Marguerite Yourcenar, la Inmortal

Marguerite Yourcenar, nacida el 8 de junio de 1903, es una de esas autoras que, aunque haya trabajado con todo tipo de literatura, quedaron indefectiblemente asociadas a un género. En su caso, especialmente gracias a Memorias de Adriano (1951) y Opus Nigrum (1968), no sorprende verla coronada como la reina de la novela histórica.

Un rápido paseo por la vida de Yourcenar, sin embargo, es prueba suficiente para sacarla de esa casilla y redescubrirla como una intelectual de primera, capaz de poner la literatura al servicio de otros géneros. Desde muy joven se descubre que la curiosidad era algo innato en ella. Todas sus biografías la recuerdan sentada leyendo los clásicos en voz alta por horas junto con su padre, Michel-René, quien la crio en soledad luego de la muerte de su madre a tan sólo diez días de su nacimiento en Bruselas el 8 de agosto de 1903. A pesar de esta pérdida, algo que reaparecerá simbólicamente a lo largo de su literatura, la infancia de quien entonces se llamaba Marguerite Crayencour parece haber sido una de idilio. En sus inicios, estuvo el contacto con la naturaleza en la finca familiar de Mont-Noir, Francia, y luego, tras el traslado a Paris y Londres, a partir del inicio de la Primera Guerra Mundial, ya adolescente descubrió los museos y el mundo antiguo, al cual se acercó mucho más a través del aprendizaje del griego, el latín y el italiano.

Sostenida por la fortuna familiar, a inicios de la década del veinte publicó por cuenta propia sus primeros libros de poemas, El jardín de las quimeras (1921) y Los dioses no han muerto (1922), firmados con el pseudónimo “Yourcenar”, anagrama imperfecto de su nombre real. El primer momento de gran reconocimiento, sin embargo, llegó en 1929 con la aparición de su novela debut, Alexis o el tratado del inútil combate. Este libro, que recogía la dura confesión en primera persona de un hombre a su mujer acerca de su homosexualidad, no sólo fue notable por su tema (que permite relacionarlo con la literatura de André Gide) y por la exploración de Marguerite acerca de sus propia bisexualidad, sino que también fue el primero de una serie de relatos que demuestran su maestría a la hora de ajustar el lenguaje al estado mental del personaje retratado.

Yourcenar joven.jpg

 

Marguerite Yourcenar joven.
Marguerite Yourcenar joven.

 

Ya habiendo alcanzado cierta notoriedad, la década del treinta fue un momento muy activo en la vida de Yourcenar. Estos fueron momentos de muchísimo trabajo, en los cuales combinó trabajos de encargo, como la traducción de Las Olas de Virginia Woolf y la redacción de la biografía de Píndaro, con otros más personales como La nueva Eurídice (1931) y Fuegos (1936). Por estos años también viajó mucho, pasando largos períodos en Italia y, a partir de 1934, en Grecia. La historia, que luego se volvería el tema central de su literatura, empieza a colarse en su obra por estos años, especialmente con la publicación de Cuentos Orientales (1938) – recopilación y reversión de leyendas asiáticas – y la muy celebrada novela El tiro de gracia (1939), que se sitúa en el contexto de la guerra civil rusa de 1917 para explorar las relaciones entre tres personajes.

La vida personal de Yourcenar en esta década, no obstante, no parece haberse caracterizado por la felicidad. Múltiples son las menciones de sus conflictos, especialmente con el amor no correspondido de André Fraigneau, homosexual y lector de la editorial Gasset. A pesar de todo el sufrimiento que pueda haber pasado, para finales de los treinta la situación cambió al conocer a la traductora norteamericana Grace Frick, mujer con quien tendría la relación más significativa de su vida y con la cual partió a los Estados Unidos cuando comenzó la guerra en 1939. La mudanza al nuevo país fue un cambio radical en su vida, no solo por el desplazamiento, sino porque su trabajo mismo se vio alterado. Ya sin una fortuna en la cual apoyarse, tuvo que ganar su dinero dedicándose a la enseñanza en universidades como Sarah Lawrence en Nueva York, done impartía clases de idiomas. Su presencia en el mundo académico no sólo significó un cambio de paradigma, sino que además el acceso a las mejores bibliotecas universitarias de la costa Este significó un nuevo despertar en su curiosidad. Entregada a la investigación, el tema de su literatura cambió, dejando atrás todo trazo que pudiera quedar de lo autorreferencial y dando paso a la cultura y la historia.

