Los maoríes son los tangata whenua (“gente de la tierra”), el pueblo indígena de Aotearoa (que significa “la tierra de la gran nube blanca” y es el nombre maorí de Nueva Zelanda). La mitología maorí dice que llegaron en siete canoas desde “Hawaiki“, su legendaria tierra natal en islas de la Polinesia oriental como Rarotonga (una de las islas más grandes de las Islas Cook) y Tongatap (del archipiélago de Tonga). Se estima que los maoríes llegaron a Nueva Zelanda entre los años 1000 y 1300.
La palabra maorí significa “común”, “normal”, tanto en la lengua maorí como en otros idiomas de la Polinesia. Posiblemente derive del término “maoli“, que en la lengua original de Hawaii quiere decir “nativo”, “indígena” o “verdadero”.
Al llegar a Nueva Zelanda, los maoríes tuvieron que adaptarse al nuevo entorno: de ser un pueblo marítimo que vivía en un clima tropical pasaron, al llegar a Nueva Zelanda, a convertirse en agricultores y cazadores en un clima templado. Durante años los maoríes vivieron aislados del resto del mundo y crearon una cultura original; vivían en pequeños grupos tribales y tenían tanto una tradición guerrera como una rica cultura transmitida oralmente fundada en deidades asociadas a las fuerzas de la naturaleza.
El pueblo maorí siempre tuvo una conexión especial con su territorio y con los elementos de la naturaleza, y en relación a eso desarrollaron una gran espiritualidad. Según la cultura maorí todo lo que existe posee un espíritu llamado mana (la esencia, el arraigo, el orgullo, la unión del hombre con su tierra).
A mediados del siglo XVII llegaron los primeros europeos a Nueva Zelanda. Aparentemente el primero en llegar fue el holandés Abel Tasman en 1642, aunque no pisó tierra neozelandesa; serían los británicos quienes harían pie en el siglo siguiente, siendo James Cook el primer británico en llegar, en 1769. Actualmente, sin embargo, existe una controversia ya que una corriente de investigadores sostiene que antes de ellos, en el siglo XVI, ya habían llegado Juan Sebastián Elcano y Juan Fernández.
Todos los relatos describen a los maoríes como guerreros feroces y orgullosos. A comienzos del siglo XIX comenzaron “las Guerras de los Mosquetes”, en las que las tribus del norte les compraron mosquetes a mercaderes europeos y así exterminaron a varias tribus vecinas, modificando la distribución de territorios tribales, sobre todo en la isla norte. Estas guerras duraron más de treinta años y, cuándo no, fueron aprovechadas por los europeos. En enfrentamientos con “colonizadores”, muchos maoríes fueron muertos o esclavizados. Finalmente, en 1840, Nueva Zelanda pasó a ser formalmente colonia de la Corona Británica mediante el Tratado de Waitangi. Se calcula que había unos cien mil maoríes en Nueva Zelanda cuando llegó el capitán James Cook, pero para cuando se firmó el Tratado su número se había reducido a unos setenta mil, debido a las matanzas y a las nuevas enfermedades introducidas por los europeos, para las cuales los maoríes carecían de inmunidad (sarampión, gripe, tuberculosis, etc.).
La organización social maorí era aristocrática: existían siete grandes tribus cuyos antepasados eran los “navegantes míticos” de las siete canoas en las que viajaron desde su tierra de origen; estas tribus a su vez se dividían en otras secundarias que se repartían en familias.
El jefe de la tribu, el ariki, era descendiente de un antepasado noble; cuanto más antiguo era su árbol genealógico, más grande era su prestigio. Estos jefes de tribu ostentaban el poder político, religioso y económico: además, conocían la historia y leyendas de su pueblo, instruían a los jóvenes e interpretaban los signos de los dioses. Sin embargo, no tenían el poder de decisión absoluto, sobre todo cuando se trataba de asuntos que afectaban a toda la tribu; estos asuntos se resolvían y decidían en asambleas que se efectuaban en el marae. El marae (la palabra significa “claro, libre de malezas”) era (y es) un lugar de reunión sagrado que se utilizaba para reuniones religiosas y sociales; se trata de una superficie de terreno rectangular (el marae propiamente dicho) con sus límites marcados con piedras o postes de madera, con una piedra central o ahu a’u. El marae podía tener techo y paredes o solamente techo.
La clase media estaba formada principalmente por los “nga tutua“, los guerreros de la tribu; por debajo de ellos se encontraban los esclavos, “nga taure kareka“. Los guerreros vivían en alerta constante; el factor sorpresa y las emboscadas eran estrategias frecuentes en las guerras entre tribus, que preferían atacar al atardecer para aprovechar las sombras de la noche luego de dar el golpe inicial. Había muchos rituales antes de las batallas: el rapado de la cabeza, los ritos ceremoniales del tohunga (especie de sacerdote) clavando palos en la tierra, los discursos fervorosos, el wero, un desafío ritual guerrero en el que se mostraban las destrezas guerreras, los himnos y danzas como el haka, que a veces era repetido en la cara misma de sus enemigos.
