punto final al que es considerado el mayor acto multitudinario realizado a favor del Tercer Reich fuera de territorio alemán. Si bien las cifras que se estimaron difieren, según las fuentes más prudentes concurrieron entre 12 mil y 15 mil personas.
Pero no todas eran adhesiones a los nazis en esa peculiar jornada. La Federación Universitaria Argentina (FUA) organizó ese mismo día un acto de repudio contra los nazis en la Plaza San Martín. Mientras en el Luna Park se sucedían los cantos y los festejos, la plaza San Martín comenzaba a llenarse de gente. Fue allí donde se generaron disturbios, y la policía procedió a reprimir a los estudiantes. Los muchachos resistieron con piedras dirigidas contra los policías y contra decenas de vidrieras de locales de empresas alemanas. Hubo banderas quemadas, 35 heridos, 57 detenidos y dos muertos: un hombre de 50 años muerto en una avalancha en Florida y Paraguay y un ciudadano español de 40 años aplastado por un caballo de la policía cuando salía de misa.
Una semana después del acto, rápido o lento de reflejos según se mire, el presidente Ortiz ordenó una investigación para indagar sobre el funcionamiento de las asociaciones extranjeras. El diputado socialista Enrique Dickmann presentó el 18 de mayo un proyecto para crear una comisión especial que investigaría las actividades de organizaciones extranjeras. Así se supo que alrededor de doscientas escuelas alemanas funcionaban subsidiadas por capitales privados y que en muchas de estas escuelas se cantaba el himno nacional argentino con el saludo nazi, y en más de un caso, a la letra del himno le sucedían los versos de “Horst wesse lied”. Ortiz entonces reglamentó por decreto el funcionamiento de las asociaciones extranjeras, decretó la disolución del Partido Nacionalsocialista Alemán de la Argentina, que ya contaba con casi 70 mil asociados, y decidió la expulsión de dos espías de la Gestapo.
El proyecto de Dickman prosperó pero con los tiempos de la política, y recién en 1941 se creó la famosa Comisión de Investigaciones de Actividades Antiargentinas encabezada por el diputado Raúl Damonte Taborda (UCR) e integrada por Silvano Santander (UCR) y Juan Solari (Socialismo), entre otros. Dicha comisión recibió información directa del Departamento de Estado norteamericano y concluyó que la Argentina fue centro de espionaje y propaganda nazi en el continente (qué sagaces). La Comisión se quedó sin presupuesto cuando asumió el presidente Ramón S. Castillo en 1942, y la suerte de los nazis en Argentina cambiaría rotundamente tras el golpe de Estado de 1943 encabezado por un grupo de oficiales pro nazis con Juan D. Perón a la cabeza. Las relaciones entre el gobierno militar y Berlín se profundizaron y los miembros de la Comisión fueron encarcelados y luego exiliados a Montevideo.
Tras la finalización de la Segunda Guerra y el triunfo de Perón en las elecciones, en 1946 Silvano Santander intentó la creación de una nueva comisión investigadora pero lo único que logró fue que lo expulsaran de la banca. El aceitado mecanismo entre el peronismo y lo que quedaba del Tercer Reich funcionaba a pleno para dar asilo a los nazis que huían de los aliados que los perseguían en Europa.
El acto nazi celebrado en el Luna Park no fue una anécdota menor en la Argentina. La iniciativa dejó sus retoños locales en las fuerzas armadas, el campo intelectual y el sistema político. Que al finalizar la Segunda Guerra Mundial la Argentina se haya transformado en un destino preferencial de criminales de guerra no fue una casualidad. Sin exageraciones, se estima que entre 1945 y 1950 alrededor de siete mil nazis fueron recibidos en la Argentina con los brazos abiertos.