Nuevamente, la neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial fue puesta a prueba por incidentes navales. El primero de ellos fue el hundimiento del vapor Curamalan que, luego de haber sido retenido por autoridades aliadas en Gales, desapareció en su retorno a la Argentina a fines de 1916. Siempre se sospechó que fue hundido por fuego de torpedos alemanes.
Mientras se esperaban noticias del Curamalan, en febrero de 1917, el embajador alemán Karl von Luxburg comunicó a la Argentina que su gobierno reiniciaría la guerra submarina e impediría “con todas las armas disponibles” cualquier tráfico marítimo en las costas de los países aliados. Las autoridades argentinas tomaron nota y lamentaron la decisión, advirtiendo que se regirían por las normas vigentes del comercio internacional.
El 4 de abril de 1917, la advertencia de von Luxburg pasó a los hechos. Una goleta argentina llamada Monte Protegido, que había partido de Buenos Aires cargada de lino hacia Róterdam, fue requisada por alemanes y hundida por un submarino en el Mar Céltico, sin dejar víctimas fatales. El gobierno de Yrigoyen protestó rápidamente, exigiendo reparaciones materiales y desagravio a la bandera; el Imperio alemán cumplió con las demandas y aceptó el reclamo.
Mientras duró el incidente, la Armada Argentina puso bajo vigilancia los barcos alemanes que estaban en el puerto de Buenos Aires y se produjeron manifestaciones violentas contra comercios y periódicos pro germanos. Políticos como el nacionalista Ricardo Rojas o el socialista Alfredo Palacios exigieron la inmediata ruptura con Alemania en un acto multitudinario realizado en Plaza Lavalle y en el Frontón de Buenos Aires. También se movilizaron sectores neutralistas.
La victoria diplomática de Yrigoyen y Pueyrredón duró poco. A comienzos de junio, los alemanes hundieron al velero Oriana en viaje hacia Génova cargado con mil quinientas toneladas de acero viejo. Antes de que finalizara el mes, el vapor Toro de bandera argentina cayó en camino al mismo destino bajo fuego de torpedos. En ningún caso, hubo víctimas fatales y, en ambos, se trataba de embarcaciones sin material de guerra pero que, según los alemanes, llevaban material de contrabando y circulaban en la zona de bloqueo y hacia un puerto aliado.
Amparándose en el precedente del Monte Protegido, el gobierno argentino reclamó por el Toro en un tono más enérgico y advirtió que las “satisfacciones morales y las indemnizaciones del daño material” ya no serían suficientes y que se necesitaba el compromiso alemán de respetar la libre navegación de los mares para los barcos argentinos. El incidente se extendió hasta que, de manera informal, las autoridades alemanas se comprometieron a no hundir más barcos argentinos y, desde la Argentina, se le prometió a von Luxburg que no se violarían las zonas de bloqueo.
La cancillería argentina pudo sostener su postura frente a la presión aliadófila. La neutralidad nunca había estado más cerca de quebrarse: se dijo por entonces que la ruptura de relaciones con el Imperio redactada por Pueyrredón estuvo en el despacho del presidente esperando solo su firma en caso de no recibir respuesta favorable.
Extracto del libro LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE de Grégoire Champenois y Agustín Algaze (Olmo Ediciones, 2018).