Los desertores no eran castigados; los centinelas que se quedaban dormidos, tampoco. Cuando una tribu era atacada, devolvía el golpe para restablecer el equilibrio y vengar la humillación sufrida, por lo que era casi imposible que existieran períodos de paz total en la población, ya que siempre había una “cuenta pendiente”. Los jefes se encargaban más de insuflar valor y coraje que de dar instrucciones estratégicas a sus hombres para la batalla. El hecho de que no existiera una disciplina militar ni órdenes claras hacía que los guerreros tuvieran que estar muy unidos física y espiritualmente para encarar sus batallas. Los hapu, que eran como unidades de combate, funcionaban como pequeñas familias, y aunque se unieran varios hapu para enfrentarse al enemigo, cada uno seguía obedeciendo sólo al jefe de su hapu.
El canibalismo era habitual entre los guerreros maoríes. Los cuerpos de los derrotados eran cortados con piezas de obsidiana y se cocinaban sobre piedras calientes en hogueras encendidas en hoyos en el suelo. El canibalismo era practicado únicamente en momentos de guerra; en días de paz era muy raro que los maoríes consumieran carne humana, salvo que se tratara de un período de hambruna o que hubiera que agasajar a huéspedes importantes. Los huesos de los muertos solían recogerse y usarse para fabricar flautas, anzuelos de pesca, anillos o agujas. Las cabezas se colocaban sobre un poste o, si pertenecían a un jefe, familiar o amigo, se llevaban al hogar y se las conservaba con respeto.
Las armas usadas por los maoríes eran el patu (una especie de espátula con bordes filosos), la taiaha (lanza de madera o hueso de ballena), la wahaika (una porra plana), el tewhatewa (un hacha de mango largo), el kotiate (una maza de hueso de ballena). Para los guerreros maoríes las armas eran mucho más que herramientas de guerra, eran tesoros que pasaban de generación en generación como parte de su herencia cultural.
Los rituales hacen que las creencias se hagan reales y tangibles, y entre ellos, el haka tiene un lugar especial. El haka, una danza ritual, épica y narrativa, es definida en la mitología maorí como una danza “para celebrar la vida”, de manera que no es sólo una danza guerrera desafiante. El haka no necesita música, ya que el ritmo se marca con palmadas y golpes rítmicos en el suelo con los pies, finalizando con un decidido paso al frente, extendiendo la lanza o los brazos y sacando la lengua. Las manos, los brazos, las piernas, los pies, la voz, los ojos, la lengua y la actitud corporal se combinan para expresar coraje, molestia, alegría u otros sentimientos relevantes para el propósito de la ocasión. En su origen, los guerreros bailaban el haka de la guerra antes de una batalla, mostrando su fuerza y coraje para atemorizar al adversario e infundir valor en los guerreros. Era un mensaje claro para los enemigos, a los que se miraba con fiereza. “Ven a mí, mira mis ojos, estoy esperándote, no te tengo miedo.” Pero el haka va más allá del ámbito guerrero; se ve también en ceremonias, recepciones a visitantes, funerales, encuentros sociales importantes. Es una expresión importantísima de la cultura maorí. Según la tradición maorí, el creador del haka fue el dios Tane-rore, hijo de Hine-raumati, la diosa del verano, y Tama-nui-a-ra, el dios Sol. Tane-rore es el temblor del aire que aparece en verano debido al calor y es representado en el temblor de las manos en la danza. Son mundialmente conocidos los hakas “Ka Mate” (“¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo! Este es el hombre valiente que trajo el Sol y lo hizo brillar de nuevo ¡Un paso arriba! ¡Otro paso hacia arriba! ¡El sol brilla! Uhhhhhh…!”) y “Kapa O Pango” que los famosos All Blacks realizan antes de cada partido.
Otro ritual de gran significación para los maoríes era el tatuaje facial, el ta moko, en el que cada marca o signo simbolizaba una hazaña en la historia personal de los maoríes. Tradicionalmente, los hombres se hacían tatuajes en la cara, la espalda, las nalgas y los muslos. Para los maoríes la cabeza es la parte más sagrada del cuerpo, y los tatuajes en la cara son la máxima expresión de la identidad maorí. Las mujeres de los guerreros, a su vez, se tatuaban la garganta o el mentón para indicar que estaban ligadas a un guerrero. El tatuaje tenía también trascendencia en el paso de la adolescencia a la adultez. El tatuador, llamado tahunga Ta Moko, era considerado sagrado, lo que da una idea de la importancia del tatuaje para los maoríes. Los tatuadores usaban unos cinceles fabricados con huesos de albatros y eran aplicados con un mazo sobre la piel, y los pigmentos se obtenían de un hongo obtenido de larvas de polillas y de tizones quemados. Para mezclar estos productos se usaba una sustancia segregada por el cauri, una conífera. El resultado de estas mezclas se guardaba en vasijas ornamentadas que se pasaban de generación en generación.
