Los ojos de Tenniel y Du Maurier

George Du Maurier (1834-1896) creció creyendo quesu familia pertenecía a la más rancia aristocracia francesa.Tan distinguido y patricio era, que podían rastrearse sus antepasados hasta el tiempo de los cruzados. Obligada su familia a huir hacia Inglaterra cuando la Revolución, vivían en el exilio esperando recuperar sus vastas propiedades y enorme fortuna. Espera vana, por cierto, ya que Robert Mathurin Buzón (el abuelo de George) era vidriero de oficio y estafador por convicción. Sus numerosos fraudes lo habían obligado a dirigirse a Londres, en 1789, justo cuando miles de nobles intentaban conservar su cuello sano. Pasando los años tumultuosos de la Revolución y el Imperio, Robert volvió a Francia escapando de sus deberes conyugales, ya que seis hijos eran demasiado para mantener con sus escasos dotes de timador y pocas ganas de soplar botellas (al parecer tarea no muy complicada si es que le creemos al dicho). Entre los vástagos de Robert, se contaba Louis Mathurin, joven despierto y con buena voz, que decidió probar suerte en París. Hacia allá fue toda la familia, sin que quede bien claro como hacían para sobrevivir.

Resultó ser que, una vez en París, Louis no hizo carrera en el bellcanto, cambió de parecer y cursó estudios de física y matemática (que jamás finalizó) con la idea de ser un gran inventor. En el ínterin se enamoró de una hija de Ann Clark, una de las cortesanas más caras de París –lo que ya es mucho decir– famosa por haber escrito libelos difamatorios contra célebres personajes que habían requerido sus servicios. El chantaje le costó nueve meses de prisión.

Del matrimonio Du Maurier nació George, nieto de un estafador francés y de una prostituta inglesa. Criado en París, educado como bilingüe y creído que pertenecía a una familia de prosapia, tuvo una educación esmerada y en algún momento pensó en dedicarse a las ciencias. Habiendo fracasado en los exámenes, por un tiempo su único consuelo fue recorrer los museos parisinos. Conclusión, a los veintidós años decidió ser pintor.

Fue admitido en el atelier de Charles Gleyre –uno de los maestros más célebres de su tiempo–, donde fue compañero de Whistler –el pintor americano que se hizo famoso por pintar a su mamá sentada sobre una mecedora–. Años más tarde Monet, Bazille y Renoir, también pasaron por el atelier de Charles Gleyre, pero para ese momento el maestro ya no era el de antes.

En 1867, Du Maurier abandonó el atelier de Charles Gleyre para dirigirse a Auvers con intención de perfeccionarse. Es aquí donde se produce la tragedia de su vida. Así describe este acontecimiento en su novela The Martian:

“Estaba a punto de pintar la cabeza de un viejo de noble contextura cuando bruscamente percibí algo extraño en mi visión. Instintivamente cerré el ojo izquierdo. Todo era normal. A continuación cerré el ojo derecho y todo lo que veía hasta ese momento se apagó a punto de ser casi imperceptible”

Inmediatamente Du Maurier consultó con un oftalmólogo. Éste le dilató la pupila y le revisó el fondo de ojo con un aparato de reciente aparición: el oftalmoscopio, desarrollado en 1851 por Helmholtz. El diagnóstico fue terminante: desprendimiento de retina. En esa época era una condena segura a perder la visión del ojo comprometido. La enfermedad, por más que se la sospechaba desde hacía siglos, había sido descripta recientemente por Coccius (1853). El tratamiento ante lo imposible, consistía en todos esos artilugios tan propios del siglo XIX: reposo, uso de aguas termales, cambio de aires, régimen de carnes rojas, etcétera. Faltaba medio siglo para que Jules Gonin promoviera un tratamiento quirúrgico efectivo y fuera postulado para el premio Nobel de Medicina por encontrar la cura al desprendimiento de retina.

