A Piero Fontana, así lo bautizaron el 30 de noviembre de 1912, la fama no le resultaba extraña. Tampoco el dolor y los sinsabores de una vida vivida intensamente, con sus luces y sus sombras. A los dos años sus padres se separaron y lo entregaron al cuidado de una familia amiga, este abandono lo marcó fuertemente por el resto de la vida: “Yo fui abandonado por mis padres cuando tenía dos años y nunca los perdone”. “Me crié de casa en casa, rodando. Pero después cuando mis padres estuvieron mal los cuidé hasta que murieron. Eso sí, jamás fui a visitar su tumba porque nunca los perdoné. Yo soy así”.
Se dice que su primera relación con el tango la tejió siendo casi un niño cuando aprendió de memoria el tango “Carasucia”, que lo cantaba una empleada doméstica mientras barría la vereda de su entrañable barrio de Flores.
Carlos Gardel fue su ídolo máximo, el modelo a seguir e incluso a imitar. Cuando alguna vez lo calificaron como el más grande de los cantores, interrumpió al locutor para recordar que el más grande había sido Gardel.
Seguía siendo un niño cuando entonaba estribillos en la orquesta de Edgardo Donato y en la de Francisco Canaro. Durante años estudió canto Elvira Colonese y para inicios de la década del treinta el cantor Roberto Acuña lo bautizó con su nombre definitivo: Hugo del Carril. Las radios principales de los años treinta lo contrataron entre sus artistas preferidos, pero consagración mas estruendosa vino no del escenario ni de la radio, sino de la pantalla del cine.
El camino de Hugo del Carril en el cine se inicia en 1936 cuando Manuel Romero lo convocó para filmar la película “Los muchachos de antes no usaban gomina”. Allí se popularizó su sonrisa, su impecable peinado a la gomina y su voz cálida. En esa película, Hugo interpreta uno de sus grandes éxitos: “Tiempos viejos”, escrito en 1926 por Manuel Romero y musicalizado por Francisco Canaro.
A partir de allí se sucedieron los éxitos. Así se sucedieron “La vuelta de Rocha”, “Tres anclados en París”, “La vida es un tango”, “La cabalgata del circo” donde conoció a Evita cuando aún no era la esposa del general. La película “La vida de Carlos Gardel” convocó multitudes a las salas.
Para los inicios de la década del cuarenta, Hugo del Carril y Luis Sandrini eran -por razones diferentes- los grandes ídolos de la pantalla y los más cotizados. Su presencia en las pantallas se matiza con sus actuaciones en los grandes locales y salas nocturnas de entonces. Para esa época graba sus temas acompañado por las glosas de Julián Centeya.
Cuando en 1943 irrumpe el peronismo en la política nacional, él adhiere a la nueva causa. De origen socialista, siempre sostuvo que el peronismo era la versión nacional del socialismo, pero más allá de las interpretaciones, el dato merece destacarse porque su identidad peronista no fue un detalle en su vida. Cuando en 1949 graba la primera versión de la “Marcha peronista”, él mismo reconoció que en el futuro se lo va a recordar más por ese gesto que por toda su labor como cantor, actor y director de cine.
La trayectoria de Hugo del Carril como director de cine fue tan importante como la de cantor y actor. Su ópera prima fue “Historia del 900”. Después vinieron “Surcos de sangre”, “El negro que tenía el alma blanca” y en 1954 una de sus obras cumbres. “La Quintrala”. Su cine por supuesto que es controvertido, pero no se lo puede desconocer. Las películas de Hugo del Carril se comprometen con el drama social y en otro registro con los dramas existenciales
La caída del peronismo en 1955 le representó una temporada en la cárcel y el exilio en México. Volvió en tiempos de Frondizi y le costó mucho recuperar su platea. Filmó, actuó en más de una película, dirigió programas de TV y retornó al canto. En 1959 se casó con la madre de sus hijos, Violeta Courtois.
En 1988 lo declaran “ciudadano ilustre” de la ciudad de Buenos Aires. El 8 de septiembre de ese mismo año toda la ciudad, las grandes orquestas de tango y sus mejores cantores le brindaron un homenaje en el Palacio del Deporte. Estaba viejo, algo enfermo y emocionado hasta las lágrimas.
Continuó con el canto, para ganarse la vida y en los últimos meses para olvidar el dolor infinito por la inesperada muerte de su mujer, veinte años más joven que él. El infarto lo atacó en Mar del Plata, pero murió en Buenos Aires el 13 de agosto de 1989. Dos semanas antes, en una entrevista para el diario Clarín, en donde advertía que el futuro del tango estará relacionado a la inspiración del hombre de la calle de silbarlo mientras camina, dijo a modo de despedida: “Todo lo que hice fue con buena intención. Si las cosas me salieron bien o mal, no lo sé. Pero si sé que siempre me entregue con alma y vida a lo que quería”.