Manuel José de Lavardén nació en Buenos Aires, el 9 de junio de 1754, hijo del doctor Juan Manuel de Labardén y de doña María Josefa Aldao y Rendón. Se le ha confundido con su progenitor, atribuyéndosele sus cargos y distinciones. Hizo estudios elementales en esta ciudad, y los prosiguió en Chuquisaca. Pasó luego a España donde obtuvo el título de abogado e intensificó sus conocimientos literarios en Granada, Toledo y Madrid, los que no pudo concluir por la muerte de su padre en 1777. De regreso a Buenos Aires, en 1778, asistió a los exámenes públicos de filosofía del Colegio de San Carlos donde pronunció un discurso en el cual elogió la enseñanza del profesor Carlos García Posse, basada en el método experimental; tres años después concurrió a las pruebas de latín, en el mismo carácter.
En 1786, terció en una polémica literaria provocada por unas décimas que el canónigo Juan Baltazar Maziel compuso en honor del Virrey Marqués de Loreto, y que desataron críticas burlonas en prosa y verso. Como algunas expresiones lo exasperaron, contestó con una Sátira dedicada a zaherir las pretensiones ampulosas de los eruditos y de los intelectuales mediocres. Esta sátira le provocó muchos disgustos y algunos lances pintorescos. En los días de carnaval de 1789, estrenó en el teatro de la Ranchería, una tragedia en tres actos titulada Siripo, precedida de una loa, también suya La inclusa, que se refería al propósito de la representación, cuyo producto se destinaba a la Casa de los Niños Expósitos. Es la primera obra de teatro de contenido argentino, fundada en la leyenda de Ruiz Díaz de Guzmán en su Argentina. Se basa en el episodio del fuerte de Sancti Spiritu, cuando fue atacado por los indios, dando muerte al capitán Nuño de Lara. Entre las cautivas figura Lucía Miranda, la hermosa mujer de Sebastián Hurtado, que está ausente de la fortaleza cuando raptan a su esposa. Al regresar es aprisionado por la tribu del cacique Siripo, quien lo condena a muerte. Lucía Miranda logra que Siripo perdone a su marido, pero con la cruel condición de que no han de verse más y que Hurtado tendrá que casarse con una mujer de la tribu. Sorprendidos los fieles esposos al faltar al compromiso jurado, son condenados a la muerte más horrenda. La obra fue recibida con éxito, y por desgracia sólo se ha conservado el segundo acto. Anunció por la época de ese estreno, otras dos obras: La muerte de Filipo de Macedonio y La pérdida de Jerusalem por Tancredo, pero el incendio del teatro en 1792, le privó de los medios para representarlas.
Aplicado a la agricultura y a la industria, leyó obras de economía política, física y química, en francés e italiano. Le interesó el campo; fue hacendado y saladerista. En julio de 1792, se asoció con Tomás Antonio Romero, uno de los comerciantes más poderosos de Buenos Aires, quien había arrendado el antiguo saladero de francisco Medina, conocido como la estancia del Colla, cerca de Colonia del Sacramento, para explotarlo conjuntamente. Lavardén se hizo cargo de la dirección y administración de la estancia y saladero, habiendo firmado un contrato con Romero, comprometiéndose a tomar a su cargo la explotación del establecimiento a cambio de una participación de las utilidades. Lavardén no sólo introdujo importantes adelantos en el obraje de carnes y en las distintas dependencias de la estancia, sino que, además, tuvo gran cuidado en mejorar la calidad de las haciendas, adquiriendo vacas y toros que se destacaban por su gran tamaño y pelaje uniforme. Aunque se supone que en 1791, trajo a bordo de la fragata “Ana Mido” el primer merino lanar al Río de la Plata, lo cierto es que, tres años más tarde, introdujo 10 carneros y 20 ovejas merinas para refinar nuestras lanas. Casóse en 1793, con doña Celedonia de la Quintana, hija del teniente coronel Manuel de la Quintana. En marzo de 1798, Romero firmó un contrato por el que se comprometía a proveer anualmente 4.000 quintales de carne salada a los arsenales de Cádiz y Ferrol durante el término de cinco años. Para cumplir con el contrato Lavardén, trató de producir tasajo, pero el intento se frustró lamentablemente a causa de un incendio, ocurrido en ese año, que destruyó el saladero del Colla. Sin embargo, continuó vinculado a esas actividades con otro establecimiento que fundó en Colonia del Sacramento.
