Román Antonio Deheza, nació en Córdoba el 27 de febrero de 1791. Era hijo de don Enrique Deheza y de doña María de la Trinidad Millán y de la Hoz.
Contaba diecinueve años cuando se incorporó al primer ejército que marchaba hacia el Alto Perú, al mando del general Antonio González Balcarce. Al regreso de esta comisión, ya con el empleo de teniente, marchó en 1813, a Chile, con la División Auxiliar Argentina que comandaban Las Heras y Balcarce, asistiendo a los combates de Cucha Cucha y Membrillar. También actuó en el Paso del Maule, que defendían los Realistas, forzándolo con energía y entusiasmo, del mismo modo que sostuvo el ataque del adversario en el lugar denominado Tres Montes.
Sobrevenidos los Tratados de Lircay, y un poco después el desastre de Rancagua (1814), la división argentina repasó la cordillera y se incorporó al Ejército de los Andes de San Martín, acampado en el Mendoza.
En esta retirada, Deheza protegió la retaguardia y se batió con las columnas de avanzada del ejército reconquistador de Chile.
Tres años más tarde, volvió a Chile, alistándose en el regimiento 11 de Infantería de los Andes, bajo las órdenes del general San Martín. Hizo la cruzada liberadora, y con el grado de capitán se batió en el Plumerillo y Guardia Vieja, luego en Chacabuco, Concepción, Gavilán, asalto de Talcahuano, Concepción, Gavilán, asalto de Talcahuano, Cancha Rayada y Maipú que acabó con el régimen español en Chile.
Después se encontró en el sitio del Callao, formando en el grupo de asalto. Con el general Alvarado estuvo en las batallas de Torata y Moquegua. Luego realizó la campaña de Arica, con el ejército de Sucre en 1823, y la de Lima, batiéndose en Junín y Ayacucho, en 1824.
Al año siguiente fue designado jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador por el general Bolivar, con el que marchó hasta Arequipa y al Cuzco, donde permaneció en el cargo interino de prefecto del departamento de Guanuco hasta enero de 1826, en que regresó a nuestro país, para incorporarse al ejército que actuó contra el Brasil.
Con el grado de Segundo Jefe de Estado se batió heroicamente en Ituzaingó, el 27 de febrero de 1827. Terminada esa campaña se radicó en su ciudad natal, luciendo ya las palmas del generalato.
Allí permaneció hasta 1829, y como jefe del Estado Mayor acompañó al general Paz en su campaña al interior del país, interviniendo en las acciones de la Tablada y Oncativo, contra las fuerzas del general Quiroga. Fue Deheza el responsable de quintar los prisioneros (es decir, ejecutó a uno de los cinco enemigos, después de capturarlos).
Enviado por Paz tomó posesión de Santiago del Estero, el 7 de septiembre de 1830, fue elegido gobernador por la Legislatura, al mes siguiente, acompañado por don Amancio Alcorta como ministro general. Se contrajo a la organización de la provincia y a reparar el desorden producido por la fuga del caudillo federal Ibarra.
Hecho prisionero, el general Paz después que fuera boleado su caballo, participó en la Junta de Guerra que eligió a Lamadrid para reemplazar a Paz, pero descontento con la conducción abandonó el país radicándose en Bolivia, primero y en Perú después.
Permaneció hasta 1846, en que retornó a la patria, requerido por el general Paz para hacerse cargo de la jefatura del Estado Mayor del Ejército, iniciando en Corrientes su cruzada libertadora contra Rosas. Disueltas aquellas fuerzas emigró al Paraguay, donde el mariscal Francisco Solano López lo nombró Jefe del Estado Mayor del ejército paraguayo.
Producida la caída de Rosas se retiró a la vida privada para residir en Chile hasta su fallecimiento ocurrido en Valparaíso, el 30 de agosto de 1872.
El general Paz en sus Memorias dice que “Era valiente y aún bizarro en el conflicto de una batalla; en tales ocasiones ha prestado servicios distinguidos, y yo le he debido avisos importantes, mejor diré, inspiraciones de genio que me han sido muy útiles y que me complazco en recordar; pero desgraciadamente éstas no se extendían ni una pulgada más del campo de combate, y ni aún allí era generalmente conducido por impulsos nobles y desinteresados, pues se mezclaban muy a menudo cálculos de ambición u otras pequeñas pasiones, de tal modo que sabían modificar su carácter propenso a la crueldad y disponerlo para alguna acción generosa. Conocía bien el arma de la infantería y no tenía igual en el ejército para conducir en la pelea un reducido número de batallones. En una palabra, tenía más brío que cabeza, o según la expresión de Napoleón, no era cuadrado, pués tenía más base que altura”.