Los gauchos en Lafonia

Samuel Lafone había nacido en Liverpool, en 1805 y llegó a la Argentina en 1825. Era descendiente de hugonotes franceses emigrados a las islas británicas en tiempos de persecución religiosa a fines del siglo XVI. En Buenos Aires se dedicó a la exportación de cueros, tarea afín con los intereses de su familia que poseía una curtiembre en Inglaterra. Sus negocios fructificaron, lo que posibilitó el arribo de su medio hermano, Alexander Ross Lafone, con quién formó una sociedad acopiadora de productos ganaderos e importadora de tejidos de lana, algodones, ferretería, juguetería y loza desde Gran Bretaña.

Su vida personal sufrió un contratiempo que lo obligó a irse del país, al decidir contraer matrimonio con una criolla, María de Quevedo y Alsina, hija de un importante comerciante español, de credo católico, que se oponía a la unión de María con un protestante . Contra viento y marea, la pareja se casó en 1832 en una ceremonia secreta oficiada por un pastor norteamericano. Conocida la unión, no tardó en desatarse un escándalo y Lafone fue condenado a pagar una multa de mil pesos, a tiempo que se lo conminaba a salir de la Argentina luego de permanecer arrestado por unos días. En 1833, Lafone junto a su esposa, Alexander y su cuñado, Juan Quevedo, se trasladaron a Montevideo donde en poco tiempo se transformaron en empresarios exitosos. Ese mismo año Lafone se puso en contacto con Luis Vernet a quien ya conocía, y le propuso asociarse por medio de un contrato para seguir explotando los recursos naturales de las islas. Vernet aceptó, pero pretendía que Lafone oficiara de intermediario ante el gobierno británico con el fin de recibir el reconocimiento de sus propiedades, incluyendo el ganado vacuno y una indemnización por daños y perjuicios, que reclamaba al no poder acceder a su establecimiento luego de la ocupación inglesa. Las negociaciones entre ambos se prolongaron varios años, aunque no llegaron a buen puerto y terminaron por enfrentarlos.

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Mapa de la isla Soledad hecho por Luis Vernet en 1829 y conservado en la Cancillería Argentina. Lafonia aparece como Península de María y en sus cercanías aparece el Rincón de San Martín.

Mapa de la isla Soledad hecho por Luis Vernet en 1829 y conservado en la Cancillería Argentina. Lafonia aparece como Península de María y en sus cercanías aparece el Rincón de San Martín.

En 1843, los hermanos Lafone obtuvieron una copia del proyecto ideado por el gobernador Moody para promover la llegada de colonos e inversiones a las islas. Fue entonces que decidieron enviar a Marcelino Martínez en calidad de observador. Los informes producidos por el enviado acerca de las posibilidades para colonizar, y explotar la producción de ovinos y vacunos, así como la instalación de un establecimiento para la caza y explotación de ballenas terminaron entusiasmando a los Lafone quienes mandaron nuevamente a Martínez en mayo, esta vez provisto de propuestas comerciales para ser aprobadas por el gobernador. Curiosamente, este territorio había sido explorado por Charles Darwin, quien en compañía de dos gauchos argentinos había recorrido el terreno, entonces plagado de ganado cimarrón con miles de peligrosos toros acechándolos. En sus observaciones anota que los planes de los animales cambiaban de acuerdo a que sector visitaste del archipiélago .