Colaboró con su famosa Oda al Río Paraná, en el primer número del “Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”, fundado por el coronel Francisco A. Cabello y Mesa, el 1º de abril de 1801 En su Oda… que es un himno al progreso material, se reproducen cantos a la agricultura, a la industria y la navegación. En ella se invoca al dios fluvial, que es símbolo además de la futura prosperidad de la tierra, y aparece decorado con rasgos del paisaje local, como por ejemplo, la banda de silvestre camalote, como de caimanes recamados en verde y oro. El retorno de las aguas del río, que no crece con la frecuencia y abundancia usual, es decir, la llegada del dios Paraná y su cortejo de ninfas, hará renacer el comercio, engrosará la agricultura, provocará estudios sobre la tierra, y hasta estimulará el canto jubiloso de los poetas. Es pues, una composición didáctica, un elogio de los ideales del siglo XVIII, los mismos que inspiraban a los redactores del “Telégrafo”. Además, publicó un artículo anónimo enviado desde Montevideo, en el que pretendía demostrar la superioridad del puerto de esa ciudad sobre el de la Ensenada, aparecido en el “Telégrafo” (nº 3, 4 y 5).
Fue miembro de la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, fundada por Cabello y Mesa. Fruto de las ideas expuestas en esas sesiones es el Nuevo aspecto del Comercio del Río de la Plata, del que el editor hizo un resumen y lo publicó en los nos. 8, 9 y 10, con sus puntos de vista. El análisis que realizó Lavardén de la economía rioplatense y el programa que formuló, están informados totalmente de la concepción mercantilista. Propugna la libertad de comerciar directamente con todos los países, representada por las ventajas de la supresión de gastos innecesarios, y la posibilidad de obtener mejores precios por la competencia que traería la supresión de gastos innecesarios, y la posibilidad de obtener mejores precios por la competencia que traería la supresión del monopolio. Pedía comercio activo y flota propia, entendiendo por lo anterior, un comercio de exportación; fomento de la ganadería y la agricultura mediante el reparto gratuito de las tierras y ganados públicos con la condición de una explotación efectiva de los mismos; desarrollo de las industrias y habilitación de todos los puertos aprovechables para el tráfico internacional y el desarrollo de la navegación de los ríos interiores.
Explayó sus ideas económicas y demostró ser un hombre de cultura. Estuvo vinculado a grupos de masones, aunque se ignora si perteneció a la Logia. Ocupada Buenos Aires por los ingleses en 1806, Lavardén tuvo una participación destacada en la Reconquista, y en el Cabildo Abierto del 14 de agosto donde fue con Campana y Paso, quienes levantaron la voz contra el virrey Sobremonte. Posteriormente pasó a ocuparse de sus trabajos rurales en su saladero de Colonia de Sacramento, donde falleció el 31 de octubre de 1808, o en noviembre o comienzos de diciembre de 1809. Poco después de su muerte, al fundarse la Biblioteca Nacional, su hermana Martina, donó un conjunto de libros que le pertenecieron. Ya su fama era merecida pues Vicente López y Planes en 1807, en el Himno al triunfo de Buenos Aires, lo califica de Hijo de Apolo, y a su estro, como de “sublime acento”. Otra fuente ha creado hasta una leyenda, según la cual, había muerto en alta mar, al regresar de Europa, antes de 1810, corneado por un toro que traía como reproductor para la hacienda de su empresa saladeril. Juan María Gutiérrez, cree que Lavardén vivió hasta 1813. Fue una de las figuras clásicas de la literatura argentina, no sólo recordado por sus poesías, que reflejan el espíritu de una obra, sino por ser uno de los preclaros fundadores del teatro nacional.