Mao proclama la República Popular China

La unión forzada (“por el espanto”) entre nacionalistas y comunistas forjada para sostener la resistencia contra los japoneses, se disolvió con la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial en 1945. Tanto Chiang Kai-shek (nacionalistas) como Mao Tsé Tung (comunistas) reclamaron el territorio chino abandonado por los ejércitos japoneses vencidos. Comenzaba a ponerse en juego el futuro político del país de mayor población del mundo. En medio de combates esporádicos y discusiones no muy diplomáticas, Moscú y Washington observaban y no se decidían sobre dar su apoyo para definir el resultado de la lucha. Luego de dos años de una paz ficticia entre ambos bandos (sus visiones sobre el futuro de China eran incompatibles), a principios de 1947 se reanudó la guerra civil, que duraría dos años más y dejaría como saldo tres millones de muertes.

Finalmente, el 21 de enero de 1949, Chiang Kai-shek, con su ejército derrotado por los comunistas, dimitió como presidente nacionalista de China. Diez días más tarde las fuerzas comunistas de Mao entraron en Pekín. Poco después de eso el Partido Comunista chino ocupaba las principales ciudades, incluyendo Nankin, el bastión de las fuerzas nacionalistas. La guerra civil había terminado, los comunistas habían triunfado.

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Mao y Chiang Kai-shek en 1945

Mao y Chiang Kai-shek en 1945

La cúpula del poder de la república estaría formada por Mao Tsé Tung, que sería el presidente; Zhu De, comandante militar de las fuerzas comunistas, como vicepresidente; Chou En-lai (Zhou Enlai), del Partido Comunista, como primer ministro.

Mao concibió una versión china para la dictadura del proletariado. En esos momentos, Mao prometió libertad de pensamiento, expresión y religión (ja) e igualdad de derechos para las mujeres (jaja). “Sólo a los imperialistas les será negada la entrada en el nuevo Estado”, decía Mao. Estado que sería construido según el modelo soviético, con una agricultura socializada y una industria pesada bajo control del gobierno.

La URSS y los Estados del bloque soviético reconocieron oficialmente a la República Popular China inmediatamente, por supuesto; poco después, Birmania, India y varios países europeos también lo hicieron. EEUU, como era de esperar, negó el reconocimiento diplomático y respaldó a Chiang Kai-shek, quien huyó a Taiwan.

En diciembre, Mao viajó a Moscú en busca de un apoyo soviético concreto, no sólo diplomático. Iósif Stalin lo recibió con frialdad y después de los primeros semblanteos le ofreció algo de ayuda pero sin derrochar entusiasmo. Mao regresó a China con un compromiso de ayuda de una suma equivalente a trescientos millones de dólares repartidos en cinco años y la promesa de ayuda contra el militarismo de Japón, algo totalmente declamatorio ya que los japoneses, derrotados en la Segunda Guerra Mundial, estaban sin ganas de invadir a nadie. Encima de eso, Mao tuvo que ceder algo a cambio: aceptar que Mongolia, territorio que él aspiraba a integrar a China, siguiera siendo independiente. En definitiva, Mao fue, se presentó ante Stalin y volvió con unas migajas; había que ganarse el derecho de piso para jugar en las Grandes Ligas, parece. Sobre todo si Stalin, que desconfiaba hasta de su propia sombra, estaba a cargo.

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Mao

Mao

La política interior de Mao tampoco avanzó con facilidad: al menos un millón de personas murieron en las violentas luchas entre propietarios y arrendatarios, en el marco de la reforma agraria impulsada por Mao. El trato preferente que el Partido Comunista daba a los campesinos ricos se hizo notar, la reforma agraria estaba en marcha pero la industria estaba bastante atrasada.

El modelo de la revolución soviética resultaba imperfecto para el tipo de revolución política, económica y social que China (Mao, bah) quería llevar a cabo. Pero era el único modelo disponible. Luego de un viaje de Zhou Enlai a URSS en 1952, China comenzó su primer Plan Quinquenal de industrialización.

El plan representaba el cambio trascendental desde una economía agraria y antigua hacia una indusrial y moderna. El avance hacia ese tipo de modernización significaba para China adoptar preceptos económicos y administrativos stalinistas. El 80% de la población china vivía en zonas rurales, pero tres cuartas partes del presupuesto del gobierno fue a parar al desarrollo de las grandes ciudades. La industria pesada (acero, cemento, hierro) se incrementó en un 20% por año. Y, como era de esperar, la agricultura se estancó. Los campesinos pagaron los gastos de la industrialización con impuestos y cuotas especiales (nada nuevo, digamos); treinta millones de chinos abandonaron el ambiente rural y la clase obrera urbana se duplicó.

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La nueva economía, visiblemente más centralizada, exigía nuevos principios de gobierno. Aumentó la burocracia y se pareció a la soviética, lo que generó temor en Occidente: temían que China se convirtiera en un títere del Kremlin. Sin embargo, Mao era receloso de los soviéticos y nunca dejó de serlo; posiblemente debido a eso, se produjo un distanciamiento progresivo que llevó a Moscú a suspender su ayuda a China, y a China a buscar su propio camino dentro del comunismo.

Lo encontró, claro, y el poder de Mao se hizo cada vez más evidente.

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