Samuel Lafone poseía mucha información aportada en su momento por quien iba a ser su socio años antes, Luis Vernet. Éste le había facilitado datos y hasta mapas minuciosos sobre la isla Soledad. Lo cierto es que conocía más sobre la isla que el mismo Moody. La propuesta presentada al administrador británico consistió en un compromiso para llevar colonos (fundamentalmente desde Gran Bretaña) para establecerse en Malvinas; explotar el ganado silvestre (vacuno, equino, porcino y caprino), e importar miles de ovejas y ganado vacuno doméstico. Solicitaba para poder lograr sus objetivos una superficie equivalente a trescientas leguas cuadradas. El gobernador terminó por concederle doscientas, en la región comprendida al sur de Puerto Darwin llamada por entonces Rincón del Toro (actualmente Lafonia). El contrato se firmó en Londres, en 1846, entre Alexander Lafone y la reina Victoria a través del organismo inglés de Tierras Coloniales. La superficie asignada incluía pequeñas islas adyacentes, un terreno en la ciudad capital y 25 acres en la zona suburbana. La suma ascendía a 50.000 £ con un adelanto de 10.000 £. El plazo de la explotación sería de seis años y seis meses.

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Ya en noviembre de ese mismo año llegaba desde Montevideo, en la nave Paloma, el primer grupo de gauchos enviados por Lafone; y en mayo de 1847, en el navío Napoleón, arribaba Richard Williams, su administrador y hombre de confianza, junto a ciento tres pasajeros. La mayoría del pasaje eran trabajadores de diversas nacionalidades, entre los que había uruguayos, españoles, franceses, brasileños, alemanes y británicos, además de doce gauchos argentinos, cuatro con sus esposas, y un niño. Los gauchos habían sido reclutados por Marcelino Martínez, quien además embarcó 15 caballos de silla. Poco tiempo después llegaría el navío Vigilante con más gauchos.

Una vez instalados en el establecimiento Saladero (Hope Place), lo primero que hicieron los recién llegados fue construir un cerco de turba en el estrecho istmo que separa la región sur de la norte de la isla Soledad, para evitar que la hacienda salvaje que tenían en concesión en el sur se fuera hacia el norte de la isla. Las tierras del norte se consideraban propiedad de la Corona británica, algo que no siempre se respetaba ya que muchos animales eran cazados por los habitantes de las islas y por los marineros que merodeaban las costas, en el convencimiento de que la hacienda cimarrona estaba disponible para cualquiera. Se estimaba que existían entre 80.000 y 100.000 ejemplares entre ambas zonas.

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Mientras tanto, en tierras de la concesión, llamada Lafonia, los gauchos trabajaban intensamente construyendo corrales de piedra y viviendas para solteros y casados. La piedra era traída de Cantera, lugar situado en la orilla opuesta de la bahía. Se levantó un corral grande para vacunos al pie del cerro Usborne y otro cerca de Mount Pleasant. En ese entonces había un corral en Puerto San Carlos, dos en el cabo Dolphin y otros dos en el camino entre Saladero y Stanley.

En el paraje denominado Boca se instaló un tambo en el que se fabricaban quesos y manteca. En Saladero había también un almacén donde los gauchos podían proveerse de cuerdas para guitarra, cuchillos, botas, bombachas y alimentos. El trabajo con la hacienda baguala era muy intenso en los meses de verano, cuando grupos de seis o siete se desplazaban en busca de animales a los que capturaban con el fin de obtener cuero y sebo, los productos más valorados por la compañía. Para obtenerlos, primero los enlazaban e inmediatamente después los inmovilizaban cortándoles los cartones Luego de sacrificarlos, procedían a cuerearlos en el lugar donde se encontrasen. Muchas veces los hombres pasaban las noches a “cielo raso” con el recado, un poncho o alguna manta como único equipo para dormir.

Por ese entonces se llegaron a importar hasta 500 caballos de silla para las tareas del campo, aunque la ruda labor a la que eran sometidos provocaba la muerte de muchos de ellos. La mayoría sobrevivía tres o cuatro años, y terminaban heridos por los toros (que eran la tercera parte de los ganados) o por las caídas frecuentes debido al terreno escarpado y la turba… Las afiladas espuelas, el uso de bocados muy rígidos, las frecuentes “mataduras” en el lomo y la inadecuada alimentación hacían estragos en estos animales.

