Los ojos enfermos de Edgar Degas

Edgar Degas nació el 19 de julio de 1834 en el seno de una familia de la alta burguesía. Su padre y abuelo eran banqueros, emparentados con nobles familias del norte de Italia.

Puede ser que su origen no le haya permitido incorporarse a este grupo heterogéneo. Puede ser que su carácter de solterón empedernido le haya impedido compartir sus afectos.

Edgar-Degas-

 

 

 

Imagínese, solo por un instante, una mesa de café, el verano parisino y una discusión entre amigos sobre como y porqué pintar. Discuten apasionadamente, se pelean, quizás se insulten. Son Édouard Manet, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pissarro, Claude Monet, Paul Cézanne, este Émile Zola con un gesto adusto, Guy de Maupassant y también Paul Valéry. No es un sueño.

Por años, ellos y muchos más se reunieron periódicamente, en el Café de la Nouvelle Athènes para opinar, pasarse datos ó simplemente cambiar “impresiones”.

Entre ellos, un joven sin barba, con la elegancia de su condición, siempre listo para la controversia, expectante, a veces explosivo en su discurso. Tajante y altivo. Sumamente inteligente y culto, llegaba a ser hiriente en sus juicios y en su forma de decir. Era Hilaire-Germain-Edgar de Gas, como se escribía originalmente o Degas, como fue conocido, por la posteridad.

Degas comenzó a quejarse de sus ojos en 1870, a los 36 años, cuando se incorporó a la Guardia Nacional durante la defensa de Paris. Ya entonces decía que no podía apuntar su fusil con precisión. El opinaba que las penurias sufridas durante esa campaña fueron la causa de sus males. Sostenía que el frío y el exceso de sol eran los causantes del agravamiento de sus problemas visuales. De allí en más siempre pintó en interiores. Con el tiempo, dejó de salir de su taller. Se basaba en fotografías (que él mismo tomaba) o modelos para completar sus telas.

En 1873 sus hermanos se incorporaron a la empresa textil del tío materno en New Orleáns. Fue a visitarlos y conoció a su cuñada, que también era su prima, Estelle Musson de Degas, por la que sentía un profundo afecto. Estelle se estaba quedando ciega. A los 32 años ya no podía manejarse por sus propios medios. “Oftalmía” dijeron los médicos. Término amplio, inespecífico, típica terminología que usamos para esconder nuestra ignorancia. Degas nunca le perdonó a su hermano el haberse divorciado de su prima en estas condiciones.

Degas volvió de Norteamérica impresionado por Estelle y con la secreta convicción de que sus problemas se agravarían con el tiempo “llevándolo al bando de los ciegos”.

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Estelle Musson.
Estelle Musson.

 

 

No se conservan los archivos de los oftalmólogos que lo trataron. Sus cartas ofrecen claves confusas sobre el origen de su problema. Degas era un hombre de fortuna, no solo por su herencia, sino también por el éxito de ventas de sus cuadros. Así pudo tener un pasar desahogado. Consultó a los más encumbrados profesionales de su época, entre ellos Maurice Perrin (que llego a ser general del servicio medico del ejercito francés) y Edmond Landolt, el fundador de los Archives d’Ophtalmologie y el creador de los optotipos (los signos que se usan en los carteles para tomar la visión) que llevan su nombre. Landolt le prescribió unos anteojos con una ranura en el centro llamados estenopeicos (que aun se conservan), muy en boga en ese momento por las apreciaciones de un destacado oftalmólogo alemán el Dr. Liebreich, como conclusión de sus estudios sobre la pintura de Turner.

Degas intentó utilizar estos lentes pero los encontró muy molestos y poco útiles para su trabajo. Hacia 1870 perdió la visión central del ojo derecho. A partir de entonces su ojo izquierdo fue deteriorándose paulatinamente. Su amigo Maurice Denis comentó que padecía “Corioretinitis”, un nombre que hoy en día se reserva para las inflamaciones intraoculares de origen infeccioso, pero que en ese entonces abarcaba una gama más amplia de patologías.

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De todas maneras, la falta de signos de congestión ocular que se aprecia en sus fotos y retratos nos orienta a pensar que debe de haber sido un problema en la retina, lo que explicaría su fotofobia y su dificultad en distinguir colores. Las aberraciones cromáticas de las afecciones retinales obligan al paciente a usar colores mas saturados para diferenciarlos. Así, Degas fue cambiando su paleta hacia colores más intensos, especialmente el rojo. Esto también explicaría que haya preferido el pastel al óleo, más difícil de manejar para quien padece una discromatopía.

La perdida progresiva en la discriminación de los objetos, la queja de deber sortear una mancha central, son propios de afecciones maculares*, probablemente una maculopatía congénita, si tomamos en cuenta el antecedente familiar y la edad de comienzo. Esta condujo a una progresiva pérdida en la definición de las líneas, con trazos más groseros e imprecisos. Con los años, confió más en su tacto para discernir las formas y se volcó a la escultura, con excelentes resultados. Confiaba tanto en su percepción táctil que durante una exposición de su bien amado Ingres (del que poseía varios cuadros, en su colección personal), Degas casi ciego pasaba sus manos sobre la pintura diciendo “Yo puedo encontrar algo en estos cuadros que conozco…”

Habitaba un petit hotel, entre cuadros, dibujos, sillas, modelos y caballetes, en un desorden bañado por el polvo, que su tiránica ama de llaves, Zoe, se encargaba de desplazar de un lado al otro con su plumero. Nunca se le conoció pareja, mujer o siquiera una aventura, aunque su vida haya transcurrido en un medio extremadamente liberal. Su amistad con la pintora norteamericana Mary Cassatt fue lo más parecido a un romance platónico. Ella también debió dejar la pintura por problemas visuales.

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Edgar Degas y Zoe.
Edgar Degas y Zoe.

 

 

Como todo enfermo crónico, encontró en su enfermedad un beneficio secundario a su afección, una excusa que le permitía escabullirse de situaciones que le resultaban odiosas o particularmente molestas. Cuentan que durante una cena se tocó el espinoso tema del caso Dreyfus, el capitán judío acusado de espionaje, que dividió la sociedad francesa por mas de diez años y terminó con el memorable “J’accuse…!” de Zola. Cuando las palabras se volvieron ríspidas, Degas comenzó a quejarse de sus ojos, del dolor en sus ojos, que se acentuó al extremo de que este pintor casi ciego sacase su reloj de bolsillo y exclamase: “Que tarde se ha hecho son las nueve y treinta y cinco…”, y sin más partió sin despedirse, para ir a una casa vacía en la que solo sus bailarinas de colores lo esperaban para soñar.

Murió el 27 de septiembre de 1917.

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El mismo motivo pitado a lo largo de casi veinte años. La delicadeza de los trazos se va perdiendo.
El mismo motivo pitado a lo largo de casi veinte años. La delicadeza de los trazos se va perdiendo.

 

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Y convirtiendo en pinceladas más gruesas... Los colores claros se van haciendo más intensos.
Y convirtiendo en pinceladas más gruesas… Los colores claros se van haciendo más intensos.

 

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Y se vuelven al rojo... ¿Cambio de estilo o trastornos visuales?¿Evolución o deterioro?
Y se vuelven al rojo… ¿Cambio de estilo o trastornos visuales?¿Evolución o deterioro?

 

* (mácula: porción central de la retina). Hugh Trevor-Roper dice que Degas era muy miope. Los anteojos que de él se conservan contradicen esta opinión.

 

Texto extraído del libro Males de Artistas de Omar López Mato.

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