Los maoríes tienen una extensa mitología mediante la cual explican el origen del mundo y todo lo que los rodea. Según su tradición, el mundo se creó cuando Rangi, el dios del Cielo, se unió a Papa, la diosa Tierra. De esta unión surgieron los árboles, los ríos, las montañas y también unos setenta dioses menores (“hijos”) que permanecieron protegidos por el abrazo de sus padres pero sin poder manifestarse. La historia de la creación gira en torno a los hijos que querían salir de ese abrazo indestructible de sus padres, por lo que se confabularon para separarlos y romper ese abrazo impenetrable. Fue Tane, el dios de los bosques y las aves, el que consiguió romper el abrazo protector de sus padres. Tras lograr que se soltaran, Tane ubicó el Sol, la Luna y las estrellas en el cielo. En este relato se menciona que Tane fue el que creó a la primera mujer, y la hija que tuvo con ella, Hine-titama, fue la diosa del alba y luego de la noche. Entre estos setenta dioses encontramos a Tu, el dios de la guerra, el más valiente de los hijos de Rangi y Papa y el que propuso matar a sus padres para ser libres. Los demás dioses, sin embargo, decidieron otra cosa: separar a Rangi y a Papa pero sin matarlos. Tawhiri, el dios de las tormentas, uno de los setenta dioses, apenado y furioso por la separación de sus padres, arremetió contra el resto de sus hermanos, y fue contenido por Tu. Luego de esto, Tu decide vengarse de sus hermanos por no haberlo apoyado en su propuesta de matar a sus padres y acaba comiéndoselos a todos excepto a Tawhiri, que aún hoy sigue atacando a los humanos mediante sus tormentas y huracanes. Los descendientes de Tu son los humanos, que aprendieron a sobrevivir gracias a los actos de este dios: aprendieron a cazar aves ya que Tu cazó a los hijos de su hermano Tane, dios de las aves y del bosque; aprendieron a pescar ya que Tu pescó a los hijos de Tangaroa, dios de los peces; aprendieron a cultivar y cosechar ya que Tu hizo lo propio con los hijos de Rongo, dios de los cultivos, y Haumia-tiketike, dios de las tierras no cultivadas. El ejemplo de Tu rebelándose contra sus hermanos y acabando con ellos fue lo que hizo que la humanidad aprendiera el arte de la guerra. Por esa razón, Tu era invocado antes de la batalla y también cuando se iniciaba a un niño en las artes guerreras. El cuerpo del primer guerrero caído en la batalla era ofrendado a Tu, al que se le ofrecían también sacrificios con animales, sobre todo perros. Tu recibe muchos nombres derivados de la victoria sobre sus hermanos: Tukariri (Tu, el furioso), Tukanguha (Tu, el guerrero fiero), Tukaitaua (Tu, el destructor de ejércitos), Tumatawhaiti (Tu, el astuto), Tumatauenga (Tu, el del rostro furioso), etc.
Otra entidad importante en la mitología maorí es Maui, un semidios del mar, que hizo surgir las islas del Pacífico. La leyenda dice que Maui era valiente, mujeriego e ingenioso; que fue rechazado por su madre al nacer, lo envolvió en un mechón de pelo y lo lanzó al mar; pero un antepasado de Maui lo vio caer y lo salvó de la muerte.
En sintonía con esta leyenda se encuentra la leyenda de Kupe, primero en llegar navegando a las nuevas tierras maoríes desde Hawaiiki. Una versión de la leyenda dice que Kupe pescó un pulpo gigante que habitaba el fondo del mar, y con el anzuelo clavado éste lo arrastró durante semanas hasta llegar a Aotearoa. Otra versión, menos gloriosa para Kupe, dice que éste, que deseaba a la mujer de su amigo Hoturapa, planeó la muerte del mismo, secuestró a su mujer y huyó con ella en una canoa hasta llegar a Aotearoa.
Otra leyenda de gran trascendencia de la mitología maorí es la de Paikea, el jinete de ballenas, quien llegó a Aotearoa viajando en el lomo de una ballena. Paikea era el favorito de los hijos de Uenuku; sus hermanos, celosos de él, planearon matarlo en un viaje de pesca. Paikea se enteró del plan, hundió la canoa, sus hermanos murieron y él sobrevivió aferrado a los restos de la canoa hasta que una ballena (“tohora“) acudió en su ayuda y lo llevó hasta Whangara, en la isla norte de Aotearoa. Esta leyenda representa la unión espiritual entre el mundo humano y la naturaleza, demostrando que cuando se respeta la naturaleza esta puede ayudar a los humanos.
La cultura y las tradiciones maoríes son ricas y profundas, se han mantenido vivas en los habitantes de Nueva Zelanda a través de la historia y despiertan admiración y respeto alrededor del mundo.