Recuperado de una depresión reactiva, Du Maurier se trasladó a Londres en 1860 y comenzó allí una extraordinaria carrera como ilustrador de libros y revistas. A poco de llegar fue convocado por la revista Punch, famoso medio donde se ventilaban los escandaletes, chimentos y rumores de la sociedad victoriana. Ya en esa revista trabajaba John Tenniel.

Tenniel compartía con Du Maurier una característica, sólo veía con un ojo. Había perdido el ojo derecho durante un ejercicio de esgrima con su padre. No es de extrañar que dejase el florete por el plumín. De todas maneras Tenniel daba poca importancia a este hecho y solía decir que agradecía la previsión del Todopoderoso por habernos dado dos ojos, contemplando la posibilidad de estos accidentes. Du Maurier no compartía esta filosofía porque mientras Tenniel había sufrido un accidente, que tomando las precauciones del caso podría no repetirse, Du Maurier sin causa aparente, había dejado de ver por un imprevisible desprendimiento de retina ¿Podría repetirse esta desavenencia en el ojo bueno? Esa era la duda que lo atormentaba.

En un gesto de franqueza, reunió a los directores de la revista y explicó a los miembros del staff de Punch, cómo había perdido su ojo izquierdo y que su monocularidad podía explicar algunos déficits técnicos de sus dibujos. Se produjo un incómodo silencio en la sala. Fue Sherley Brooks, el presidente, quien finalmente tomó la palabra: “Tenniel tiene sólo al ojo izquierdo y usted sólo tiene el ojo derecho. Cada uno tiene un buen ojo para sí y un par de buenos ojos valen más que veinte malos. Así que comience a trabajar cuanto antes”. Este fue el inicio de una brillante carrera en una de las revistas más célebres de todos los tiempos. Desde sus páginas Du Maurier describió las pequeñas miserias, grandes hipocresías y sutiles desengaños de la aristocracia británica, porque al parecer Du Maurier convencido de su alcurnia, sólo dibujaba salones elegantes con damas de largo y caballeros de smoking. Todo muy paquete. Du Maurier se convirtió en un crítico de los medios y modales de esa sociedad, no de su moralidad. Señalaba las risueñas incongruencias, no las brutales falencias.

Ganada buena fama con las ilustraciones Du Maurier se dedicó a las letras. Quizás la posibilidad de quedarse ciego lo empujó a buscar otro oficio que pudiera hacer a oscuras. Su primera novela Peter Ibbetson (1891) gozó de un modesto suceso. En ella evocaba el paraíso perdido de su infancia en Passy. Le siguió Trilby (1894), un éxito descomunal, quizás el primer best seller en lengua inglesa. Trescientos mil libros vendidos el primer año. En él describe sus años de bohemia en le quartier latin. Por último escribió The Martian, una novela de ciencia ficción que precede a las historias de H. G. Wells. Aquí Du Maurier relata una invasión de marcianos, los alienígenas que vivían sobre la superficie de Marte, tan estudiado en esos años donde los primitivos telescopios dejaban ver los canales supuestamente construidos por una civilización superior a la nuestra, que en cualquier momento saltaría a invadirnos –temor que se prolongó (y se prolonga) en una extensa literatura–. Ésta novela fue publicada en forma póstuma.

La tradición literaria de los Du Maurier fue continuada por su nieta Daphne Du Maurier con otras novelas popularizadas en el cine por Alfred Hitchcock como Rebecca y Los pájaros.

Lo interesante de la obra de George Du Maurier, además de su crítica social y sus pinturas costumbristas, son sus descripciones de los problemas visuales que le tocaron vivir. Con gran aprehensión “venció la sombra de esta espada de Damocles” nos dice en The Martian, “ las debió vencer por meses, después por años y… a lo largo de toda su vida”.

Una imagen final de esta obsesión es la figura última que ilustra Trilby. Un par de anteojos con un vidrio esmerilado sobre su ojo izquierdo.

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