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NACE THE FALKLAND ISLANDS COMPANY

Sin embargo, cuando llegaba el otoño, a muchos de los gauchos se les dejaba de dar trabajo (pese a que habían sido contratados de forma permanente), y terminaban a la deriva, refugiados en Stanley, sin recursos, mal vestidos y en malas condiciones físicas debido a la falta de alimentación regular. Por otra parte, Williams, el administrador de los Lafone, se negaba a enviar a Montevideo a aquellos trabajadores que lo solicitaban a pesar de que en sus contratos se les prometía pasaje gratuito de regreso. Estas penosas situaciones hicieron que el nuevo gobernador George Rennie, llegado en junio de 1848 a las islas, decidiera aplicar una suspensión de seis meses a las actividades de la Compañía.

En ese entonces, Samuel Lafone había tomado conocimiento de que la superficie asignada para su emprendimiento era mucho más pequeña que la que figuraba en los imperfectos mapas que habían servido de base al contrato firmado con la Corona británica. Inició entonces un reclamo por un nuevo acuerdo, ya que a menor superficie, disponía de menos animales y no podía cumplir con los compromisos asumidos. La controversia habría de durar más de dos años, y en enero de 1850 se firmaría un nuevo contrato, esta vez el saldo a pagar era de 20.000 £ y se realizarían pagos anuales de 2.000 £. Además, se le eximía de entregar al gobierno local una cierta cantidad de cabezas de ganado manso cada año, que eran destinadas a nuevos colonos, aunque continuaba la obligación de proveer carne a la población local. También se le permitió a Lafone construir corrales en todos los lugares que se consideraban necesarios para poder capturar el ganado y retenerlo con más facilidad, conservando el derecho de dominio absoluto de todos esos animales hasta el 1 de enero de 1856 (lapso que habría de extenderse luego hasta 1860).

Sin embargo, las dificultades logísticas y económicas de los Lafone los llevó a asociarse con algunos de sus acreedores ingleses. Fue así que en 1850 publicaron en Londres un anuncio proponiendo una “asociación selecta” con los interesados en usufructuar la concesión otorgada por el gobierno británico. El aviso menciona como importantes activos 100.000 vacunos salvajes, los experimentados gauchos y los 250 caballos mansos, en su mayoría importados del río Negro, Argentina. Finalmente, en enero de 1851, durante una asamblea de accionistas, los Lafone terminaron formando con varios socios británicos la Falkland Islands Company. Se realizó un acta de constitución de la sociedad y se designó a Thomas Havers como secretario ejecutivo. Lafone se convirtió en su director, conservando doscientas de las mil acciones expedidas. Los objetivos de la compañía se ampliaban ahora al desarrollo de la explotación ovina y al establecimiento de un importante almacén en Stanley. Con este propósito, el 1 de julio de 1852 arribó a las islas John Pownall Dale, casado con una hermana de los Lafone llamada Martha. Dale había manejado un saladero en Uruguay y se desempeñó como cónsul británico en Montevideo. El cuñado de los Lafone llegó en el buque correo Amelia, propiedad de la FIC. Con él vino la esposa y el hijo, William Pownall, autor de las acuarelas que ilustraron la vida en las Malvinas, donde se aprecian vistosos, usos y costumbres a las que importaban en el Río de la Plata. La nave transportaba además al capataz Lorenzo Fernández, algunos ovejeros escoceses, artesanos, materiales, mercaderías varias y 16 ovejas Cheviot (en pocos meses habrían de realizarse dos importaciones de 60 y 800 ovejas de razas finas). El nuevo administrador se preocupó por continuar con la importación de caballos desde Carmen de Patagones y logró mantener un plantel muy bueno gracias a las mejoras introducidas para el cuidado y la alimentación de los equinos.

En pocos años los ganados cimarrones que poblaban las islas desaparecieron y la población ovina se multiplicò hasta ser la principal producto de esta compañía que usufructuó las islas irredentas .

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