Es en este contexto, instalada finalmente en su nueva patria, con su nacionalidad y su nombre cambiados oficialmente y con su hogar establecido en Mount Desert Island, Maine, Marguerite Yourcenar comenzó el que sería, probablemente, el trabajo más famoso de su vida. En 1949 recuperó algunos de sus escritos que habían quedado en Europa y entre ellos encontró un proyecto de escritura sobre el emperador romano Adriano. Tras nuevas investigaciones y reescrituras, el trabajo terminado, Memorias de Adriano, apareció en 1951 y la hizo alcanzar la fama internacional. A esta reflexión apócrifa pero extremadamente bien documentada en primera persona, le siguió, casi veinte años después otra de corte histórico, Opus Nigrum (1968). Esta novela era bastante similar en cuanto al estilo, pero se concentraba en el personaje de Zenón, un alquimista que transita el pasaje de la Edad Media al Renacimiento, y al que venía estudiando desde la década del veinte. Aunque ambas obras se citan en general como dos de los ejemplos más importantes de la novela histórica, Yourcenar siempre escapó a esa clasificación, llegando a afirmar: “nunca en mi vida he escrito una novela histórica”. Eludiendo los estigmas asociados a este género y, por extensión, a Yourcenar, Osvaldo Gallone considera que la autora hacía un trabajo más fino ya que “narra la historia en el marco ficcional de la novela”. Esta aseveración, que parece una simple salvedad, tiene sentido cuando se piensa más allá de lo superficial en la obra de Yourcenar. Para este autor, ella se dejaba, de alguna forma, vaciar completamente y luego se llenaba con la voz de ese otro que buscaba representar. En los casos de Memorias de Adriano y Opus Nigrum, la apuesta era más alta que en sus libros previos y no es banal que las voces que adoptó fueran las de Adriano y Zenón, dos personajes que se encuentran en el medio de un cambio histórico y son espectadores privilegiados y protagonistas de las transformaciones que el mundo está sufriendo.

Aunque la notoriedad de su obra era una buena excusa para recorrer el mundo, sus viajes por estos años fueron escasos y breves debido a que Grace, su pareja, sufría de un cáncer general del sistema linfático. Marguerite prefirió quedarse a su lado y de hecho la acompañó hasta su muerte en 1979, por lo que casi toda la década del setenta fue una de reclusión. En paralelo, mientras pasaba largas horas en casa de Mount Desert Island, escribió los dos primeros tomos de El Laberinto del mundo Recordatorios (1974) y Archivos del Norte (1977) – trilogía sobre la historia de su familia en la que, sin hacer referencia a sí misma, intentaba entender un mundo que, según ella, le resultaba igual de ajeno que la antigua Roma o la Edad Media. La tercera parte, ¿Qué? La Eternidad, terminaría apareciendo en 1988 de forma póstuma, ya que luego de la muerte de Grace no dedicó el mismo ímpetu a este trabajo.

En cambio, los últimos años de su vida significaron una reconexión con el mundo externo, viajes, una nueva pareja (el fotógrafo Jerry Wilson) y una nueva oleada de reconocimiento a través de la adquisición de numerosos premios. Entre todos sus galardones de estos años, el más destacado sin dudas fue su ingreso a la Academia Francesa en 1980 en remplazo a Roger Callois; momento histórico, ya que fue la primera “Inmortal” (como se conoce a sus miembros) mujer en conseguir ese honor.

El 17 de diciembre de 1987, cuando estaba por partir en un nuevo viaje a Europa, a la India y a Nepal, Marguerite Yourcenar murió en su hogar de Mount Desert a causa de una hemorragia cerebral. Sus restos fueron cremados y sus cenizas enterradas en su propiedad junto con las de su compañera de toda la vida, Grace Frick, y a las de Jerry Wilson, con una lápida que recupera una frase enunciada por Zenón en Opus Nigrum: “Complace a Aquél que es capaz de dilatar el corazón del hombre a la medida de toda la vida”.

Yousuf Karsh-Marguerite Yourcenar (1987).jpg

 

Marguerite Yourcenar, por Yousuf Karsh (1987).
Marguerite Yourcenar, por Yousuf Karsh (1987).

 

 

 

Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER