Giacomo Puccini nació en el seno de una familia alguno de cuyos miembros había ocupado, desde el siglo XVIII, el puesto de maestro de capilla de la catedral de Lucca. A la muerte de su padre, Michele, en 1863, el pequeño Giacomo, pese a no haber demostrado un especial talento músico, fue destinado a seguir la tradición familiar, por lo que empezó a recibir lecciones de su tío Fortunato Magi, con resultados poco esperanzadores.
Fue a la edad de 14 años cuando el director del Instituto de Música Pacini de Lucca, Carlo Angeloni, consiguió despertar su interés por el mundo de los sonidos. Puccini se reveló entonces como un buen pianista y organista cuya presencia se disputaban los principales salones e iglesias de la ciudad.
En 1876, la audición en Pisa de la Aida de Verdi constituyó una auténtica revelación para él; bajo su influencia, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la composición operística, aunque ello implicara abandonar la tradición familiar. Sus años de estudio en el Conservatorio de Milán le confirmaron en esta decisión. Amilcare Ponchielli (el mismo que compuso La Gioconda), su maestro, lo animó a componer su primera obra para la escena: Le villi, ópera en un acto estrenada en 1884 con un éxito más que apreciable.
Con su tercera ópera, Manon Lescaut, Puccini encontró ya su propia voz. El estreno de la obra supuso su consagración, confirmada por su posterior trabajo, La bohème, una de sus realizaciones más aclamadas. En 1900 vio la luz la ópera más dramática de su catálogo, Tosca, y cuatro años más tarde la exótica Madama Butterfly.
Los últimos años de su vida estuvieron signados por el drama desatado por los celos de su esposa, que hostiga a Doria Manfredi, la joven mujer que trabajaba en la casa del matrimonio. Doria se suicida a raíz de las acusaciones. La crisis conyugal, si bien no llegó al divorcio, complicó la relación. En 1912 Giulio Ricordi, el editor y amigo que había apoyado su carrera.
Todas estas novedades contribuyeron a que sus nuevas óperas, entre ellas las que integran Il trittico, no alcanzaran, pese a su calidad, el mismo grado de popularidad que sus obras anteriores. Su última ópera, la más moderna y arriesgada de cuantas escribió, Turandot, quedó inconclusa a su muerte a raíz de las complicaciones de un cáncer de garganta. La tarea de darle cima, a partir de los esbozos dejados por el maestro, correspondió a Franco Alfano, quien nos dejó la hermosa avia para que nadie duerma (Nessun dorma).